En 99 Homes, un padre se esfuerza por recuperar la casa donde vivía con su familia, tras ser desahuciado. Para ello se pone a trabajar para el avaricioso hombre de negocios que fue el causante de su frustración.

  • IMDb rating: 7.9
  • RottenTomatoes: 78%

Película / Subtítulo

 

Hablando mal y pronto, recuerdo que la vez que vi The Pursuit of Happiness, de Gabriele Muccino, sentí que me querían hacer un terrible chamuyo. El filme desarrolla el clásico esquema de la Cenicienta: personaje caído en desgracia que consigue revertir su situación gracias a su voluntad inquebrantable. Como mecanismo narrativo (aunque bastante pobre y trillado) este esquema no tiene nada de ilegítimo: Disney, por ejemplo, lo aplica en la gran mayoría (si no en la totalidad) de sus películas. Sin embargo, sentí que En busca de la felicidad me provocaba cierto malestar. Funcionaba como una máquina melodramática perfecta, no lo negaba. Pero, a mi modo de ver, el mensaje que intentaba transmitir distaba de ser por lo menos un acto inocente. Veamos por qué.

Chris Gardner (Will Smith) es un vendedor que aspira a ganarse la vida como corredor de bolsa. Cuando se le presenta la oportunidad de entrar en el mundo bursátil le ocurren una serie de eventos desafortunados que lo dejan con una mano atrás y otra adelante. Y no solo eso: además tiene que ocuparse de su hijo, quien lo acompaña en lo que dura ese derrotero apremiante. La película desarrolla todas las desventuras que Chris Gardner atraviesa y cómo, en medio de ellas, no renuncia a alcanzar su sueño. En este punto es donde mi suspensión de la incredulidad comenzó a sentirse un poco traicionada. ¿De verdad se puede aceptar que el tipo solo, por su propia cuenta, a fuerza de pura voluntad y sin asistencia de nadie –ni de amistades, ni del Estado, ni de alguna organización privada– haya superado la situación? De acuerdo, hagamos una concesión y aceptemos sin más que estos elementos se dejaron a un lado a fin de ajustar la economía del relato. En consecuencia, reformulo mi pregunta: ¿De verdad se puede aceptar que el tipo haya superado las desgracias (con o sin ayuda) para convertirse en un corredor de bolsa de una importante firma de Wall Street? El final feliz de esta fábula del siglo XXI canjea el título de nobleza por papeles mucho más lucrativos: títulos de deuda.

Así y todo, al margen de lo ideológico, hagamos una nueva concesión: supongamos que sea admisible una aspiración semejante. Es más: conjeturemos un personaje que, al igual que el protagonista de The Pursuit of Happiness, un día cualquiera se ve arrojado a la calle con su familia. No existe para él un Estado que le ofrezca ayuda, las personas que pueden darle una mano atraviesan dificultades similares y las organizaciones privadas solo persiguen ganancias. ¿Qué pasaría si este personaje siguiera el modelo de Chris Gardner? Después de todo, no puede ser que The Pursuit of Happiness y la mayoría de las películas de Disney estén tan equivocadas… Esta es, más o menos, la premisa de la que parte 99 Homes de Ramin Bahrani. Pero no solo eso: el filme analiza con ojo de forense las consecuencias de un sistema político, social y económico que fomenta la fábula de la Cenicienta –o, dicho con palabras más familiares, el sueño americano– como instrumento para mantener a las capas desfavorecidas de la sociedad bajo el efecto de una ilusión irrealizable.

Dennis Nash (Andrew Garfield) es un albañil que no consigue trabajo. El apuro económico lo llevó a hipotecar su casa. A causa de su estado de morosidad, el banco le inicia un juicio (de manera express) y el Estado falla a favor de la organización financiera. Así, de un saque, Dennis Nash pierde su casa. Y no solo eso: el Estado le intima a desalojar el inmueble en menos de una semana. Dennis Nash guarda esperanzas de que el Estado sepa comprender su situación. Sin embargo, llega el día del desalojo. Temprano en la mañana, llama a la puerta Rick Carver (Michael Shannon), el agente inmobiliario que adquirió la propiedad (también de manera express), acompañado por dos agentes de policía. Dennis Nash ruega clemencia. Rick Carver se ampara en el fallo judicial y la presencia de los agentes: él solo se encarga de cumplir la ley. Estos hechos que describo son apenas un anticipo de la crudeza que 99 Homes habrá de exponer a lo largo de dos horas. Lo que se habrá de mostrar es la total indefensión del ciudadano frente a un sistema que favorece al poderoso. No hay lugar para el melodrama. No hay lugar para la voluntad heroica. No hay lugar para el consuelo engañoso. El desalojo de Dennis Nash es apenas uno de los 99 que el título del filme anticipa.

Ahora bien: Dennis Nash tiene que salir al paso. Tiene que encontrar no solo un lugar donde mudarse, sino que además tiene que sostener a su familia. No hay trabajo. Lo único que tiene para sobrevivir son sus herramientas y su voluntad de trabajar. ¿Qué puede hacer? Recuerdo que no hace mucho tiempo hubo en nuestro país una especie de ministro que propuso crear ciudadanos capaces de vivir en la incertidumbre. Dennis Nash es el producto perfecto de ese modo de pensar la existencia como un libro contable: está dispuesto a realizar cualquier trabajo con tal de sobrevivir. Semejante circunstancia lo lleva a cruzarse de nuevo con Rick Carver, el agente inmobiliario. Ni lerdo ni perezoso, Rick Carver olfatea la urgencia de Dennis Nash. Entonces, desde su posición de ventaja, Rick Carver le propone a Dennis Nash una oferta que este no puede rechazar: trabajar como jornalero a su servicio en las tareas de desalojo. Esta jugada narrativa magistral permite que la historia se desarrolle desde una doble perspectiva: la del urgido y la del privilegiado. Y no solo eso: dicha estrategia neutraliza cualquier intento de derivar el tono hacia la épica del American Dream. En efecto: 99 Homes muestra lo inmediato en su llana crudeza, lo real en sus puras contradicciones, tal como lo engendran los humanos de carne y hueso.

Hasta aquí creo haber hablado lo suficiente acerca de ciertas virtudes de 99 Homes. Me faltaría agregar que la pueden ver en Netflix. Y que la labor actoral de Andrew Garfield y de Michael Shannon es sobresaliente. Uno y otro dotan a sus personajes de una intensidad que atrae como imán: he visto la película hace un par de semanas y mi memoria continúa bajo el influjo de esa fuerza. Pero antes de finalizar, me gustaría elaborar algunas conjeturas, un poco a la manera de esas notas biográficas que añaden datos postreros a la vida de los personajes. Circa 2006, Chris Gardner, luego de luchar incansablemente por alcanzar la felicidad, se convierte en corredor de bolsa de una importante firma de Wall Street. Es probable que haya especulado con los tristemente famosos créditos subprime que provocaron la bancarrota de 2008. Esos paquetes de deuda incluían hipotecas. Es decir, deudas de personas que a lo mejor se hallaban en una situación de necesidad igual o peor que la que Chris Gardner experimentó antes de alcanzar la felicidad. Incluso es probable que, luego de la bancarrota, Chris Gardner no haya perdido nada de sus posibles ganancias, ya que el gobierno estadounidense se encargó de estatizar la deuda de los bancos y las financieras quebradas. Si esta cadena de hechos fuera posible, se podría imaginar entonces que Chris Gardner, un hijo legítimo del sueño americano, le habría quitado (de manera directa o indirecta) a Dennis Nash (y a muchísimas otras personas como él) el modesto sueño de tener un trabajo estable y una casa donde vivir con su familia… Creo que ahora me queda claro por qué me incomoda tanto The Pursuit of Happiness. (AdrianoDuarte – Revista24Cuadros.com)