En la comunidad gitana de A Ciambra, universo sin ley, la familia es lo primero. Así lo ve Pio, de 14 años, cuyo modelo de conducta es su hermano Cosimo. Cuando éste va a la cárcel, Pio ve la oportunidad de demostrar su hombría proveyendo a la familia de peligrosas maneras. Pero ser adulto tiene un precio muy superior al que imagina

Mejor Actor en el Festival de Sevilla 2017

  • IMDb Rating: 7,7
  • RottenTomatoes: 88%

Película / Subtítulos (Calidad 720p)

 

Los italianos, los gitanos, los africanos (y los policías); un pueblo en la provincia de Calabria; la composición simbólica de A Ciambra, segunda película de Jonas Carpignano, tiene a esos personajes conceptuales y reales que conviven en un espacio en común. Todos sintetizan una época que se define por el involuntario nomadismo de los que menos tienen y viajan a tierras extranjeras más prósperas. A juzgar por cómo luce Gioia Tauro, el pueblo en cuestión, los viejos y nuevos extraños no han elegido el mejor de los mundos, pero probablemente resulte mejor estar ahí.

Como es de imaginar, la existencia económica del inmigrante es ardua; para conseguir un puñado de euros hay que trabajar mucho y a veces ni siquiera de ese modo se obtiene lo necesario. Carpignano descubre el funcionamiento de toda una economía delictiva, no del todo suficiente. Colgarse de un poste de luz es un clásico, y cada tanto la policía viene a realizar su inspección para detectar ese hurto propio de los que no tienen. Muchos eligen el robo de autos, como sucede con algunos miembros de la numerosa familia de Pio, un joven de 14 años que es el centro intenso y paradójicamente luminoso de este relato.

La adolescencia es una edad de aprendizaje distinta a la infancia, en la que es inevitable la atención a todo lo circundante. Pio es curioso y también ansioso; un poco por el contexto, quiere ser adulto antes de tiempo, más aún cuando su padre y su hermano son detenidos por un delito y él siente la responsabilidad de asumir la manutención de la casa. Las dos horas de La Ciambra reúne episodios en los que Pio se prueba a sí mismo; observa para actuar, actúa para pagar, y si bien no tiene el requisito indispensable para progresar —saber leer—, puede interpretar lúcidamente las reglas del mundo en el que participa.

A Ciambra no es uno entre otros filmes de crecimiento. Pio Amato, actor y personaje, ya había sido él mismo en Mediterranea (y en un corto también llamado A Ciambra). Sin él, este filme sería inimaginable, como también si no estuviera Koudous Seihon, quien en ambos filmes encarna a Ayiva, un hombre procedente de Burkina Faso que sobrevive en el mismo barrio. En la discreta solidaridad que se dispensan estos dos personajes de edades disímiles reside el núcleo ético de La Ciambra, una acción afectiva más poderosa que el resguardo garantizado de pertenecer a un grupo lingüístico y cultural.

El registro casi documental, que no renuncia en ocasiones a recursos expresivos que delimitan la representación dentro de un estricto orden de ficción (el inicio y una secuencia onírica tardía unidas por la presencia de un animal), además del hecho de que todos los intérpretes pertenecen a ese microcosmos, le imprime al juego de la ficción una relación misteriosa con la verdad. He aquí una figura tardía del neorrealismo, ya lejos de los ecos de la guerra que le dio nacimiento a esa estética pretérita, y ahora en un nuevo siglo encaprichado en demostrar que las penurias de muchos siguen siendo el contracampo de la felicidad (material) de pocos (Roger Koza – ConLosOjosAbiertos.com)