En A Face in the Crowd, una cadena de televisión convierte en estrella televisiva a un vagabundo. La sorprendente reacción del público hacia el personaje cambiará su vida por completo, convirtiéndolo en una víctima de los medios de comunicación.

  • IMDb Rating: 8,2
  • RottenTomatoes: 94%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Tenía un recuerdo muy lejano, y no demasiado estimulante de A Face in the Crowd, extraña y poco conocida realización de Elia Kazan, jamás estrenada en nuestro país comercialmente -recuerdo una crítica demoledora, realizada por el desaparecido José Mª Latorre, firmada en 1981-. Pero sucede que las películas siguen inalterables. Lo que se modifica es nuestra mirada, y también el entorno en que se desarrolla nuestra existencia. Y he aquí que lo que décadas atrás, me parecía una propuesta enfática y discursiva en grado extremo, el paso de los años la ha convertido en un testimonio altamente revelador, de lo más alienante, manipulador y populista, de la llamada civilización del progreso, y el contexto de los mass media. Algo que, en nuestro país, sigue teniendo imponente presencia, con la televisión basura, y que en USA proporciona un ejemplo de manual, con la figura de su actual presidente, que bien podría erigirse como una versión actualizada del protagonista de esta película. Una singularidad en la obra de Kazan que, a bote pronto, aparece como una insólita mixtura, entre esas propuestas que por aquel entonces, ofrecían los más conocidos realizadores de la ‘Generación de la Televisión’, tamizado por una querencia hacia el elemento satírico, que bien podría aparecer, como una mirada tardía al mundo expresado décadas atrás por Frank Capra y, especialmente, Preston Sturges, y que en aquel tiempo, ya venía demostrando con enorme pertinencia, el irrepetible Frank Tashlin -ese mismo año, Tashlin filmará una de sus mejores comedias, con Will Success Spoil Rock Hunter?-. Por ello, en la combinación de ambas vertientes, en el equilibrio logrado en la incardinación de las mismas, y en la vigencia que adquiere un planteamiento -debido a Budd Schulberg-, residen las cualidades que, mantienen vigente el planteamiento y la singularidad dramática, de una película que no solo aparece como definitoria de su tiempo, sino que adelanta los peores vicios de la cultura de masas, dentro de esa mixtura de género, e incluso una textura visual, con personalidad propia.

A Face in the Crowd parece, en sus instantes iniciales, que se ofrece como una continuidad, de la inmediatamente precedente Baby Doll (1956), en la obra de Kazan. Esa atmósfera sureña, muy bien recreada por la labor en blanco y negro, de los operadores de fotografía, Harry Stradling y Gayne Rescher, unido al experto uso que el cineasta ofrece de la pantalla ancha, nos introduce de inmediato en la pequeña prisión de una ciudad sureña, a la que acudirá Marcia Jeffries (espléndida Patricia Neal), la responsable de un programa de la emisora local -una especie de Nieves Herrero USA-, buscando talentos naturales, y encontrando durmiendo en una celda colectiva, al harapiento pero carismático Lonesome Rhodes (Andy Griffith), viendo de inmediato en él, un rasgo de autenticidad. Ello hará que lo promocione en dicho programa, observando el tirón popular de un sujeto, tan mediocre o más que cualquier otro ciudadano, pero envuelto en una libertad dominada por la demagogia que, en apariencia, está bañada en sentimientos auténticos. Muy pronto, se iniciará el ascenso en su popularidad, disparándose esta de manera meteórica, y disputándose los principales representantes de los mass media, alguien que, pese a su bravuconería, comunica con la audiencia, con una fidelidad insólita.

Todo ello, irá acompañado por una nada oculta fascinación de Marcia hacia Rhodes, y por los constantes coqueteos de este con muchachas, llegándose a casar con la jovencísima majorette Betty Lou (una casi debutante Lee Remick), apenas horas después de elegirla como Miss Arkansas. Esa mirada en torno a la alienación generalizada, que entonces y, mucho me temo que, corregida y aumentada, vivimos ahora, transmite el mundo del entretenimiento, adquiere en el film de Kazan un tono casi visionario, como en aquellos tiempos brindaría la mirada del entorno de Hollywood en The Big Knife (Robert Aldrich, 1955). La singularidad -y el mérito- de A Face in the Crowd, y también la circunstancia, por la que quizá fuera recibido con reservas, reside en su capacidad de trabajar los modos dramáticos habituales en el cineasta -su particular concepción del melodrama-, sus apuntes críticos, sobre una sociedad que ya se adivinaba llena de hipocresía, negocio puro y duro, la manipulación de los sentimientos de un mundo idiotizado, cuyos comunicadores, no dudan en utilizar a supuestas figuras, para obtener con ello beneficios económicos aunque, como sucederá en esta ocasión, Rhodes publicite unas pastillas, que no sirven literalmente para nada, o incluso se sirva apoyar a un senador, al objeto de relanzar su carrera como presidenciable. Todo ello, irá acompañado, por un jugoso elemento satírico, que supondrá lo más novedoso de la película, al insertarla dentro del conjunto de la obra de Kazan.

Sin embargo, con ser interesante esta novedosa presencia, creo que lo mejor, lo más perdurable de A Face in the Crowd, reside en esos episodios intimistas, generalmente ‘a dos’, en las que el cineasta aplica su concepción del espacio escénico, y la intensidad de la dirección de actores, cobrando dichos episodios, una alta temperatura emocional. Son secuencias, como la que describe la ruptura de Rhodes con su joven e ingenua esposa, o todos los momentos confesionales entre Marcia y Mel Miller (Walter Matthau), profesional de la televisión, y rápido descubridor de la baja estofa de Rhodes, al tiempo que secreto enamorado de esta. Sin embargo, en un conjunto en el chirrían con demasiada fuerza, los incontrolados excesos histriónicos de su protagonista masculino, destaca a mi modo de ver, un episodio espléndido, en el que quizá se encuentre lo mejor de la película. Me refiero a la llamada de Rhodes a Marcia, después de una infructuosa noche del primero en compañía femenina, en la soledad de su apartamento, situado en el ático de un moderno edificio. Hasta allí llegará su fiel descubridora -y enamorada-, confesando el entorno atormentado que le rodea, y pidiéndole en matrimonio. Serán unos instantes, en los que los auténticos sentimientos de ambos aflorarán, revelando la sinceridad de sus sentimientos, e incluso la debilidad que empaña los mismos; “No me hagas daño”, le pedirá Marcia. (TheCinema.blogia.com)