En A Lizard in a Woman’s Skin, una mujer decide visitar al psiquiatra para explicarle una pesadilla recurrente: mata a su vecina de una puñalada. Cuando ésta aparece asesinada, todas las sospechas recaen sobre ella. Pero, en el curso de la investigación, las circunstancias se complican.

  • IMDb Rating: 6,9

Película / Subtítulos (Calidad 720p)

 

Estrenada en 1971, al principio de lo que luego sería considerada la segunda etapa del cine de horror italiano y del más específicamente denominado giallo –caracterizado por la combinación del terror con las tramas de misterio policial– aparece A Lizard in a Woman’s Skin, que marca apenas el segundo título de género de Fulci, un cineasta de larga experiencia en comedias que recién empezaba a experimentar con el horror y el suspenso.

El género, que en su versión italiana llevaba ya varios años compitiendo con títulos clase B de Estados Unidos o Gran Bretaña (gracias a las películas de Mario Bava, entre otros «adelantados»), había entrado entonces en una nueva etapa en la que los códigos del horror gótico habían sido reemplazados cada vez más por los más característicos del cine policial y del thriller. Además de la obra de la camada de realizadores de los ’60, L’uccello dalle Piume di Cristallo, opera prima de Dario Argento, estrenada en 1970, había sido fundamental en darle un nuevo giro estilístico. Y Fulci no iba a quedarse atrás, si bien su película es muy distinta a la de su compatriota.

Con el Swinging Sixties británico de fondo, A Lizard in a Woman’s Skin comienza como un relato más bien clásico de terror, en el que los elementos sobrenaturales parecen tener un rol, algo que no solía ser característica del género en su versión itálica. Carol Hammond (la actriz de origen brasileño Florinda Bolkan) tiene un sueño en el que se ve obligada a correr alrededor de decenas de cuerpos desnudos para terminar teniendo sexo con Julia (Anita Strindberg), la bella, joven y «liberada» mujer que vive en la casa de al lado y se la pasa haciendo fiestas con otros jóvenes «hippies». En uno de esos sueños –que la mujer le cuenta en detalle a su psicoanalista–, Carol la mata y, misteriosamente, Julia aparece muerta a la mañana siguiente… tal como ella lo había soñado.

Lo que sigue es una investigación policial un tanto bizarra en la que un inspector de Scotland Yard comienza a hurgar en lo sucedido. Hay muchos posibles sospechosos y la pesquisa parece ir por el lado del marido –que tiene una amante– o bien por un par de jóvenes, participantes de las fiestas de Julia, que parecen vivir en un estado de ácido y delirio permanente. Pero la principal sospechosa sigue siendo Carol, ya que su ropa y sus huellas aparecen en el lugar del crimen. Y es por eso que la detienen y encierran.

De ahí en adelante lo más destacable del film serán las escenas de aparente alucinación que vive Carol, las que pondrán a funcionar la imaginación de Fulci, la de su especialista en efectos especiales Carlo Rambaldi (que años después trabajaría en los efectos de Close Encounters of the Third Kind, Alien y crearía al mismísimo extraterrestre de E.T., entre otros clásicos) y de su director de fotografía, Luigi Kuveiller, ya que allí los universos de lo que es real y lo que es alucinación se mezclan sin demasiada distinción.

La primera de ellas tiene lugar en un instituto psiquiátrico en el que a Carol la persigue uno de los miembros del grupo hippie (el «pelirrojo») al que ella vio en su sueño criminal. La escena termina con Carol topándose con una espeluznante imagen que incluye un experimento con perros que le trajo al film problemas con la censura. Más adelante, Carol va hasta el londinense y vacío Alexandra Palace y se topa otra vez allí con el pelirrojo en cuestión. Aquí será una bandada de murciélagos las que la atacarán brutalmente, al mejor estilo The Birds, de Hitchcock. Realidad y fantasía parecen chocar cuando Carol termina siendo violentamente herida en el brazo por un cuchillazo de su perseguidor. ¿Qué hay de real y qué de alucinación en lo que le está pasando?

A Lizard in a Woman’s Skin, como muchas de las películas del género, funciona más como un receptáculo de muy buenas set pieces que por su coherencia narrativa interna, que en este caso es torcidamente complicada y casi indescifrable. Lo más inquietante aquí es la mirada estilizada de Fulci a esa época británica de excesos sexuales y consumos de drogas alucinógenas, enfrentadas a la vida burguesa más convencional de la más timorata Carol. La película parece inspirarse en ese tipo de alucinaciones a la hora de crear sus escenas más extrañas, dando la impresión que lo que sucede cuando un personaje «consume» existe a mitad de camino entre la realidad y la fantasía. O, dicho de otro modo, los hechos pueden parecer imaginados pero las consecuencias son muy reales.

Sin embargo la película no va a fondo con esta teoría –ya verán la resolución, que es bastante más «lógica»– sino que la utiliza como excusa para teñir a la realidad de formas, colores, personajes y movimientos (de cámara) excesivos, distanciados de la realidad, terror italiano de los ’70 en una versión incipiente. Una escena en la que la intensa chica hippie lanza cuchillazos pintados de rojo sangre (bah, ese rojo brillante que en el giallo funciona como tal) ante un lienzo blanco parece resumir muy bien las ideas visuales pictóricas de una película en la que el deseo es el motor del peligro. ¿Fulci referencia de algún modo el caso Manson y cómo el aparentemente amable universo hippie puede tornarse violento? ¿O su influencia es el misterio irresoluble en el corazón de Blow Up, película que su compatriota Michelangelo Antonioni filmó también en ese país y en un universo parecido?

Pese a la excelente música de Ennio Morricone en plan late sixties (ese funk-jazz entre etéreo y siniestro de la época, especie de Quincy Jones europeizado) y nuestro Alberto de Mendoza en un papel secundario, A Lizard in a Woman’s Skin no llegaría a ser el éxito esperado por Fulci. De hecho, la película que lo pondría en el mapa del cine de terror italiano primero e internacional después fue la siguiente, Non si Sevizia un Paperino. Para los parámetros del director de Zombie, esta delicada y sutil película es un juego de niños a la espera de los momentos más urticantes de la obra del «Padrino del Gore». (Diego Lerer – Micropsiacine.com)