En un futuro cercano, en el pueblo de Bacurau se llora la muerte de su matriarca Carmelita, que falleció a los 94 años. Algunos días más tarde, los habitantes se dan cuenta de que el pueblo está siendo borrado del mapa…

Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2019
Mejor Dirección, Premio de la Crítica y Jurado Joven en el Sitges Film Festival 2019

  • IMDb Rating: 7,8
  • RottenTomatoes: 89%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

El reciente cine brasileño independiente ha ensayado distintas formas de trabajar por vía indirecta el malestar social de un país gobernado hoy por un endemoniado mandatario. Los cineastas han sido, también, profetas: imaginaron una teocracia castrense, revisaron la lucha de clases revistiendo esa contienda con mitos pretéritos, especularon con viajes en el tiempo para proponer indirectamente una revuelta. En esta línea, Kleber Mendonça Filho es el autor más destacado entre varios notables. Su Bacurau es el último exponente de ese noble ejercicio de emplear un género cinematográfico para mostrar y denunciar un orden social inaceptable. Aquí, además, lo acompaña en la dirección Juliano Dornelles, sin duda, una buena compañía.

Brasil es un punto luminoso en el planeta; un poco después aparece Bacurau, un pueblo perdido del oeste de Pernambuco que no se distingue en los mapas disponibles en la web y que está cercado por políticos corruptos, empresarios inescrupulosos y mafiosos al servicio de estos. Los cauces del río están privatizados y militarizados, los pocos pobladores residen como pueden y se sostienen bajo un estricto sentido comunal. La solidaridad es más que una elección ética: es una política.

Todo sucede en un futuro impreciso, en el que los drones lucen como platos voladores pequeños, se anuncian ejecuciones públicas por televisión, hay bandidos por los que se pide recompensa y los pobladores toman una droga psicotrópica. Existe, además, una amenaza concreta sobre la población: un grupo mafioso estadounidense pretende tomar el pueblo por cuestiones estratégicas. De la despedida funeraria de una mujer de 94 años con la que empieza el film a la confrontación entre yanquis y aldeanos del final, la violencia es una constante y la muerte, un destino.

Bacurau está concebida como un western europeo de los 70 (y en esto la presencia de Udo Kier como el líder de los extranjeros es paradigmática), y como tal apoya sus resortes narrativos en zonas transitadas del género: los buenos y los malos propenden lúdicamente a la caricatura, las escenas violentas desbordan la verosimilitud del realismo, los personajes se definen rápidamente y todo el relato puede ser leído como una alegoría. Que esté concebida no significa que esté ejecutada a imagen y semejanza; Mendonça Filho y Juliano Dornelleses son lo suficientemente cultos en la materia para trabajar sobre apropiaciones precisas y exógenas.

Es por eso que la introducción de signos decimonónicos y de las primeras décadas del siglo pasado de la cultura brasileña y su folclore resultan un añadido indispensable. En este sentido, la alusión a los cangaçeiros y los enfrentamientos de estos con los fazendeiros, invocados en las fotos del museo del pueblo y en el orgullo de un personaje que lleva en su mano la cabeza de un enemigo, retoma una vieja disputa sobre la posesión de las tierras y las transformaciones de estos litigios en nuestro siglo y con nuevos actores. Al respecto, la exangüe consigna “el pueblo unido jamás será vencido” revive por la gracia de la ficción, sin por ello olvidar la advertencia del poder en la boca de Kier: “Esto recién empieza”.

Hay escenas poderosas en Bacurau: un ritual funerario, la resolución de una escena que empieza con un viejo desnudo cuidando sus plantas y el encuentro solitario entre Kier y la médica que encarna Sonia Braga son instantes de cine, pasajes de una potencia indesmentible. A su vez, la habitual gramática obsesiva de Mendonça Filho, no necesariamente una condición virtuosa, está atemperada, paradójicamente, por la lógica interna de las escenas; el descontrol proviene desde el estómago del relato, de tal forma que la predilección por el control geométrico de los encuadres y la concatenación de cada célula del film obedeciendo a un comando meticuloso que le quita aire a la propia respiración del relato —una marca de autor— no pueden encorsetar el conjunto en un diseño de perfección irrespirable. Desencadenado y quizás irritado, Mendonça Filho (y Dornelleses) encuentra(n) en la imperfección mejores resoluciones cinematográficas, incluso cuando por capricho adiciona(n) escenas de sexo que no tienen absolutamente nada que ver con el relato, a diferencia de otras preferencias formales, como los hermosos fundidos con los que pasa de una escena a otra en varias ocasiones.

Pero hay un escollo para todo film que apele a lo alegórico: la simplificación conceptual articulada en la apelación apoyada en una pedagogía universal de la infamia que poca luz derrama sobre el entramado político concreto al que se quieren dirigir las municiones cargadas en nombre de la justicia. Películas como As Boas Maneiras o Branco Sai, Preto Fica pudieron sobrepasar el límite de la alegoría y situarse más acá de la alusión sin por ello sucumbir al panfleto o la denuncia explícita. No así Bacurau, que nunca es un volante de partido ni un cuento de protesta, pero que sí permanece encasillado en las propias reglas generales de su puesta en escena y de una tradición ya codificada. Es así como el propio cuento resulta bastante inofensivo frente al poder que se desprecia, como si el propio lugar común del género resintiera la indignación que a veces se filtra en un gesto y en el tímido deseo de llamar a las armas. (Roger Koza – ConLosOjosAbiertos.com)