En Beach Rats, un adolescente de Brooklyn sin objetivos lucha por escapar de su desoladora vida familiar y averiguar cuestiones sobre su identidad, mientras pasa el tiempo con sus amigos delincuentes, una posible nueva novia y hombres mayores que conoce online.

Mejor Director en Drama en el Festival de Cine de Sundance 2017

  • IMDb Rating: 6,5
  • RottenTomatoes: 85%

Película / Subtítulos (Calidad 720p)

 

El descubrimiento y la revelación de la propia sexualidad son, contra natura, experiencias que a menudo no dependen solo de uno mismo, sino que vienen condicionadas por la familia, los amigos, la sociedad o el Estado. Esto es evidente en países donde la homosexualidad todavía es penada por ley, pero también en aquellos otros donde aun sin castigo normativo el atraso de la comunidad impide su libre desenvolvimiento. No debería ser el caso de los Estados Unidos, país desarrollado donde desde 2015 se reconoce gracias al Tribunal Supremo el matrimonio gay en todos los Estados, aunque en el contexto actual ha vuelto a sufrir una regresión en este sentido. Además la amplitud de su demografía y la variedad de su sociología provocan que lo aceptado en algunos supuestos pueda estar prohibido en otros. En sentido cronológico dos de las películas más reconocidas de los dos últimos años han tratado estas dificultades remontándose a épocas pasadas: Carol (Todd Haynes, 2015) y Moonlight (Barry Jenkins, 2016). También podríamos adelantar el ejemplo de rigor de este año, Call Me by Your Name (Luca Guadagnino). En efecto es curioso que las tres retrotraigan sus historias a un tiempo previo al VIH y que sus protagonistas, de estratos muy diferentes, sufran conflictos internos que derivan de una problemática similar. En cambio hay un cine menos publicitado, más marginal, que ha enfocado esta temática en los suburbios actuales de la sociedad norteamericana: caso de la muy recomendable Princess Cyd (Stephen Cone), o la que ahora nos ocupa, Beach Rats.

Presentada en Sundance, es el segundo largometraje de la valiente Eliza Hittman, que ya destacó en su ópera prima It Felt Like Love (2013) con un relato sin tapujos sobre el despertar sexual. En esta nueva incursión en la intimidad de un joven personaje, ahora masculino, se desplaza a Brooklyn para contarnos sus peripecias en este terreno, en concreto vía una página de citas online en la que se graban otros hombres desnudos, semidesnudos o deseando estarlo tras lograr el oportuno match. Evidentemente esta actividad la mantiene en secreto, de noche en el ordenador de su cuarto, pues su madre y su hermana que conviven con él no sospechan de esta doble vida, ni tampoco sus tres amigos heterosexuales con los que se droga y deambula para flirtear con chicas. Una de ellas se fija en él, por ser el más agraciado y quizá también por ser el que no pretende lo primero acostarse con ella, rechazo que se confirma cuando la invita a su hogar, entonces para frustración de su acompañante, aunque esto no evitará que se sienten las bases de una relación condenada al fracaso. Establecidos así los cuatro ejes interactuantes del protagonista (familia, amigos y pareja, más el virtual), es casi milagroso que logre mantenerlos independientes durante buena parte del metraje, sobre todo para quien no parece ser especialmente ingenioso ni espabilado: recordemos ante todo que su conflicto es interno.

Pero Hittman pone demasiado el acento en este componente introspectivo, que pasa de ser núcleo del drama a pervertir su desarrollo. No hemos mencionado al padre enfermo de cáncer porque lejos de añadir un obstáculo dramático, su condición no tiene mayor repercusión. No puede ignorarse que la enfermedad con toda seguridad ha socavado la confianza y el bienestar del joven, lo cual sí influye en la trama principal, pero la manera en que se ejecuta esta subtrama, más cercana a la anécdota, nos impide darle un valor propio. Otro elemento que sí hemos esbozado es el de la relación de pareja, que efectivamente se rompe (lo inevitable de este desenlace excusa el spoiler ), pero lo hace de la forma menos perturbadora posible (ahora no añadimos más porque esto si conviene presenciarlo sin datos previos). La propia conclusión de Beatch Rats, cuando ya el protagonista es incapaz de desligar esas distintas partes de su vida, se antoja precipitada, casi con una intención de confusión anticlimática para dejar en el aire todo lo que pudiera resultar ajeno o ulterior al camino que ha debido recorrer aquel por sus propios sentimientos.

En verdad Hittman consigue dotar a Beach Rats de emoción genuina, precisamente por dedicarle casi todo el tiempo, limitando los escenarios y los personajes para familiarizarnos con un ambiente muy concreto, aunque sus referentes sean genéricos: unos seres a la deriva hacia los que profesamos tanta pena como compasión. Esta combinación de idiosincrasia y discurso universal conforma una lograda verosimilitud, hasta el punto de que nos contagiamos de las incertidumbres de su héroe y durante buena parte de la historia dudamos también de su orientación sexual y compartimos la frustración de sus encuentros más o menos efímeros. A ello contribuyen las sentidas interpretaciones de sus poco conocidos actores, con el sorprendente Harris Dickinson a la cabeza, secundado por las más expresivas Madeline Weinstein y Kate Hodge, así como un estilo transparente del que un ojo analítico casi se olvida en beneficio del propio discurrir del drama. En suma éste tiene tanto méritos propios, estéticos y descriptivos, como relacionados con esa necesidad más amplia de contar este tipo de historias, aun cuando se nos aparezcan como fragmentos de una narración cuyos límites sobrepasan los del estrecho metraje. En cualquier caso estos son fáciles de proyectar si consideramos todo ese bagaje que, por muchos ejemplos vitales que nos ofrezca, sigue siendo ignorado por una parte demasiado grande de la población. (Ignacio Navarro Mejía – ElAntepenúltimoMohicano.com)