En Cop Car, dos chicos de diez años encuentran un coche de policía aparentemente abandonado y deciden dar una vuelta. Comienza así un tortuoso y desesperado juego del gato y el ratón en el que la única salida será darle al acelerador y conducir lo más rápido posible.

  • IMDb Rating: 6,3
  • RottenTomatoes: 80%

Película / Subtítulo  (Calidad 1080p)

 

Our Robocop Remake (2014) fue un curioso proyecto surgido del amor que un grupo de fans profesaba hacia el clásico Robocop (1987) de Paul Verhoeven, construyendo una particular (y muy delirante) versión de éste en clave de parodia, mezclando todo tipo de géneros y formatos a lo largo de 60 escenas, siendo cada una de las mismas dirigida por un realizador diferente. John Watts fue uno de ellos y, tras tan peculiar carta de presentación, se embarcó en su primer largometraje en solitario con Clown (2014), modesta serie B de terror cargada de humor negro que contó con el empuje de Eli Roth desde la silla del productor y desempeñando un papel en su más discutible faceta de actor. Pese a que no se tratara de una ópera prima excesivamente brillante, aquella vuelta de tuerca al manido tema de los payasos asesinos tuvo su encanto y no fue del todo mal recibida por la crítica, sirviendo, además, para unir a Watts, por primera vez, con Christopher D. Ford, co-guionista con quien vuelve a repetir en Cop Car (2015). Este segundo trabajo sí parece haber logrado que su nombre comience a oírse con mayor fuerza dentro de los circuitos del cine independiente americano y más allá, ya que los avispados grandes estudios de Hollywood, que reconocen el talento a la legua, ya se han fijado en él, confiándole la realización del nuevo reboot de Spider-Man, superproducción que no hará más que confirmar su meteórica trayectoria.

“Nunca juegues con extraños” sería la primera norma básica que, con gran asiduidad, se rompe por los protagonistas de un tipo de películas de suspense que, tras el éxito del aclamado telefilme Duel (Steven Spielberg, 1971) y sucedáneos como The Hitcher (Robert Harmon, 1986), crearon todo un subgénero que combinaba, a partes iguales, road movie (o película de carretera) con ingredientes más propios del terror psicológico. Cop Car podría catalogarse dentro de este tipo de cine, más por su premisa inicial que por la manera en la que después ésta es plasmada en la pantalla. La historia, lejos de aportar algo novedoso, destaca por su sencillez: Dos niños de unos diez años que pasean por un campo descubren un coche de policía aparentemente abandonado. Con la curiosidad y entusiasmo propios de la edad, entre juegos, los chavales arrancan el automóvil y se disponen a dar una vuelta, sin sopesar las posibles consecuencias de su acto. Es ahí donde comienza una auténtica pesadilla cuando se conviertan en el objetivo del dueño del vehículo, el trastornado y corrupto sheriff local, que ve en los chicos una amenaza que podría destapar el secreto que oculta en su maletero. Estamos ante la enésima variante del juego del gato y el ratón, o, lo que es lo mismo, David contra Goliat (por la inicial desigualdad de condiciones entre perseguidor y presas), pero Watts, ya desde las primeras escenas, parece querer dejar constancia de su intención de esquivar la habitual sucesión de momentos efectistas y acción sin tregua que hasta ahora a caracterizado a este tipo de cacerías humanas. En su lugar, el primer tercio, pausado y contemplativo, nos hace una presentación, a grandes rasgos, de los niños, haciendo hincapié en su carácter atrevido y una gran facilidad para meterse en problemas. Por el contrario, el villano, tal vez en una estrategia para hacerlo más enigmático, está mucho menos definido y en ningún momento se profundiza en el porqué de su conducta ni explica los trapicheos en que anda metido. El choque entre el bien y el mal se hace esperar pero, hacia mitad de la cinta, cuando el policía cobra consciencia de que su coche está en manos de unos chiquillos, ésta comienza a ganar en intensidad, tomando unos caminos más reconocibles en este tipo de productos.

El primer gran acierto de Cop Car habría que buscarlo en el excelente trabajo de casting realizado para elegir a James Freedson-Jackson y Hays Wellford, los jóvenes actores sobre quienes recae la mayor parte del peso de la acción. Dos niños sin experiencia anterior que, en última instancia, demuestran una prodigiosa naturalidad ante las cámaras, logrando, pese a la rebeldía de sus roles, no resultar en ningún momento insoportables o cargantes como suele ocurrir en otras películas protagonizadas por niños prodigio de Hollywood. No solo resultan auténticos en su complicidad, sino que también aprueban con nota el reto de aguantar estoicamente la réplica de un monstruo de la interpretación como es un Kevin Bacon del que ya conocíamos, sobradamente, lo bien que le sienta este tipo de personajes oscuros y trastornados. Éste, en concreto, es todo un bombón que el veterano actor acierta a exprimir al máximo, entregando uno de sus mejores trabajos de los últimos años. Su inquietante presencia le basta para que perdonemos que el villano al que da vida carece de suficiente entidad como para pasar a los anales del género del modo que lo hizo, por ejemplo, el Harry Powell encarnado por Robert Mitchum en la fundamental The Night of the Hunter (Charles Laughton, 1955). Y sin embargo, Cop Car bien podría ser una actualización de aquel cuento de horror con el que comparte el modo en que un adulto desalmado le arrebata, de manera violenta, la inocencia a dos indefensos niños. Especialmente retorcida, en este aspecto, es la tensa escena en la que el sheriff amenaza a los pequeños con asesinar brutalmente a la abuela de uno de ellos y a sus mascotas. Afortunadamente, el guion de Watts y Ford, pese a su linealidad y casi total ausencia de sorpresas, se las apaña para incluir unas pequeñas dosis de humor negro con las que rebajar el alto componente macabro de una historia que, con un poco más de energía y ambición, bien podría parecer dirigida por los hermanos Coen. Se conforma, de esta forma, con ser un pequeño ejercicio de suspense, muy bien rodado (especialmente, la fotografía de Matthew J. Lloyd y Larkin Seiple está muy por encima de la modestia del proyecto) y con algunas resoluciones argumentales que escapan de lo habitual, atravesando la línea de lo políticamente correcto. Razones suficientes para continuar siguiéndole la pista al amigo Watts en el futuro. (José Antonio Martín León – ElAntepenúltimoMohicano.com)