Effi Briest está basada en la novela homónima de Theodor Fontane, trata sobre el estricto código moral de los prusianos durante los tiempos de Bismarck. Effi Briest es una joven que se casa con un hombre mayor que ella, el Baron von Instetten. Tras unos años en los que la pareja vive feliz, la amistad de ella con el Mayor Crampas supondrá un conflicto ético que concluirá con un duelo entre el marido ofendido y el supuesto amante.

Premio Interfilm en el Festival de Berlín 1974

  • IMDb Rating: 6,9

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Disfruto un film desde el título, aunque no siempre parezca el adecuado en sus comercializadas traducciones de cartelera. Nunca vi uno tan “programático” como este: Fontane Effi Briest oder Viele, die eine Ahnung haben von ihren Möglichkeiten und ihren Bedürfnissen und trotzdem das herrschende System in ihrem Kopf akzeptieren durch ihre Taten und es somit festigen und durchaus bestätigen. (Propongo a los aprendices del alemán ejercitarse en traducirlo. Mientras tanto, despliego interrogantes sobre esa creación cinematográfica de Rainer Werner Fassbinder.)

¿Arte puro en ámbitos de la obra total? Cuando el medio (la tecnología al servicio del cine) dicta sus leyes homologantes, es difícil elidir su impronta en cualquier manifestación artística que lo utilice. La tendencia viene dándose así: Hegel (1770-1831) lo pensó; Wagner (1813-1883) lo puso en práctica con el instrumento operístico y se gloriaba de ello. Si el autor de cualquier artefacto estético pretendiese escapar de ese trend, pecaría de ingenuo y se ganaría fama de retrógrado. ¿Cómo hizo Fassbinder, cineasta que posó de anarquista y ”antisistema” hasta su muerte, para consumar a la edad de 28 años una proeza fílmica titulada por él Fontane Effi Briest – y lo subsiguiente – con la trama de una novela publicada en 1894? No solo “aparecida” ese año, sino leída con leal apasionamiento por el público principalmente femenino de esas décadas de tránsito al siglo veinte, según aseveraba mi nada “literata” madre acerca del Roman Effi Briest y de otros del mismo autor, Theodor Fontane.

En la novela, Effi Briest es la hija de diecisiete años de un noble rural de la Marca de Brandenburg, criada en la libertad y la inocencia de la vida campestre y educada por un pastor de ideas amplias y sencillas. La madre de Effi Briest había amado en su juventud a un joven oficial, el barón Instetten, pero se casó con un mejor partido. El barón Instetten, después de abandonar el estado militar, hizo carrera en Pomerania, y ahora, durante una visita a casa de Briest, queda prendado de la jovencísima hija de su antiguo amor y la pide en matrimonio. Effi, halagada en su orgullo, acepta su proposición.

Después de un viaje a Italia, que fatiga a Effi por la afición museística y cultural de su marido, el barón Instetten conduce a Effi a una casa perdida en Pomerania, en el mar Báltico. El ambiente de la nueva vida de Effi está constituido por un perro fiel, una nodriza y un farmacéutico, Gieshübler. La sociedad noble de los alrededores, con todas sus convenciones, resulta inaccesible e insoportable para la jovencita, acostumbrada a la vida clara y libre de la naturaleza. Effi da a luz una niña. Pero al mismo tiempo, la aparición de un nuevo personaje, el comandante de la milicia territorial von Krampas, marca su destino.

Krampas trenza con Effi un idilio favorecido por las dilatadas ausencias del barón Instetten. Effi se deja arrastrar a unas relaciones culpables; pero el barón es llamado a Berlín y ella se traslada con su marido a la capital, donde empieza una nueva vida. Effi se siente poco a poco liberada de la pesadilla de aquella culpa, pero una casualidad hace descubrir al marido las cartas que Krampas le enviaba. Un viejo amigo de familia aconseja al barón que olvide la infidelidad; pero el barón, esclavo de los prejuicios de la época, mata en duelo a Krampas. Effi, repudiada por su marido y su propia madre, se encuentra de pronto como lanzada fuera de la vida; su temperamento ardiente, sofocado en la juventud, languidece poco a poco en una fatal debilidad.

El padre de Effi, sin duda la figura más humana del libro, llama a su hija a la vieja casa de su infancia, donde, al renovar el contacto con las puras bellezas de la naturaleza y la vida libre del campo, Effi se reconcilia consigo misma y el mundo y muere en inocencia culpable.

En la novela Effi Briest el escritor descuella por su arte de callar, puesto que todo se desarrolla a media voz, sin dramático patetismo (aparte de la catástrofe provocada por el duelo). Todo respira una resignación consciente ante la rigidez de las leyes de la llamada buena sociedad, de la cual retrata sus debilidades y sus errores, excusándolos con cierta indulgencia. Considerada la mejor novela de Theodor Fontane, Effi Briest es también una de las obras maestras del realismo literario alemán.

No es que leer narraciones como aquella “escandalizase” a las damas de aquel tiempo. Lo escandalizante eran las conductas tenidas como “reales” que ahí se contaban, inapropiadas todavía para difundirse en la wilhelmina sociedad alemana de aquellos años. Por entonces, temas de esa índole eran popularizados en folletines o en librejos de quiosko y boulevard que se vendían por pocos centavos a las modistillas. En cambio, gracias al prestigio del autor, Effi se había lanzado en edición cuidada y casi de lujo. Más que una fusión de clásico, romántico y realista, era un libro de modernidad alboreante. Apto para ulteriores versiones de teatro vanguardista o de cineastas de avanzada. De hecho, varios registas se atrevieron a presentarlo sobre tablas o en la pantalla; la versión de Rainer Fassbinder debe de ser la cuarta para el 7º arte (como se lo bautizó desde 1911 a moción del crítico Ricciotto Canudo).

Pero en la película de Fassbinder aparece, como respuesta al texto novelado, una actitud singular: al parecer, el cineasta se coloca en la actitud de un “lector actual” de la novela con el intento de transponerla en imágenes de fines del siglo XIX, sin permitir que el amor de Fontane hacia su región (la marca brandenburguesa) y su gente “dulcifique” o de algún modo disculpe las convenciones sociales de aquella sociedad. La escasa reciprocidad que Effie consigue despertar en los sentimientos de su esposo y de los otros personajes instalados en la mansión y el pueblo donde habitan, condiciona la aparición de alucinaciones auditivas que podrían sonar como una inofensiva excentricidad de la muchacha. Pero que el marido las aprovechara como un instrumento pedagógico para impedirle ser infiel, se convertía en un calculado y cruel método de sometimiento.

Al cabo de un año, el barón Instetten es promovido a un cargo de consejero ministerial, lo que obliga al matrimonio a un cambio de residencia. Effi se despide de su culposa relación con Krampas. Cinco años más tarde, Instetten descubre las misivas que ese fugaz amante había escrito a su esposa. Pese a buenos consejos de un amigo, el barón insiste en retar a duelo a Krampas y lo mata. Repudia a su mujer y hasta los padres de ésta se niegan a verla. Effi, en compañía de la sirvienta Roswitha a la que había conocido en la mansión de Kessin, se muda a una humilde vivienda y sólo exige poder ver a su hijita Annie. Ésta la visita y Effi enferma al comprobar el desapego que el barón había instilado en el alma de la pequeña. Acogida de nuevo por sus padres, Effi muere de tuberculosis pulmonar no sin antes haber perdonado y justificado su comportamiento : “Creí en la nobleza de su corazón y siempre me sentí pequeña a su lado; pero ahora comprendo que lo es él, que es él el mezquino. Y porque es mezquino, es cruel. Todo aquello que es mezquino, es cruel”. – (Aunque el epíteto «mezquino» no sea una traducción literal del original «klein», me juego a sostenerlo en obsequio de la intensidad emocional del párrafo donde aparece. Con esa apuesta pierdo su sentido extensivo, pues el aserto «todo lo pequeño es cruel» incluiría a la hijita Annie, cuya inculcada frialdad es otra de las consecuencias atribuidas al exagerado concepto del «honor» del barón Instetten).

En el film de Fassbinder, la cámara a menudo estática retrata a los personajes como instantáneas de lo convencional. Esa rigidez cristaliza en la abundancia de los espejos. Las personas se “encuentran” en sus reflejos, lográndose así un efecto de distanciamiento en sentido brechtiano. Al mismo fin contribuyen las tomas y fusiones de enceguecedora sobreiluminación, quizás indicadoras de que la supuesta conducta reprensible de Effi debe ser obliterada por una espesa capa de convencionalismos.

En el film, el narrador en off – el propio Fassbinder – suele intercalar párrafos del novelista, con lo que la “lectura mediante imágenes” se complementa con una directa lectura del texto de Fontane cuando su escritura lo merece. Así el personaje “Effi” es mostrado en su paulatino trayecto desde la juventud plena de vitalidad hasta la madurez convencionalizada, regida por leyes no escritas del código social. En ese itinerario crecen asimismo las angustias de la protagonista, sonorizadas en alucinaciones. El director fue elaborando sus ideas en torno del film que proyectaba; no solo escribió el guión sino que se hizo la propia “voz” de Fontane – y aun la de Effi – como su narrador. Adjudicó el rol protagónico a la dúctil Hanna Schygulla, la inteligente actriz de muchas de sus creaciones, quien luego de la filmación se separó del director y no reapareció en sus filmes hasta 1979, con The Marriage of Maria Braun.

Fassbinder comunica mucho más de lo anunciado en el insólito subtítulo. El blanco y negro de las imágenes sugiere las páginas de un libro impreso, aunque “encorsetadas” o comprimidas; o con palabras segmentadas como si las dividiera un guión. Quizás una alusión a la existencia fragmentada y acartonada de muchos miembros de aquellas sociedad decimonónica.

Y el “Fontane” que el regista antepone en el título al nombre de la protagonista implicaría, tal vez, adjudicar a esta versión un enfoque “más auténtico” o más fiel al texto original que las ensayadas en las filmaciones predecesoras. Las zonas de negro absoluto que enmarcan la mansión señorial mostrada en la primera escena subrayarían esa intención y la de la trama completa. En paralelo, comparémosla con el pasaje donde el vigilante barón espía a Effi acompañada por Krampas: un spot de luz cae sobre la figura de Instetten, flanqueada a la izquierda por el árbol negro intenso, ramas oscuras por encima y sombras imprecisas a la derecha.

Acusado de estar influído por concepciones “teatrales” o escenográficas en sus filmaciones, este director las corrobora en los primeros filmes con técnicas prefiguradas por Bertolt Brecht y Jean-Luc Godard. Sin embargo, se maneja con un amplio espectro de posibilidades expresivas. Ver la escena del despertar en el dormitorio matrimonial: Effi acodada bajo un edredón sorbe su café matinal como una muñeca de adorno; detrás, el barón pontificando quizá sobre deberes conyugales; delante, en primer plano, una finísima red de encaje cubre el cuadro íntegro sin tapar los detalles.

Secundando procedimientos del novelista, el cineasta se y nos ahorra escenas escabrosas (comercialmente siempre atractivas) que la materia de la trama autorizaría en abundancia. Restricción que, lejos de encubrir, parece reforzar el tema de las represiones emocionales de los personajes. Signemos ese rasgo omisivo tanto para eventuales desfogues eróticos como para acontecimientos familiares de mayor pompa, tal el nacimiento de la hijita Annie. Aparece a la edad de seis años, durante los escasos segundos que le demandan tropezar en los negros peldaños de una escalinata. El más joven de los personajes queda así privado de sus posibilidades de lucimiento actoral, pero adquiere un intenso valor simbólico. Y en la más extensa escena con su madre, después de que el barón expulse a ésta de la casa, vemos a esta pequeña a través de una puerta entornada hablar confusamente con la voz de una mujer mayor. Como refuerzos adicionales a estas señales (ideológicamente acondicionadas) de “dureza” podrían mencionarse, por caso, los carteles o titulaciones insertos en la magnífica escritura alemana denominada “Fraktur”, como la que se muestra en un afiche o poster utilizado como anuncio del film.

Tampoco falta el aporte de la evanescente música, cuyo exceso subliminal o insistente ritornello puede dejar en ruinas al mejor documento fílmico. Toda la película de Fassbinder transcurre envuelta en tono discreto por la melancólica “Habanera” de Saint-Saëns y tal vez algún otro fragmento del mismo compositor. Presencia o ausencia de la música quizá sugieran el empleo sinuoso, aunque inexorable, del ritmo fílmico por parte del director.

Ayudemos a carcomer el mito Fassbinder: ¿Qué opinaba el cineasta de esta película? Si bien los creadores no suelen ser los mejores críticos de sí mismos, alguna vez respondió a un reportaje de Corinna Brocher: – Opino que el negro y el blanco son los colores más bellos para hacer cine. La tarea en este medio se hace con mayor seriedad en negroblanco que en color, pues en el primer caso es preciso reflexionar sobre qué hacer con luz y qué con imágenes. En cambio, los colores ya por sí entregan un efecto… Para mí, este film es un ensayo o intento de lograr una filmación literaria. La literatura debe ser el efectivo tema del film… Entiendo que para la más fascinante de las novelas de Fontane (Effi Briest) no es preciso recontar la fábula, que casi todos conocen, sino tratar de elaborar algo con lo escrito sobre papel: una filmación literaria… O sea: que en la película terminada se note con claridad que es una novela, y que lo importante de la novela no es que relate una historia sino cómo se la relata. Las precedentes filmaciones de Effi Briest dicen muy poco acerca del tiempo y de la imagen del tiempo que tenía Fontane. El cómo y el por qué la historia ha sido relatada así, tiene que ser traducido por el film… Y creo que este Fontane me interesa porque tiene que ver con mi modo de relatar… Se me asemeja porque compartimos una imagen del mundo que puede ser censurable: que las cosas son como son, y tan difíciles de ser cambiadas. Por más que comprendamos que deberíamos cambiarlas, en algún momento se terminan las ganas de cambiarlas, y entonces no hacemos más que describirlas. Y esto es lo que me fascina de Fontane: que él sepa muy bien lo que es reprobable en la sociedad en la que vive y que lo tiene confirmado como poeta, aunque él no pueda aceptarla; cuya estructura entiende como errónea. No otra cosa hago yo o hacemos hoy, con mayor o menor grado de consciencia.

Una mejorable versión castellana del subtítulo que el autor/director propuso para su film podría ser :«Muchos tienen una idea de sus posibilidades y de sus necesidades; sin embargo, sus cabezas aceptan el sistema imperante a través de sus propios actos, y con ello lo consolidan y lo confirman por completo».

Si un incidente o acontecimiento puntual, históricamente comprobable, hubo reencendido la chispa creadora de Theodor Fontane para inspirarle a escribir la novela Effi Briest, corresponde averiguarlo a lectores interesados. No busco verdades en lo pasado real, pero curioseo en sus interpretaciones – no tanto en las “científicas”, sino mejor en las inventadas o imaginadas. Sin embargo, alguna vez querría indagar la apasionante existencia de Fontane, descendiente de hugonotes franceses, residente en la marca de Brandenburg y enamorado de esa tierra casi prusiana, viajero curioso, periodista, prisionero de los franceses en la guerra de 1870, transformado en prolífico escritor de relatos y novelas a la edad en que muchos dejan de serlo.

El incisivo relato de Fontane es una escritura de pasos mesurados , reflexivos, invitadora a una lectura placentera, rica en vocabulario y en vuelos sintácticos, que hoy puede impresionar como anticipadora de la prosa de Thomas Mann. Retrata una sociedad ya inexistente, cuyos reflejos suelen sobrevivir en cualquiera de las nuestras herederas de las europeas del siglo XIX. Cierto psicologismo que flotaba en la atmósfera de la época la hace muy moderna y sugeridora de claves para entender la rizomatosa proliferación de la culpa. A cada uno de los personajes se le revela, asumido o no, un reconcomio de culpas recíprocas cuyo tejido los entrelaza al infinito. Ahí creo ver el sentido filosófico, no tan solo elusivo, de las palabras finales del papá de Effi cuando la madre pregunta si no habrán llevado también ellos una gran responsabilidad en el destino de la hija: – Esto nos llevaría a un territorio demasiado extenso.

Doy poco valor de esclarecimiento a responder, en torno del film Fontane Effi Briest, la retórica pregunta lanzada al comienzo de este post: ¿es ese film un soplo de “arte puro” en la caliginosa selva de “la obra de arte total”? Tendré por cierto que Rainer Fassbinder no congeniaría con esta formulación, al menos desde su campo ideológico. Así y todo, su ética de creador independiente no hubiese consentido en 1974 cortapisas doctrinarias a un producto de su talante y talento artístico. Aun la menos “contaminada” creación intentada en cualquiera de los géneros debe admitir la intromisión o injerencia de otros, siquiera los más afines. Pensemos en los orígenes mixtos de la danza, el canto, el mito, la poesía, el drama… No se verá defecto en la más abarcadora de las artes, el cine, cuando se acentúe o morigere el rol de un par de ellas en beneficio del mejor efecto temático o formal del conjunto. (Carlos Haller – Kalais)