El 5 de Talleres es la historia de un veterano jugador del club Talleres de Remedios de Escalada, muy cerca de su retiro.

Mejor Director Competencia Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2014

  • IMDb Rating: 6,4
  • FilmAffinity: 5,8

Película

 

El diccionario online de la Real Academia Española define al costumbrismo como un elemento propio de una expresión artística que consiste en la “atención que se presta al retrato de las costumbres típicas de un país o región”. La corriente siempre fue una recurrencia en el ámbito audiovisual local, y basta repasar los principales exponentes de la pantalla chica de la era post Pol-Ka para ver que hoy se trata de una de sus principales vertientes. O al menos eso se intenta, ya que la generalidad marca que el sismógrafo auditivo y visual para captar la esencia local está mal calibrado, haciendo de esa apropiación cultural un acto exagerado, inflamado de gestos y deliberadamente gritón. Lo que hay aquí, entonces, es puro grotesco travestido de costumbrismo. En ese contexto, El 5 de Talleres es una bienvenida rareza. Porque presta atención al léxico popular –la referencia a Mauro o a los primeros exponentes del Nuevo Cine Argentino es inevitable– poniéndolo en boca de personajes barriales definidos con gustos y características concretas, palpables y alejadas del crayón televisivo, convirtiéndose así en una “ficción deportiva cargada de verdad”, tal como la definió el catálogo del último Festival de Mar del Plata, donde tuvo su primera exhibición nacional después de lanzarse al circuito en Venecia 2014.

Nacido en Lanús y emigrado a Montevideo hace una década, Adrián Biniez se aproxima a sus personajes a través de un recorte naturalista de sus realidades, manteniendo como norma la evasión de picos dramáticos o los quiebres rotundos de guión ya exhibidos en Gigante (2009), además de una aproximación antropológica antes que evaluativa. Claro que el tono es radicalmente opuesto: si en su ópera prima había un vigilador nocturno solitario, ominoso y voyeurista que permitía el funcionamiento del humor deadpan. En El 5 de Talleres hay básicamente fútbol, un protagonista transparente y, consecuencia del combo anterior, una comicidad más evidente, menos subterránea.

El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe), «El 5 de Talleres» es el amo y señor del mediocampo de Talleres de Remedios de Escalada, un rústico dentro y fuera de la cancha que no duda en cagarse a trompadas con cualquier hincha crítico, pero que supo erigirse como líder y referente de los más jóvenes. Una expulsión al comienzo del torneo y la posterior sanción severa lo ponen ante la perspectiva poco alentadora: tiene 35 años, esposa (Julieta Zylberberg, mujer de Lamothe en la vida real), casa y auto; sólo le falta un futuro. El retiro, entonces, asoma como una posibilidad más que concreta. “Pero si tirás dos o tres años más”, refunfuña el padre del Patón (César Bordón) ante el anuncio del cuelgue de botines al final de temporada. Esa situación agrega una nueva variable al universo del film como es la familia. O, aun mejor, cómo se comporta ella ante la adversidad y la incerteza del futuro.

¿Qué hacer, entonces, cuando el cuerpo ya no dé más? ¿Y cuando los sábados ya no sean aquello que fueron durante décadas? ¿Será cierto que lo peor no es el retiro sino la imposibilidad de satisfacer la “memoria del cuerpo”, tal como le dice el DT (Néstor Guzzini, el papá de Tanta Agua aquí calcando a Caruso Lombardi, barbita candado incluida)? Esas y muchas más son las preguntas que atraviesan al Patón. Ante esto, lo primero será ir por el título secundario. Después, ver en qué invertir el dinero –que no es demasiado– y sobre todo el tiempo. También habrá lugar para un retrato de lo cotidiano, un viaje y los primeros síntomas de un duelo. Duelo que Biniez tiene el tino de no subrayar, ubicándolo como una de las circunstancias que no por importantes ameritan más tiempo del metraje. Y entre medio de todo eso, el fútbol mirado con una inocencia e idealización romántica que no se corresponde con el tono general de un film que, sin embargo, logra erigirse como historia de aprendizaje sin moraleja ni enseñanzas. El costumbrismo, como la pelota y al menos en este caso, no se mancha. (Ezequiel Boetti – Página12.com.ar)