En El Otro Hermano, Cetarti, un empleado público que acaba de ser despedido, viaja desde Buenos Aires a Lapachito, un solitario pueblo en la provincia del Chaco. Debe hacerse cargo de los cadáveres de su madre y su hermano que han sido brutalmente asesinados, y con quienes no lo une ningún lazo afectivo. Lo único que moviliza a Cetarti a emprender el viaje es la posibilidad de cobrar un modesto seguro de vida para poder radicarse en Brasil. Allí conoce a Duarte, una suerte de capo del pueblo y amigo del asesino de su madre, con quien establece una extraña sociedad para gestionar y cobrar ese dinero.

Mejor Actor en el Festival de Málaga 2017

  • IMDb Rating: 7,1
  • FilmAffinity: 6,7

Película (Calidad 720p)

El cine de Israel Adrián Caetano tiene algo paradójico, raro. Es uno de esos cineastas, tengo la impresión, que podría haber trabajado a la perfección en el sistema de estudios del Hollywood clásico, en los tiempos en que los directores estaban bajo contrato, se especializaban en un par de géneros y elegían las películas a partir de las que les encomendaban los propios estudios o productores. Muchos de esos mismos directores, cuando lograron salir de ese sistema industrial para hacer sus proyectos más “personales”, no lograron estar a la altura del trabajo que habían hecho, si se quiere, como “directores contratados”. Es una paradoja, es cierto, pero algunos cineastas logran mostrar o dar lo mejor que tienen cuando están enfrentados a ciertas limitaciones. Más allá de sus primeras dos películas —Pizza, Birra y Faso y Bolivia— que son producciones independientes y que al día de hoy se mantienen como dos pilares fundamentales de una cierta rama del llamado Nuevo Cine Argentino, mis películas preferidas de Caetano son las que hizo dentro de un esquema más o menos “industrial”: Un Oso Rojo, Crónica de una Fuga y esta, El Otro Hermano, adaptación de la novela de Carlos Busqueds, “Bajo este sol tremendo”. En paralelo, a sus proyectos más personales (como Francia, Mala y algunos otros que tuvieron un destino difuso y televisivo) los siento más erráticos, inseguros, caóticos, con muy buenos momentos pero muchas veces enredados en sí mismos. Tal vez sea el tipo de cineasta al que, mal que le pese, la mirada externa o el “control” que genera estar en un proyecto como un empleado más que como el principal responsable, le permite ajustar las tuercas y dedicarse a lo que más sabe: filmar, hacer cine, narrar historias visualmente. Y eso es El Otro Hermano, un poco nuestra Hell or High Water, un thriller oscuro que transcurre en un pueblo pequeño en una zona seca y árida del país, donde todos se conocen con todos pero, a la vez, hay muchos secretos del pasado y del presente sin resolver.

Desconozco los motivos del cambio de título pero me da la impresión, sin haber leído la novela, que le agrega otra interesante capa de lectura a la historia. La película arranca con la llegada de Cetarti (Daniel Hendler, con varios kilos de más que le dan una interesante y nueva perspectiva a su trabajo actoral), un tipo que llega al pueblo de Lapachito, en Chaco, cuando se entera que han asesinado a su madre y a su hermano, con los que tenía mínimo contacto. El asesino –que tras matarlos se suicidó– fue Molina, una nueva pareja de su madre, un ex militar y amigo de Duarte (Leonardo Sbaraglia, en el punto justo antes de caer en la parodia), esa clase de tipos que manejan todo en esta clase de pueblos. Duarte le propone a Cetarti cobrar un seguro un tanto más jugoso que el que corresponde y el indolente porteño acepta, más por inercia que por otra cosa. Mientras espera que los trámites avancen, Cetarti se instala en lo que fue la casa de su hermano, un lugar lleno de objetos, muebles y libros que empieza a vender a un chatarrero local (un siempre oscuro Pablo Cedrón) con el objetivo de ir juntando plata e irse a vivir a Brasil. Pero Cetarti no sabe un par de cosas, que Caetano nos muestra de entrada: que Duarte, con la ayuda de un adolescente (esa promesa de gran actor que es Alian Devetac), quien es hijo de Molina, tiene una suerte de negocio de secuestros extorsivos. Tarde o temprano, esos dos universos se cruzarán con resultados tan narrativamente intensos como violentos.

Es curiosa la apuesta de tener como protagonista a un personaje como Cetarti al que, durante buena parte de la trama, todo parece darle lo mismo. Digámoslo de otro modo: nunca queda claro si es o se hace, si sabe que se cuecen cosas oscuras y prefiere mirar para otro lado, o si realmente está en su propio mundo. Un poco como su otro “hermano” (el hijo de Molina, con el que en realidad no tiene relación familiar), ambos parecen más interesados en mirar documentales por televisión y fumarse cualquier porro que se pase por su camino que en cuestionarse lo que hacen. Pero Cetarti empieza a juntar plata (Caetano muestra una y otra vez pilas y bolsas con billetes) y, sin casi quererlo, se ve involucrado en un asunto pesado para el que no parece estar preparado. Haciendo apenas referencias al pasado de Duarte ligado a la dictadura (habla de su paso por Tucumán en tiempos lejanos, lidiando con “subversivos”), Caetano logra conectar la película con la historia reciente pero sin necesariamente forzar las lecturas al respecto. El hombre, que de entrada parece un chanta corrupto de pueblo, pronto prueba ser un tipo bastante más oscuro que eso. Y tanto para Cetarti como para su “otro hermano” la cuestión será ver hasta donde, por conveniencia, ambos están dispuestos o no a seguirle el juego.

En manos de Caetano El Otro Hermano se vuelve un neo-western, negro y por momentos un tanto gráfico (pero nunca de manera gratuita), con personajes creíbles en cada uno de sus detalles, desde la secuestrada que encarna Alejandra Fletchner hasta la ex mujer de Molina, interpretada por Angela… Molina. El tempo del filme es clásico, alejado de cualquier moda que implique apurar la edición al estilo clipero anulando los tiempos muertos, y eso es algo que tiene que ver con el apego por la tradición del policial clásico que tiene el director, una que necesita de buenos personajes antes de poner en funcionamiento las ruedas de la acción. Más allá de las mil vueltas que El Otro Hermano haya tenido en su realización (se sabe que fue una producción que tuvo sus complicaciones y reediciones, algo que es relativamente habitual en el cine de Caetano), lo que importa no es eso –ni siquiera su fidelidad o no al libro–, sino lo que se ve en la pantalla. Y lo que hay aquí es un thriller puro y duro, tan deudor de la lógica de Un Oso Rojo como de la mejor tradición del policial argentino en la línea Aristarain/Bielinsky, tres cineastas que bebieron del cine de género clásico y que, cada uno a su tiempo y a su manera, encontraron la forma de homenajearlo y construir una versión local a la altura de la obra de sus maestros. En un tweet impulsivo que escribí apenas terminé de ver la película y preso del entusiasmo, comparaba a El Otro Hermano con otros thrillers recientes con los que, al menos narrativamente, tiene algunos puntos en común: Koblic y Nieve Negra. Sin intención de agregar mucho más a lo ya dicho en su momento respecto a esas dos problemáticas y fallidas películas (más la primera que la segunda), lo que diferencia notablemente a El Otro Hermano de aquellas pasa exclusivamente por el pulso cinematográfico que la controla. No necesariamente su historia o su guión tienen que ser mejores (lo son, pero en este caso es un tema secundario) sino que el secreto está en la capacidad del narrador para contar su cuento. Y Caetano prueba aquí que dirigir películas es bastante más que poner en imágenes un guión. Es tener el talento y conocer los recursos específicos para hacerlo de manera tal que el espectador sienta la potencia y la intensidad de lo que se le está contando. (Diego Lerer – Micropsia)