Félicité canta en un club nocturno en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. Su vida cambia de raíz cuando su hijo de 14 años tiene un terrible accidente de motocicleta y ella comienza una búsqueda frenética a través de las calles de Kinshasa, un mundo de música y sueños. Su obsesión: recaudar dinero para la cirugía de su hijo. Y en su camino se cruza con Tabu.

Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Berlín 2017

  • IMDb Rating: 6,4
  • RottenTomatoes: 96%

Película (Los subs están en el archivo torrent)

 

Cinco años tras presentar, en competición, Aujourd’hui, historia de un recorrido ritual hasta la muerte, el senegalés Alain Gomis vuelve a la Berlinale con su cuarto largo, Félicité, un relato congoleño en esta ocasión (coproducido en Europa) cuya heroína es una madre soltera que atraviesa por una prueba en dos tiempos —la súplica y el duelo—, en una metrópolis africana donde se vive para sobrevivir y cuyos habitantes solo pueden confiar en su propia comunidad.

A Félicité (Véro Tshanda Beya) le sienta bien su nombre cuando canta, de noche, en un bar de Kinshasa que se imbuye regularmente de su energía. Por el día, su sonrisa de Gioconda que reserva sus emociones (a veces se dice que ella es “demasiado dura”) resiste bien que mal a los problemas de su rutina de madre soltera y a la necesidad de negociar cuestiones de dinero y discutir incesantemente sobre cualquier tema. Cuando su hijo Samo es herido gravemente en un accidente de moto, Félicité tendrá que reunir, una vez más, para que los médicos accedan a operarle, una suma considerable de dinero. Para conseguirla, tendrá que recorrer la cuerda floja entre las visitas a estafadores y morosos, la desaprobación familiar (incluida la del padre ausente de Samo) y las reticencias teñidas de oprobio por parte de la comunidad. Esta situación es palpable en la reunión del consejo comunitario, donde un compañero, poco inclinado a sumergirse en la precariedad para salvar al hijo de Félicité, hace valer el hecho de que siempre paga las contribuciones funerarias, y dice no entender por qué tiene que contribuir cuando Samo todavía está vivo —un caso elocuente sobre los profundos males que asolan esta sociedad—. Cuando ha agotado todas las demás soluciones, nuestra madre coraje llega incluso a visitar a un despiadado cabecilla, pero a pesar de todos los esfuerzos invertidos en recorrer las pobres calles de la capital de Congo, la pierna de su hijo debe ser amputada. La segunda mitad de la película está dedicada al necesario período de duelo, antes de poder reencontrar la alegría a través de la toma de conciencia de que no está sola, gracias al apoyo sin fisuras (pero también sin condiciones, respetuoso de la independencia de Félicité y la suya propia) de un gran optimista llamado Tabu (Papi Mpaka), que hará que ella encare con una sonrisa liberadora las preocupaciones domésticas que al principio la amargaban.

Como la heroína desvela poco sus sentimientos, más allá de los microgestos de su hermoso rostro, el relato está salpicado de escenas oníricas rurales y serenas, acompañadas de conmovedoras sinfonías que representan el paisaje mental de Félicité y que contrastan con las imágenes de la ciudad, su dureza y su permanente agitación. A decir verdad, aunque no responden a la narrativa, estos pasajes así como las escenas en las que nuestra heroína canta, participan de la trama: por la manera en que Félicité vive la música, sabemos dónde está en su viaje hasta superar la prueba que narra la película. Este carácter palpable del camino emocional recorrido por la protagonista llega al corazón del espectador, que asiste, compartiendo diferentes momentos con Félicité, Samo y Tabu, a la construcción afectiva de una familia. (Bénédicte Prot – CinEuropa.org)