En Good Will Hunting, un joven rebelde con una inteligencia asombrosa, especialmente para las matemáticas. El descubrimiento de su talento por parte de los profesores le planteará un dilema: seguir con su vida de siempre -un trabajo fácil, buenos amigos con los que tomar unas cervezas- o aprovechar sus grandes cualidades intelectuales en alguna universidad. Sólo los consejos de un solitario y bohemio profesor le ayudarán a decidirse.

Mejor Guión Original y Mejor Actor Secundario en los Premios Oscar 1997
Mejor Guión en los Premios Globos de Oro 1997
Premio Especial en la National Board of Review 1997
Oso de Plata al Logro Individual en el Festival de Cine de Berlín 1997

  • IMDb Rating: 8,3
  • RottenTomatoes: 97%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cuando estoy de bajón frente al ordenador, tengo que confesar que me pongo vídeos de gente recogiendo oscares. Suelen ser antiguos, porque ahora el mundo se ha vuelto frenético y a la vez predecible, y con la ristra de ceremonias del otoño y el invierno, una llega a los Premios de la Academia con ellos ya casi cantados. No hay espontaneidad en esta vida. Pero cuando la había, la gente se alegraba genuinamente de llevarse a casa un galardón que no esperaban. Si no, mirad a Cuba Gooding Jr. ser feliz como una perdiz con su mejor actor secundario. Sí, al Señor “Show me the money” lo veo a veces, y a Roberto Benigni agradecer su premio diciendo, bajo la mirada aprobadora de la Loren, que ojalá todos se fuesen juntos a hacer el amor, también.

Pero los que de verdad me gustan, por jóvenes, porque de aquellas no eran ni la sombra de lo que son hoy y porque ganaron el premio al mejor guión original, son Ben Affleck y Matt Damon llevándose a casa el de Good Will Hunting. Su felicidad, incredulidad y exaltación es tan palpable que se atascan en los agradecimientos y Ben suelta eso de “¡Nos estamos olvidando de alguien, sé que nos estamos olvidando de alguien!”, a lo que Matt responde “¡Gracias a todos aquellos de los que nos hemos olvidado!”.

La primera vez que vi Good Will Hunting, a mis 13 años, mi respuesta fue un “meh” adolescente como una casa. Lo bueno que tienen las películas, los libros y cualquier obra de arte que nos impacte un poquito, es que de sus lecturas se pueden sacar múltiples significados dependiendo del momento en el que se vean. Lo que en principio era la historia de un chaval que no me caía bien, el Will Hunting del título (Matt Damon), que tiene todo el talento del mundo y ninguna voluntad de ejercitarlo y dejar que le cambie, el que dejaba plantada a Skylar (Minnie Driver) por una tontería, el inaguantable paciente de Sean Maguire (Robin Williams), el mejor amigo de Chuckie Sullivan (Ben Affleck), esa trama que, en definitiva, era todo un paquete que en el centro tenía a un joven algo inaguantable con una mente privilegiada y una constante tendencia a no permitir cambios, se transformó años después, al volver a verla, en una historia de amor y miedo, un argumento en donde, sí, asistimos al descubrimiento y primer desarrollo de un cerebrito de nuestros tiempos, el barrendero del título que es capaz de resolver problemas matemáticos que ningún otro estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts logra entender, pero también asistimos que algo con muchos más matices. Will Hunting depende en la historia de cuatro pilares que se encuentran en perfecto equilibrio, cuatro pilares compuestos por gente puramente buena que no siempre hace lo correcto o siente lo correcto, pero que precisamente vale más por eso.

Y si bien es la figura de Sean Maguire la que parece que lo pone todo en marcha, es la colisión de estos cuatro personajes en un momento determinado lo que le da un empujón al protagonista. Es necesario que Will, un tipo duro, un agresor en defensa propia, conozca a Skylar, una mujer inteligente, sin pelos en la lengua y sin miedo a ser ella misma, y que ésta le ponga en su sitio, le chille por no dejarla ser partícipe de su vida, le riña por intentar hacerle los deberes de Harvard cuando ella debe, y quiere, solucionar sus propios problemas. Es necesario que Will comprenda que hay alguien así para él, que tal vez merece la pena el riesgo. También es necesaria la presencia de Gerald Lambeau (Stellan Skarsgard), el profesor que le descubre y se encarga de su educación matemática, el tipo que ha ganado todos los grandes premios, el que se ha pasado décadas trabajando en teorías que Will Hunting comprende en segundos. El protagonista tiene que saber que alguien confía en su talento, que puede llegar lejos, que tiene la posibilidad de abrirse muchas más puertas que las que se suponía. Y es necesario un amigo como Chuckie, la persona que todos querríamos a nuestro lado, el que nos aguanta por puro cariño, el que nos riñe si no damos lo mejor de nosotros mismos, el que espera que tengamos la mejor vida que podamos tener incluso lejos de nuestra rutina. Pero es cierto, ellos tres no tendrían nada que contar sin Sean Maguire.

Sean Maguire es el Óscar de Robin Williams, el papel que, una década después del John Keating de Dead Poets Society, le volvió a posicionar como actor serio. Pero Williams no es sólo un tipo con barba, autoridad y presencia en la historia. Es también un hombre con inteligencia emocional, con sabiduría, alguien que ha amado y ha perdido, que no lo cambiaría por el mundo. La gravedad que Williams le imprime a Maguire, igual de inspirador que Keating pero no tan repentino, tan impulsivo, tan… joven, es fruto de años de aprendizaje como actor y como ser humano. La traslación de ese buen tipo que todos dicen que era.

Hay una escena en Good Will Hunting en la que Maguire y el protagonista discuten la relación de éste último con Skylar, su decisión de no querer volver a verla en un tiempo porque en ese momento “es la mujer perfecta” y no tiene sentido arruinarlo. Williams, o mejor dicho Maguire, comienza a hablar de su esposa fallecida, quien ya sabemos que tiene una importancia inmensa en su visión de la vida. Y entonces dice “mi mujer solía tirarse pedos cuando dormía”. Merece la pena ver esa escena sabiendo que esa frase es improvisada, porque la risa que Damon no puede contener también es espontánea. Y merece la pena porque Williams, con su comicidad y su don para sacarse de la manga cualquier cosa en cualquier momento, es consciente de lo que está haciendo y de que se puede subir repentinamente a los cielos de la carcajada para volver a bajar corriendo y decir: “Eso es lo que más echo de menos. Las pequeñas idiosincrasias, las cosas que sólo yo conocía. Eso es lo que la hacía mi mujer”.

Robin Williams era un actorazo. Mi yo de diez años lo tenía claro. Pero si no lo creen, si no se fían de su infancia, vuelvan a ver Good Will Hunting, o deténganse por vez primera en ella. Y sepan que la última línea de la película también fue improvisada. Así de bueno era. (Claudia Lorenzo – LaCríticia.com)