En Homicide, a un detective judío le encargan el caso del asesinato de una anciana judía, pero la investigación lo llevará mucho más lejos.

  • IMDb Rating: 7,0
  • RottenTomatoes: 91%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Todo el armazón criminal misterioso de House of Games  y Things Change regresa en Homicide, pero en una versión todavía más fragmentada y difusa que ahora incluye a las propias fuerzas de seguridad, las agencias gubernamentales, los altos mandos administrativos y la sociedad en general, con el agregado de un protagonista excluyente que carga con una psiquis aún más escindida que la de sus homólogos del pasado ya que se reparte entre su origen judío, su trabajo como policía y su propia nacionalidad estadounidense. Así como todo lo anterior de por sí convierte a la película que nos ocupa en un cóctel ideológico extremadamente potente e insólito dentro del enclave del cine norteamericano, ya sea que consideremos el indie o el mainstream, asimismo los clásicos diálogos a la Mamet -frases cortas, veloces y entrecruzadas entre los personajes, más epítetos gloriosamente denigratorios lanzados en el momento justo- condimentan la mixtura agregando polémica a una coyuntura dominada por uniformados, representantes estatales varios y algunos civiles que desparraman verborragia explosiva apuntalada en ultrajes, blasfemia e insultos racistas, antisemitas, homofóbicos, misóginos, por edad, profesionales, por clase social, actitudinales, por afinidades de ocasión, etc. Homicide comienza con una redada nocturna que sale mal porque los agentes de la ley no consiguen atrapar a su principal objetivo, Robert Randolph (Ving Rhames), un rudo narcotraficante y asesino de policías afroamericano que está en la lista de los diez más buscados del FBI. En la reunión posterior a la debacle, que termina con el susodicho escapándose por un agujero de un armario con salida a través de las paredes hacia la azotea del edificio, conocemos al gran protagonista, Robert “Bobby” Gold (Joe Mantegna), y a su compañero, Tim Sullivan (William H. Macy), dos detectives que se enteran que las autoridades sacaron al FBI del caso y se lo devolvieron a la policía común y corriente: los oficiales proponen ubicar a Randolph mediante su cuñado, Willie Sims (Darrell Taylor), sin embargo cuando se dirigían a efectuar el arresto se topan con el homicidio de una anciana hebrea dueña de una tienda de dulces (Marge Kotlisky) a la que han disparado, así Sullivan sigue en viaje para detener a Sims y Gold se queda para ayudar a dos oficiales de calle inexpertos que tratan de lidiar con el intimidante rottweiler de la finada. Reducido el perro con un sándwich, pronto el protagonista descubre que su jefe inmediato, el Teniente Senna (Vincent Guastaferro), lo excluyó del caso Randolph, una investigación de alto perfil, y le asignó el asesinato de la anciana, una pesquisa considerada nimia y banal por él y sus compañeros, todo por la influencia del poderoso hijo de la fallecida, el Doctor Klein (J.S. Block), y su nieta, la Señorita Klein (Rebecca Pidgeon), miembros de una prominente familia de la comunidad judía que considera que porque Gold también posee linaje hebreo puede llegar a resolver en tiempo y forma el caso. Acto seguido Bobby desoye a los altos mandos, continúa con la búsqueda del narcotraficante y de este modo -vía el dato que suministra Sims- llega a la madre de Randolph (Mary Jefferson), una mujer mayor que se muestra renuente a cooperar ya que piensa que la policía matará a su hijo y que sólo cambia su posición cuando interviene Bobby, quien además de formar parte de la división de Homicidios es negociador en situaciones de rehenes, con toda la capacidad para manipular desde la palabra que ello conlleva: jurándole que no le pasará nada a Robert, la anciana acepta traicionar a su vástago concertando una cita con él en la que supuestamente le entregará un pasaporte para viajar a Sudamérica, cuando en realidad lo estarán esperando los uniformados para capturarlo. Es en ese momento en que Gold empieza a interesarse en serio en la otra investigación, la de la judía de la tienda de dulces, en esencia debido a que la familia Klein alega que han recibido disparos en su hogar desde la terraza de un edificio contiguo, donde efectivamente Bobby ve a una figura escabulléndose en medio de las sombras y de una jaula para palomas. A raíz de un trozo de papel que encuentra allí con la palabra “grofaz”, la que descubre es un acrónimo propagandista en alemán de la Segunda Guerra Mundial para designar a Adolf Hitler en tanto “el mayor estratega de todos los tiempos”, y de unos panfletos antisemitas pegados en una pared justo enfrente de la tienda en cuestión, que lo llevan a inspeccionar de nuevo el local y a hallar en el sótano evidencia -un recibo de compra por unas armas robadas de 1946 y una lista con apellidos hebreos- de que la finada supo ser una traficante de armas en el período de formación de Israel, Gold se obsesiona con ese asesinato que parecía a priori intrascendente y termina vinculándolo al accionar en paralelo de una célula sionista de judíos ricos y de un grupo neonazi que opera en la misma zona metropolitana, panorama que se confirma cuando en una biblioteca de la comunidad hebrea se le niega el acceso a los registros sobre actividades antisemitas y allí encuentra la dirección del reducto de los partidarios armados de Israel en suelo yanqui. En el cara a cara con los sionistas éstos le confirman a Bobby que la veterana muerta compraba y vendía armas luego del conflicto bélico y en la etapa de expansión territorial de Israel, el problema surge cuando un Gold dispuesto a ayudarlos se niega a entregarles la lista original con los cómplices de la fallecida porque es evidencia oficial de una investigación en curso, lo que genera que sea expulsado del lugar y en el exterior del edificio se sume de improviso a una misión de la célula relacionada con el crimen de la tienda, nada menos que una incursión nocturna encabezada por la militante Chava (Natalija Nogulich) en un local de ferromodelismo que funciona como tapadera de una imprenta y sede neonazi, con el propio detective ofreciéndose a entrar a escondidas y volar el sitio con una bomba. La renovada conciencia hebrea del protagonista, quien toda su vida se sintió marginado dentro de la fuerza por ser judío y hasta ese momento prefirió acoplarse al promedio ideológico neutro del aparato policial, le dura poco porque a posteriori del atentado los sionistas -de la mano del taciturno Aaron (Ricky Jay)- lo chantajean con revelar con fotos su participación en la voladura del local si no entrega de inmediato la preciada lista, algo que vuelve a rechazar. Finalmente llega el instante de enfrentarse a Randolph y lo que podría haber sido tranquilo y limpio deriva en un baño de sangre con una balacera nocturna entrecruzada en la que mueren varios uniformados, incluido Sullivan, y en la que el negro le dispara dos tiros a un Bobby que le comenta que su propia madre lo entregó a la ley, dejándolo estupefacto y presto a ser asesinado por otro oficial. El personaje de Mantegna sobrevive pero su fracaso es monumental porque no sólo no respetó su juramento para con la madre del fugitivo, eso de garantizar su vida, sino que su derrotero final es claramente producto tanto de pretender vengar la muerte de Tim desconociendo su palabra como de la misma frustración que le causó el haber redescubierto su idiosincrasia judía -y hasta estar dispuesto a militar en ese sentido- y a la vez ser ninguneado por los popes de la comunidad por no comportarse como un “perro fiel” ante los jerarcas mafiosos hebreos, circunstancia que para colmo empeora al enterarse -en su regreso a la comisaría, ya con un bastón por las heridas- que fue expulsado del escuadrón de Homicidios, que “grofaz” es simplemente una marca de alimento para palomas y que los verdaderos responsables del crimen de la anciana no eran los neonazis sino un par de niños afroamericanos (Purnell McFadden y Wesley Nelson), que la asaltaron porque en el vecindario se corría el rumor desde hace años de que la veterana guardaba una pequeña fortuna en su sótano por la mentalidad avara de los moishes de acumular y acumular dinero. El film es uno de los grandes retratos del cine norteamericano acerca de la desesperación caótica, los delirios y las traiciones superpuestas/ engaños bien inestables que caracterizan a la vida en las ciudades, un sustrato representado de maravillas en el mutismo y la sensación del desenlace de estar completamente perdido por parte de Gold, quien como nosotros los espectadores debe volver a sopesar lo ocurrido para identificar los indicios mal leídos, las señales pasadas por alto y los errores de interpretación en este mini huracán en el que flota a pura sutileza el alma humana o -en términos de la película- “la naturaleza del mal”, esa que Walter B. Wells (Colin Stinton), un padre de familia que mató a su esposa y tres hijos a tiros para “protegerlos”, le ofrece revelarle a Bobby como agradecimiento por no haber levantado cargos contra él a pesar de que el susodicho intentó sustraerle su arma para suicidarse (el episodio viabiliza una de las mejores líneas de diálogo de la obra, muy copiada a futuro, gracias a que el detective rechaza la oferta simplemente alegando que si conociese el quid del mal que se esconde en el corazón de los hombres y mujeres se quedaría sin trabajo, parecer que muta en el final cuando observa fijamente a Wells -con la genial banda sonora de cuerdas de Alaric Jans sonando de fondo- casi como implorándole con la mirada que lo ayude a entender a la faena en su conjunto). La angustia del protagonista, más la reestructuración de su identidad a través del discurrir del relato y sus sorpresas camufladas, es la excusa perfecta de la que se sirve Mamet para analizar el sinsentido social general detrás de una cadena de prejuicios de toda índole que pueden llegar a ser tragicómicos en su desarrollo cotidiano y hasta eficaces en su descripción de los distintos colectivos comunales, no obstante en última instancia siempre demuestran su superficialidad y enorme ingenuidad en lo que atañe a permitirnos desentrañar los hilos que mueven a cada títere/ actor por separado de esta compleja escena coral. Hasta cierto punto se podría decir que Homicidio es una metáfora sobre cómo la marginación social de antaño devino en marginación individual posmoderna bajo el reino del cinismo capitalista ególatra que cosifica al prójimo o lo considera un estorbo en la triste senda prefijada que cada bípedo defiende con uñas y dientes como la única posible en el atolladero de nuestros días, enfatizando en el trajín la faceta hiper dañina del caer en la trampa consumista/ intolerante/ reduccionista/ reaccionaria de definirnos desde la ortodoxia o un fundamentalismo que somete a los sujetos a un único enclave identitario cual ovejas en un redil, lo que desde ya implica que todos los que están afuera son algo así como “herejes” tácitos que es preferible negar, basurear o hasta perseguir con el objetivo de adoctrinarlos hacia la uniformización o condenarlos a morir en los márgenes sociales. La jugada retórica macro de denunciar el carácter mafioso y autoritario de los sionistas por parte de Mamet, él mismo un defensor de Israel a pesar de haberse convertido en Medio Oriente en un Estado imperialista similar a la Alemania nazi y con sus propios campos de concentración como la misma Franja de Gaza, también se acopla a esta dialéctica de las contradicciones en la que aquello que pareciera complicado resulta sencillo y en la que los distintos colectivos de las urbes occidentales no pueden prescindir de sus propias miserias y atropellos sistemáticos, poniendo en primer plano la paranoia, inoperancia y estupidez autovictimizante de todos los involucrados porque el ser humano de por sí contamina y destruye todo a su paso y después se entrega al lloriqueo alienante vía acusaciones sobre terceros cuando el artífice de su pena es él mismo. (Emiliano Fernández – Metacultura.com.ar)