En House of Games, la doctora Margaret Ford, una eminente psiquiatra con una vida personal poco excitante, tiene un joven paciente que se ha metido en un buen lío: debe 25.000 dólares a unos individuos que están dispuestos a eliminarlo si no salda la deuda. Esa misma noche la doctora acude a un local llamado la «Casa de Juegos» con la intención de pagar la deuda de su paciente y conoce a Mick, un elegante timador profesional por el que se sentirá atraída.

Mejor Guión en el Festival de Venecia 1987

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 96%

Película / Subítulos (Calidad 1080p)

 

El debut como director de David Mamet, House of Games, no sólo es una de las mejores óperas primas de la historia del cine sino también un pequeño y delicioso oasis dentro del film noir porque el señor aquí logra la proeza de combinar con elegancia y sutileza las distintas vertientes/ facetas del género, léase los engaños planificados al dedillo, la fascinación erótica, la codicia de siempre, cierta comedia irónica subyacente y el manojo de impulsos irrefrenables en cuanto al devenir delictivo se refiere; una especie de invitación a estímulos placenteros que se vinculan directamente con el peligro y con esa doble necesidad básica de sobrevivir y hacerse respetar en un ambiente muy agresivo para la vida como lo es el metropolitano de cualquier punto del globo. En House of Games, la estafa, un ardid narrativo que ha sido históricamente muy mal administrado por el cine mainstream por su tendencia a caer en lo burdo y/ o remanido, se nos aparece como un proceso lúdico, manipulable y algo anárquico en el que el intercambio de confianza entre los sujetos y la sensación de bienestar por haber sido una “buena persona” para con el prójimo derivan en un desfalco subrepticio y paulatino en el que las recompensas psicológicas emocionales tienen el mismo valor que las materiales para individuos que sin darse cuenta caen en distintas vertientes de las compulsiones comunales más genéricas y en una traición que sólo más adelante puede llegar a comprenderse vía la relectura de los movimientos propios previos. De hecho, la protagonista es Margaret Ford (Lindsay Crouse), una psiquiatra que recientemente publicó un libro sobre obsesión y compulsión en la vida cotidiana que se convirtió en best seller, una mujer que en conversaciones con una colega amiga, la Doctora Littauer (Lilia Skala), deja entrever a través de actos fallidos que es una workaholic que se siente insatisfecha consigo misma y con la capacidad terapéutica de la psiquiatría, confundiendo “placer” con “presión”, y que se identifica con una paciente homicida (Karen Kohlhaas) con la que dialoga en sesiones en la cárcel de turno, haciendo propios inconscientemente los dichos de la reclusa en torno a la constante acusación denigratoria por parte de su padre acerca de su condición de “puta”. Amparada siempre en la soberbia de su ecosistema académico bien hermético y sintiéndose a salvo en una existencia burguesa de muy buen pasar económico, Ford ingresa a un mundo desconocido por pura curiosidad -o quizás morbosidad, a decir verdad- cuando se dirige a la Casa de Juegos, la House of Games del título, en los suburbios metropolitanos con la intención de interceder en favor de otro paciente suyo, el ludópata Billy Hahn (Steven Goldstein), quien supuestamente le debe 25.000 dólares a un tal Mike (Joe Mantegna) que amenazó con matarlo si no los paga: en el lugar descubre que Billy en realidad adeuda apenas 800 dólares y que se está desarrollando un juego de póker con grandes apuestas, así termina accediendo a una propuesta de Mike para perdonarle la deuda a Hahn a cambio de que lo ayude a identificar las mentiras de un contrincante de Las Vegas (Ricky Jay), quien juguetea con su anillo de oro cada vez que echa mano a un bluff o fanfarronada sin cartas que sostengan su vanidad. La señal delatora en cuestión se presenta en un momento en que está gran parte del dinero en juego y Mike se va al baño, por lo que a la vuelta se le exige igualar la apuesta de 6.000 dólares del adversario aunque como no los tiene la misma mujer -ya completamente arrastrada en los acontecimientos- se ofrece a firmar un cheque por el monto para ver unas cartas que eventualmente resultan desfavorables, con el ganador poniendo una pistola sobre la mesa y demandando el dinero que perdieron. Ella de repente ve chorrear el cañón del arma y se percata de que está frente a una graciosa pistola de agua, comprendiendo que la escena forma parte de una estratagema para birlarle el cheque y desencadenando que todos se salgan de sus respectivos personajes, tanto Mike y el “vencedor”, que responde al nombre de George, como Joey (Mike Nussbaum), un testigo de la partida y amigo/ cómplice veterano de los anteriores. Lejos de sentirse ofendida por casi ser víctima de una estafa cargada de un maquiavelismo muy fino, Ford le toma el gustito al submundo de los ladrones de guante blanco y queda prendida del propio Mike, al punto de que a la noche siguiente vuelve a buscarlo y le ofrece ser objeto de un estudio sobre los timadores que ella transformará en un libro, algo a lo que el hombre accede mostrándole algunos trucos de su prodigioso arsenal, uno de ellos involucrando un posible engaño en una sucursal de Western Union a un joven militar, el Sargento John Moran (el siempre efectivo William H. Macy), y llevándola a una habitación ocupada/ robada de un hotel -con el huésped en plena salida nocturna- para tener sexo allí. La decisión de seguirlo en su derrotero posterior resulta complicada porque el estafador acepta a regañadientes hacerla partícipe de una argucia en la que Joey y él convencerán a un tercero (J.T. Walsh), aparentemente un empresario muy crédulo que conocen en una feria textil, de que entregue 30.000 dólares a cambio de conservar un maletín con 80.000 que todos encontraron en la calle luego de que otro hombre, el buenazo de George, lo dejase “olvidado” a propósito. El asunto se enreda aún más cuando Margaret descubre que la víctima es en realidad un policía que planea arrestar a todos, lo que provoca un forcejeo durante la huida entre el oficial armado y Mike que deriva en una situación homóloga con Ford, disparo accidental y muerte del personaje de Walsh de por medio. Al verse sitiados por la policía, los hombres obligan a la protagonista a robar un coche y así Joey olvida el maletín con el dinero en el escape, circunstancia que los deja a salvo de los uniformados pero con una deuda considerable con la mafia, el simpático sindicato criminal que les prestó el capital necesario para toda la operación, uno que esperaban devolver intercambiando maletines a último momento con el objetivo de que la víctima se lleve uno vacío pensando que estaban los billetes dentro. Cuando una vez más la mujer se ofrezca a salvar las papas aportando ella el dinero para evitar que Mike y Joey terminen asesinados por los acreedores, la psiquiatra comenzará -en un principio sin saberlo- una nueva fase de su vida relacionada con su naturaleza cleptómana y hasta su costado psicótico en función de la decisión de anular las frustraciones e insatisfacciones de antaño para “perdonarse a sí misma”, como le supo decir en una secuencia una Littauer que jamás consigue desentrañar del todo a su amiga. House of Games explora en simultáneo primero la incapacidad crónica del enclave académico para realmente comprender la complejidad del multifacético magma mundano, después el proceso mediante el cual un rubro/ trabajo/ idiosincrasia/ perspectiva se abre a otra u otras distintas, y finalmente la fuerza impetuosa de la revancha con toda su violencia reparadora, en esta oportunidad más que nunca hermanada a una metamorfosis que lleva a Margaret desde la claustrofobia del sustrato burgués profesional a la desesperación y las idas y vueltas de los que hicieron del arte del rebusque su modo de vida, uno sin duda igualado a la magia camuflada, la prestidigitación y ese autoconvencimiento de su papel que deriva en una influencia sobre un público ingenuo que puede ser dirigido/ controlado a gusto. House of Games, opus de Mamet, siempre ayudado por la maravillosa fotografía de claroscuros de Juan Ruiz Anchía y esa exquisita banda sonora jazzera tracción a piano de Alaric Jans, se sirve de las señales que delatan tanto a los expertos del fraude como a los amateurs que están dando sus primeros pasos, en esencia porque hablamos de una historia sobre la disposición física/ actitudinal de los individuos, sus coloridas compulsiones y cómo canalizarlas hacia el terreno del placer y la sensualidad correspondientes a la parte maldita intrínseca de todos los sujetos, en el trajín desechando los resortes automáticos de la culpa y ubicándonos al margen de lo que la remilgada e hipócrita sociedad tenga para decir al respecto. Asimismo el descubrimiento de la protagonista de que está siendo estafada nuevamente y su determinación de acribillar a Mike en el desenlace ponen de manifiesto algo que ya estaba insinuado a lo largo de House of Games en su conjunto, ese deslumbrante “choque de titanes” de los géneros sexuales que plantea el relato: por un lado tenemos a una mujer independiente y semi robótica en cuanto a su trato con el resto de los mortales que se siente mucho más identificada con la fauna masculina que con la femenina y su paradigmática histeria (su look, atuendo y carácter varoniles -pelo corto, pantalones y mucha seguridad en sí misma- lo enfatizan), y por otro lado está el tremendo Mike y su fetiche con la dialéctica del aparentar ser una cosa para terminar siendo otra, el esquema defensivo/ ofensivo por antonomasia del acervo masculino como una forma de reafirmarse ante la uniformización social y de sacar a relucir su pretendida autonomía de movimientos, lo que desde ya incluye degradar a la competencia o a aquellos que son percibidos como una potencial amenaza (en la película se ve de manera muy clara en los golpes y los insultos que recibe la gélida Margaret, ataques permanentes en instantes de nerviosismo que de paso sirven para trazar un contrapunto entre la pasividad de la Ford previa a su nirvana criminal y la dimensión proactiva de la que eclosiona en el colofón, ya aceptando -y consagrándose a satisfacer- su exigencia interna vinculada al hurto; a su vez especie de transposición desde aquel pánico a quedar encerrada en el presidio o en la habitación con el policía a luego sentirse “liberada” y capaz de robar lo que desee cuando lo desee, detalle que en pantalla se nos aparece vía el encendedor que sustrae, en el contexto de un almuerzo en un restaurant con Littauer, de la cartera de otra mujer durante los geniales segundos finales). Fábula mordaz sobre las consecuencias destructivas del reprimir sentimientos y los también catastróficos efectos de dejarlos salir a la intemperie sin más, la propuesta construye con una enorme inteligencia un mapa estratificado de las paradojas humanas al ritmo de una serie de diminutos saqueos que subrayan lo inestable y susceptible al caos que es cualquier estructura que podamos haber erigido desde la autoindulgencia, el beneficio propio o la rabia aguda contenida a la espera de carcomer lo que se tenga delante. (Emiliano Fernández – Metacultura.com.ar)