Lean on Pete trata sobre Charlie Thompson, un chico de quince años que vive con su padre. Charlie encuentra trabajo cuidando a un viejo caballo de carreras llamado Pete, pero cuando descubre que van a sacrificarlo, se fuga con él en busca de su tía, de la cual no tiene noticias desde hace tiempo, y un nuevo hogar.

Mejor Joven Actor (Festival de Venecia 2017)

Mejores Películas Independientes del Año (National Board of Review 2018)

  • IMDb Rating: 7,2
  • Rotten Tomatoes: 90%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

El western es, como el musical, un género que tuvo su esplendor en la época de gloria del cine clásico pero aún hoy, en pleno siglo XXI, circula por las pantallas de forma esporádica, como quien se resiste a abandonar la lucha contra el olvido. Eso sí, ya no hay lugar para grandes épicas ni pastoreos filmados con gran angular. Tampoco para la construcción de los mitos fundacionales de una nación. Al contrario, si sobrevive es gracias a un puñado de películas que toman algunas de sus características principales para releerlas desde un presente teñido de tristeza y desencanto. Así lo hizo un par de meses atrás la australiana Dulce País, que abrazaba el aura revisionista de los westerns crepusculares de los 60 para narrar la brutal imposición del hombre blanco en el país oceánico a principios del siglo XX, y así lo hace ahora la británica Lean on Pete, estrenada aquí con el espantoso título de Apóyate en mí.

Pero el cuarto largometraje del inglés Andrew Haigh (45 años, con Charlotte Rampling) está lejos de ser un western puro. Es, en todo caso, un western en reversa cruzado por un relato madurativo y estructurado como una road movie. Lo de reversa se debe no sólo a que el recorrido no es de este a oeste, como el de los viejos cowboys, sino desde las costas del Pacífico al centro de los Estados Unidos. También, y sobre todo, a que el protagonista atraviesa un arco simbólico opuesto al de los grandes héroes del género, yendo de la falta de contención y la soledad a la búsqueda de un techo y un rostro familiar, de la incertidumbre y la aventura involuntaria a la necesidad de límites impuestos.

Quien trajina largos kilómetros de llanura es Charley (Charlie Plummer, visto aquí hace unos meses en Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott), un joven de quince años abandonado por su madre cuando era chico y que desde entonces vive en los suburbios de Portland al cuidado de un padre cuyas características lo ubican bien lejos del ejemplo a seguir. Era muy fácil condenarlo, empujar al pobre tipo al rol de único culpable de las futuras desgracias de su hijo, pero Haigh suma un puntazo evitando la caracterización monstruosa. Porque el padre será alcohólico, mujeriego y poco atento a las necesidades de Charley, pero también honesto y laburante. Lo suyo no es maldad; sí imposibilidad, ignorancia, ausencia de herramientas y posibilidades.

Charley pasa largas horas trotando sin rumbo. En una de esas giras conoce a un cuidador de caballos de carreras venido a menos llamado Del (Steve Buscemi, extraordinariamente contenido) y a su jocketta habitual, Bonnie (Chloë Sevigny). Son dos personajes quebrados, al borde de un abismo emocional y económico, a los que Charley asistirá en diversos eventos para ganarse algunos billetes verdes. Y aprenderá menos sobre caballos que sobre la crudeza del mundo. Con ese primer contacto asomará el inicio de un relato de descubrimiento, el primer paso del camino del protagonista rumbo a la adultez. El segundo lo da cuando escapa con uno de los caballos rumbo a Wyoming, donde supuestamente vive una tía a la que no ve desde hace años. Incluso ni siquiera sabe si sigue allí.

La huida empieza en auto y termina a pie, con largas horas de caminata por una inmensidad campestre que Haigh retrata mediante los clásicos planos generales y abiertos del western, siempre junto a ese caballo devenido en confidente, durmiendo donde se pueda y recibiendo ayuda de quienes lo compadecen. Inevitable escuchar en esa travesía los ecos del clásico beatnik En el camino, de Jack Kerouac, pero Lean on Pete es tanto un western en reversa como un anti-Kerouac: el viaje idealista y romántico de esos chicos burgueses muta por otro duro, ripioso, violento y marginal, que retrata una “América profunda” deprimida. Ocupar casas deshabitadas es un juego de hippies con Osde al lado de las vivencias de Charley junto a esos hombres empujados a los márgenes del sistema, desde una familia con un soterrado núcleo de violencia interna hasta la de un white trash que cuando se emborracha trompea a quien se cruce. En la última parte del film, con el ansiado arribo a destino, se revela si Charley encuentra o no a su tía. Y entonces la desesperanza, los pesares y el desamparo podrán quedar atrás para un nuevo comienzo, una nueva vida para ese chico que ha dejado de serlo. (Ezequiel Boetti – pagina12.com.ar)