En 1948, el senador y escritor Pablo Neruda acusa al gobierno chileno de traicionar a los comunistas en el congreso. El presidente González Videla lo desafuera y ordena su captura. El poeta emprende la huida del país junto a su mujer. Mientras es perseguido por el prefecto de la policía, Neruda se convierte en símbolo de la libertad y leyenda literaria.

Mejor Película, Mejor Montaje y Mejor Vestuario en los Premios Fénix 2016

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 96%

Película

Una película política sobre un poeta. Y una película poética sobre un político. Pablo Larraín ha conseguido abrazar las dos vertientes, a veces antagónicas, de un nombre mítico y conformar una obra lejos, muy lejos, de los biopicshabituales. Neruda es un melodrama solemne, un thriller lírico, un drama existencial sobre una época de lucha y huida controlada, de fervor idealista, contagioso y quizá algo mentiroso: los últimos días del poeta chileno Pablo Neruda como senador de su país, las luchas con el gobierno de Gabriel González Videla, al que habían aupado los propios comunistas en una coalición imposible, y su posterior exilio y persecución por parte de las cloacas del Estado. Una obra vehemente e inteligente, siempre a un paso de lo pretencioso, que tiene mucho más de experimentación visual y sonora que de crónica política.

Como en las magníficas No (2012) y El Club (2015), Larraín ha vuelto a componer una película más conceptual que narrativa, que refleja un tiempo que parece más soñado que verdaderamente vivido. Y ahí los acompañamientos formales se imponen como su verdadera seña de identidad: las transparencias, de aspecto maravillosamente añejo, pero también lírico, en las escenas de coche y carretera; la banda sonora de Federico Jusid y sus incuestionables aderezos, de todo tipo, desde el barroquismo del polaco Krzysztof Penderecki al romanticismo de Edvard Grieg, pasando por la deslumbrante vanguardia atonal de 48 Responses to Polymorphia, de Jonny Greenwood, inspirada precisamente en el polaco.

El guión de Guillermo Calderón juega en todo momento con la realidad y la ficción, con la persecución política y con el Canto general, incluso con el metalenguaje, ensalzando al poeta, aunque sin idolatrarlo, retratando su mito, su soberbia y también sus contradicciones morales: «El sufrimiento del pobre me inspira». Con todo ello, y con Pinochet de soslayo, Larraín articula una obra con bellísimos momentos, como ese diálogo entre Neruda y el enemigo político que envuelve el relato: «Ustedes siempre piensan que la manera de derrotar al comunismo es exiliarnos, meternos en la cárcel. Le voy a hacer una recomendación: la solución es que nos mate a todos». «No lo repita porque más de uno va a estar tentado de hacerlo». «¿Quién lo va a hacer, usted?». «Lo voy a pensar». Y vaya si lo pensaron.