En Night and Day, Sung-nam es un pintor coreano de éxito, cuarentón y casado, que se ve obligado a huir a Francia dejando atrás a su mujer. Sorprendido fumando marihuana y en estado de embriaguez, debe abandonar el país para no ir a prisión. Una vez en París, Sung-nam se refugia en una pensión miserable regentada por un coreano. En el transcurso de su vida cotidiana en la ciudad conoce a Hyun-ju, una joven coreana estudiante de arte, y a su compañera Yu-jeong. Sung-nam se enamora perdidamente de esa joven, tan bella como problemática y misteriosa. ¿En qué desembocará la doble vida del pintor ligado a la vez a su mujer y a Yu-jeong, dividido entre Seúl (la noche) y París (el día)?

  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 87%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Night and Day. Uno de esos títulos tan concretos y a la vez tan abstractos con los que Hong Sang-soo nos obsequia. Una parte más de su engranaje formal, una imitación si se quiere de reducción a la bressoniana manera de indicar de entrada que el film no tiene trampa ni cartón. Es lo que hay, noche y día, la oscuridad en Seúl, su conservadurismo, introspección y cultura versus el día parisino, sinécdoque paradigmática del liberalismo (de costumbres) y apertura de la vieja Europa.

Sin embargo, hay mucho más, aunque siempre alrededor de la figura del contraste en la película. Con este film Sang-soo de alguna manera llega a su cima, al pico, de su primera etapa cinematográfica, y lo hace de forma irónica, casi autorreferencial. Estamos en el 2008, momento culmen de la adscripción europea a una adoración de las nuevas olas provenientes del cine asiático. Solo un año después de que Hou Hsiao-Hsien revisitara El Globo Rojo de Lamorisse o justo antes que Mia Hansen-Love incluyera el elemento cinéfilo coreano en El padre de mis hijos, Sang-soo decide rodar en París, y situar sus habituales historias en el centro neurálgico de la política cinematográfica del autor.

Decíamos que estábamos en el momento máximo de una etapa y, como no puede ser de otra manera, toda cima también lleva adherida a su piel, conceptualmente hablando, el propio concepto de decadencia. Es por ello que atisbamos en Night and Day un agotamiento en la fórmula Sang-sooniana, pero lo verdaderamente relevante es que el propio director parece darse cuenta de ello en la forma que tiene de reflejar la trama de su película.

Ya desde la puesta en escena, se renuncia expresamente a mostrar un recorrido de postal por París. Nos situamos en un gueto, en un extrarradio poblado por coreanos que dan una cierta imagen de extrañeza de descolocación y de aislamiento. Gente que intenta reproducir su modus vivendi en tierra extraña, lo que pone más de relevancia su condición de expatriados, de marginados más allá de su propia situación vital.

Con estos mimbres volvemos a asistir a los habituales triángulos amorosos tan del gusto del director, a las crisis existenciales y de bloqueo artístico de sus protagonistas aunque, volviendo a la condición irónica del film, por una vez no estamos ante gente vinculada al mundo del cine. Detalle este que puede parecer menor, pero que supone una risotada ante las filias sin filtro que desde Francia (esencialmente) se proyectaban hacia el director coreano. Así pues, el más francés de los directores asiáticos se permite el lujo de ir a Francia y no usar el elemento metacinematográfico en su película.

Night and Day es pues globalmente una película que versa sobre las apariencias y las fugas, coreanos queriendo ser franceses, artistas tratando de ser más de lo que son y, sobre todo, buenos tipos que, con una excusa argumental mínima, están huyendo de su maldad interior. En este sentido la coda a modo de explicación epiloguista no puede ser más contundente. El hombre que creíamos amante del amor y las mujeres no es más que un maltratador emocional, un embaucador que hace de las emociones propias y ajenas un juego de trileros afectivos.

Con este film Sang-soo cerraba una etapa para entrar en terrenos, aunque temáticamente parecidos, más formalmente abstractos. Por ello Night and Day puede que no sea su obra más redonda, pero si un cierre autoconsciente y juguetón sobre su propia forma de entender el cine. Un punto final que merece la pena reivindicar ni que sea porque dará satisfacción a los amantes del Hong Sang-soo más “clásico” (por usar un adjetivo) al mismo tiempo que permite vislumbrar los nuevos umbrales hacia donde se dirige el director surcoreano. (Axel P. Lascort – CineMaldito.com)