En Queen of Earth, dos antiguas amigas se retiran a una casa en la playa para liberar presiones y estrés, tras sufrir una de ellas una traumática ruptura sentimental. Fueron grandes amigas en el pasado, pero durante estos días juntas se dan cuenta de cómo han desconectado entre ellas con el paso del tiempo, haciendo que sospechas pasadas y resquemores presentes afloren inesperadamente.

  • IMDb Rating: 6,4
  • RottenTomatoes: 92%

Película / Subtítulo 

Sartre hizo famosa la frase que afirmaba eso de «el infierno son los otros». Y es que, ¿a quién le echamos la culpa cuando rozamos la ira, sobrepasamos los límites de la locura o tocamos fondo en el abismo? En muchas más ocasiones de las que nos gustaría reconocer, a los demás. Lejos del beneficioso altruismo o de la empatía entre seres queridos, existen ocasiones en las que los humanos nos volvemos en esponjas que absorben la energía ajena, nos encalomamos encima de los hombros del que tiene el barro hasta el cuello, metemos el dedo en la llaga y hacemos leña del árbol caído. De mala baba, de complejas interrelaciones femeninas, personalidades quebradizas y escalofriantes vaivenes psicológicos trata esta Queen of Earth, nuevo trabajo del autor estadounidense Alex Ross Perry, abanderado del cine independiente que en esta ocasión nos sorprende con una propuesta insólita y claustrofóbica con guiños argumentales a la obra de maestros como Roman Polanski o Ingmar Bergman. Desde el comienzo de la cinta comenzamos a explorar la mente de su errática protagonista, Catherine (sobresaliente Elisabeth Moss, que repite como referente dramático de este cineasta tras su anterior trabajo, Listen Up Philip), una chica de desórdenes emocionales que atraviesa uno de los peores momentos de su vida tras la ruptura sentimental con su novio y la reciente muerte de su padre, un célebre artista de vanguardia contemporáneo para el que ella misma trabajaba como agente. Desolada —el primer plano inicial nos la muestra balbuceante, emborronada de rímel y al borde del colapso nervioso—, decide pasar una semana de retiro espiritual junto a Virginia, su mejor amiga de toda la vida (Katherine Waterston), que la invita a la casa que su familia tiene en una paradisíaca zona rural, cercana a un lago. Una de las notas más interesantes del filme es la presencia de un único espacio con el que el autor juega constantemente, pues a lo largo de toda la historia este lugar aislado y envolvente se convertirá en el marco que albergue la controversia entre las protagonistas y remarque las diferentes alturas de sus momentos vitales.
En Queen of Earth se dan cita varios de los elementos propios de las películas cuyo fin es mostrar el lado más oscuro y complejo de la mente humana, las relaciones de poder en el ámbito de la amistad, o las enajenaciones transitorias de personalidad. Rabia, dolor, envidia, menosprecio, sarcasmo, cinismo, duelo, voracidad, narcisismo y evasión son los ingredientes de una sopa donde el sabor amargo predomina sobre el resto. La estética lo es todo para volcar la evolución psicológica, y nos topamos con una atmósfera inquietante, luminosa aunque siniestra —tal vez por eso, todavía más terrorífica—, una quietud imperante en el ambiente que junta a las dos protagonistas, y un puñado de enfermizas pulsiones. Mientras que Catherine está en un punto complicado de su existencia, Virginia —hija de una familia adinerada—, atraviesa un momento más cómodo. La última vez que se vieron, un año atrás, los roles estaban invertidos; y mientras que “Cathy” disfrutaba de su absorbente relación de pareja, la insegura “Ginny” —apodo cariñoso que esta recibe— se encontraba bastante más deprimida. A través de una narración simultánea en montaje paralelo que nos traslada del retiro actual a las anteriores vacaciones, Alex Ross Perry nos sumerge en una película profundamente psicológica y consagrada a las sólidas actuaciones de su dúo femenino, del que especialmente destaca el repertorio de expresiones —algunas de ellas grotescas y desmedidas— por parte de Elisabeth Moss. El director de Pensilvania se sirve de una banda sonora casi constante y de índole tenebrosa gobernada por el piano, junto a unas texturas fotográficas muy personales que captan a la perfección ese aura de encierro y claustrofobia, para introducirnos de lleno en el turbulento devenir de la protagonista, herida y errante, con ansia de acaparar constantemente la atención de su amiga, que mantiene un idilio amoroso con Chad, un vecino de la zona un tanto entrometido.
Dividida en jornadas precedidas por rótulos que nos anuncian los días de la semana, Queen of Earth destaca por poseer un tono de autor muy marcado, una oscuridad inherente al transcurso del propio filme y que nos atrae irremediablemente por desagradables que sean algunas escenas, como si de un agujero negro se tratase. El tic-tac de los días se sucede lento, pesado, agónico, mientras la ensalada que Catherine se niega a probar al comienzo de la semana se pudre lentamente en su mesilla de noche y sus paseos por el lago, enganchada a una sospechosa llamada telefónica, hacen evidente el progreso de su deterioro mental. El daño psicológico que ambas protagonistas se infringen mutuamente, así como la degradación personal de la protagonista —deseosa de afecto y escucha constante tras sus dos pérdidas— se refleja en una serie de conversaciones empapadas de humor negro, socarronería y ácida condescendencia, al tiempo que los flashbacks, realizados con mucha inteligencia, nos indican los antecedentes de esa relación de amistad quebradiza y peculiar entre las dos mujeres. Durante la hora y media de metraje parece no existir nada más que el paisaje y esa casita, que los prados vacíos y susurrantes observados por el lago, que las noches lóbregas y una tensión acrecentada por el dañino tira y afloja. Queen of Earth no se limita al drama porque declina el realismo para jugar con el ritmo pesadillesco propio del cine de terror psicológico, distorsionando nuestra visión y provocando un escalofrío en miniatura con cada contienda que emerge del subconsciente de ambas protagonistas. ¿Qué hace falta para perder los papeles del todo? ¿En qué instante exacto la cordura se desprende de un hilo finísimo para precipitarse al vacío? ¿Y si la realidad no es más que la prolongación de una enfermiza pesadilla? Alex Ross Perry apuesta por un cine de reacciones, un cine emocional y visceral de fondo pesimista donde la voz de los personajes emerge desde el estómago, desde el miedo, desde la paranoia. Y finalmente, acierta con sus personajes incómodos, nos mantiene en vilo y recorre con elegancia y tenebrismo los escondrijos y recovecos de la psique humana a los que no llega la luz.