En Red Rocket, Mikey Saber es una estrella del porno pasada de moda que regresa de Los Ángeles a su pequeño pueblo de Texas, aunque nadie le echa de menos.

Mejor Actor 2021 para la Asociación de Críticos de Los Angeles

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 88%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

En el mundo según Sean Baker hasta las personas en las situaciones más desesperantes tienen motivos para el optimismo. Y si no, se lo inventan. Hay un extraño cruce en sus películas entre el realismo crudo y la fantasía cinematográfica, entre los escenarios más desangelados y agobiantes posibles y los imaginarios que existen en la cabeza de los protagonistas. Esa dualidad informa a sus personajes, los motoriza, los convierte en ilusos soñadores que engañan y se auto-engañan, pero que están siempre en el rebusque, sea a través de la aventura, de la trampa o, simplemente, de la imaginación más desaforada.

En  Red Rocket, Mikey Saber (Simon Rex) es una versión veterana, que ronda los 50 años, de esa clase de persona. Es lo que podríamos llamar un «vividor», uno de esos personajes tan caros a la cultura y al cine norteamericanos tanto en el film noir como en ciertas películas de los años ’70 (Five Easy Pieces, Paper Moon), el self-made man, el chanta, el vendedor de autos usados, el clásico personaje que utiliza su simpatía y carisma para venderte cualquier cosa. Fundamentalmente, a sí mismo, aportando a la negociación su sonrisa tan magnética como ensayada. Sabemos que nos va a engañar, pero es difícil no abrirle la puerta y escucharlo vender/se.

Una autodenominada estrella porno al que se le ha pasado un poco su «cuarto de hora», conocemos a Mikey cuando regresa de su rincón en Hollywood a Texas City, Texas, la decadente ciudad plagada de humeantes refinerías de petroleo ubicada en la Costa del Golfo en la que creció. El tipo viaja en un ómnibus de esos que tardan dos días en llegar, algo que en Estados Unidos solo hacen los que tienen muy poco dinero encima. Mikey, que además llega sin siquiera una mochila y con varios moretones en el cuerpo, le golpea la puerta a Lexi (Bree Elrod), su ex mujer, que sigue viviendo con su madre Lil (Brenda Deiss) en la casa que él abandonó hace casi veinte años. El tipo les pide quedarse ahí un par de noches pero ninguna quiere saber nada con dejarlo pasar. Finalmente, en base a sonrisas, mentiras y una verborragia agotadora, consigue lo que quiere: entrar a la casa. Sacarlo de allí será otro problema.

Red Rocket se centrará, de ahí en adelante, en las desventuras de este chanta, un tipo entrador y carismático que se vanagloria de sus dudosos éxitos en el mundo del cine porno (sus premios y nominaciones a «Mejor sexo oral», sus «exitosas» parodias de Fast and Furious, lo que supuestamente gana por subir videos a redes sociales y así) y que intenta recomenzar su vida en la triste, solitaria y posiblemente final Texas City. Pero no le es fácil conseguir trabajo (entre los momentos más graciosos de Red Rocket están sus entrevistas laborales) y termina como pequeño dealer local de marihuana, trabajando para una familia vecina que lo conoce de toda la vida y, obviamente, no confía mucho en él. Pero Mikey es bueno para eso, ya que su sonrisa reluciente le permite conseguir clientes en varios lugares.

Baker ya tiene allí suficiente material para una gran historia, pero para Mikey es poco, muy poco. Un «currito» en el pueblo para pagarle a su ex suegra la renta por dormir en el sofá mientras la mujer y su hija no hacen más que fumar, consumir opioides o similares mientras miran reality shows las 24 horas del día no es solución para alguien con sus ambiciones y sueños de grandeza. Pero los ojos le vuelven a brillar cuando conoce a Strawberry (Suzanna Son), una chica pelirroja que atiende en un colorido local de donuts. Bonita, simpática, incandescente, es para Mikey una oportunidad doble. Por un lado, para salir de ese incómodo encierro con su ex familia política, iniciando una relación con una joven inexperta que parece comprar todas sus mentiras. Y, por otro, una carta para regresar al mundo del porno.

Es que más que una estrella en decadencia Mikey es –o quiere ser– lo que en el porno llaman un «suitcase pimp«, un chulo, un proxeneta, un hombre que enamora y trata de promover chicas en esa industria quedándose con una buena comisión. Con Strawberry está en una situación delicada. Por un lado, porque la chica aún no tiene 18 años. Y, por otro, porque quizás ha empezado a tener algún tipo de sentimiento real con ella. No digamos enamoramiento –Mikey solo piensa en sí mismo todo el tiempo–, pero sí una atracción que se mezcla con afecto y ternura.

Red Rocket funciona en los márgenes de esa línea de amor/odio que generan personajes como Mikey. Sabemos que es impresentable y hasta peligroso –que todo lo humano le es ajeno si no puede sacar una tajada, algo que queda clarísimo en la «amistad» que tiene con su vecino que lo admira y al que usa de chofer y oyente–, pero uno no puede evitar por momentos ponerse de su lado, intentar que por una vez algo le salga bien, aún cuando eso deje un tendal de víctimas en el camino. No es casual que Baker haya ubicado la acción en medio de las elecciones a presidente de 2016. En su manera narcisista y sociopática de constante auto-promoción, infinitas falsedades y desentendimiento absoluto de las consecuencias de sus actos, Mikey bien podría ser un alumno más o menos aventajado de la escuela de Donald Trump.

Para Baker –y para quien escribe–, manejar ese tipo de ambigüedad es causa de celebración, algo que el cine de Hollywood parece haber abandonado por temor a ofender o molestar a alguien, y que era característico de buena parte del gran cine que se ha hecho en ese país. El antihéroe, el tipo que apoyamos aún a sabiendas que es o puede ser despreciable (de los Corleone a los Soprano pasando por Don Draper, el 90 por ciento de los personajes del cine negro y casi todos los del nuevo cine norteamericano de los ’70), parece ir desapareciendo de las pantallas. Es probable que un proxeneta del porno de mediana edad que conquista a una chica de 17 años para meterla en la industria no sea un dechado de virtudes, pero meterse en esa enredada psiquis es un desafío fascinante.

Lo mismo sucede con las escenas de sexo que hay en Red Rocket, cuyo título es una no tan velada referencia a las erecciones de los perros. Baker se maneja ahí también con una soltura y descaro que han dejado de ser usuales en el cine actual (no por nada el director es fan de Paul Verhoeven y del cine italiano de los ’70, con su proliferación de comedias sexuales) y que eran moneda corriente en esos años. Y las referencias a esa década incluyen brutales zooms, jump-cuts y una fotografía en la que el celuloide (fue filmada en 16mm. con especiales lentes anamórficos) brilla en su más granulosa gloria, obra del DF Drew Daniels, cuyas fuentes de inspiración más evidentes son esos dramas criminales de los ’70 de espacios abiertos, caminos desolados y escenarios abandonados a su suerte.

Con su uso de actores debutantes y no tradicionales –aquí, muchos de los secundarios, incluyendo a la madre de Lexi, son personas de Texas City y alrededores–, Baker ha ido construyendo un muestrario de la (Norte) América profunda, la que no se ve usualmente en el cine ni en la TV hollywoodense pero que conforma un grupo con un creciente y a veces controversial peso específico en la vida política de los Estados Unidos. Un Lado B (o «C», en realidad) del sueño americano, ese supuesto ideal que les queda muy lejos a quienes viven en este mundo, un universo que está más allá de lo posible y hasta de lo imaginable. Salvo para Mikey, un vividor que sigue inventando soluciones a sus problemas, por más que estas solo existan en su imaginación. En esta comedia cáustica, inventiva y extraordinaria sobre los turbios modos de la supervivencia, la fantasía es lo último que se pierde. Como al final de The Florida Project, si las circunstancias superan nuestras posibilidades en el mundo real, siempre queda resguardarse en lo que somos capaces de imaginar. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)