Saint Jack sucede a principios de los años 70. El norteamericano Jack regenta un burdel en Singapur. Aunque la competencia es enorme y de métodos violentos, ha conseguido sobrevivir gracias a que la policía se deja sobornar. Pero la llegada de un nuevo inspector que se encarga de revisar sus libros de cuentas no hará más que agudizar sus graves problemas. Adaptación de la novela de Paul Theroux.

Mejor Película en el Festival de Venecia 1979

  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 76%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

En su momento no la aprecié en su justa medida. Saint Jack es un hermoso y sereno relato acerca de la frustración, la desilusión, el fracaso y los sueños incumplidos. También sobre la rectitud y los principios. Además de una calurosa historia de amistad entre dos hombres de origen norteamericano que comparten camaradería, el placer de trasegar un par de tragos y largas conversaciones sobre la vida y el trabajo. En España, la distribuidora le añadió la coletilla de «el rey de Singapur» para mentalizar al espectador hacia un filme supuestamente de aventuras exóticas desarrollado en un ambiente misterioso y preñado de lances insólitos. Sobre todo porque el trabajo dirigido por Peter Bogdanovich venía marcado a fuego con la etiqueta de veneno para la taquilla. Sus anteriores títulos dejaron muchas dudas y fueron sonoros fracasos comerciales.

Saint Jack es un film intimista, de cierto tono amargado, melancólico, apesadumbrado y con las dosis justas de aliento perdedor. A veces casi triste, que tiñe de desesperanza las peripecias y andanzas de su antihéroe, Jack Flowers, interpretado con contenida fiereza por un extraordinario Ben Gazzara. El actor, de origen italoamericano, se había labrado una respetable reputación trabajando bajo las órdenes del independiente John Cassavetes. Otra de las virtudes del filme en su concepción es su brillante estética y la calidad expresiva de sus imágenes. Los colores rojos, verdes, anaranjados son obra del operador alemán Robby Müller, habitual de los primeros y destacados trabajos del cineasta Wim Wenders y responsable de la fotografía de títulos tan maravillosos como El Amigo Americano o París, Texas. Alicientes que se suman a un relato lacónico sobre la entereza y la honestidad, la integridad y la moral. Es la historia de un emprendedor, de un hombre de raza, calmado y polivalente, que quiere ser el amo de su destino y para ello se fija el reto de montar su propio negocio pero se encuentra con la oposición de las mafias locales.

Jack Flowers es un forastero, un norteamericano de Buffalo, varado en Singapur, tratando de sobrevivir en una cultura diferente, con una reputación más que consolidada y asalariado en una empresa regida por unos extraños tipos, los hermanos Hing, que le proporcionan el visado de estancia, mientras ejerce de imperial alcahuete proporcionando contactos sexuales a sus clientes. Su propósito ideal es montar un gran burdel de lujo, aprovechando el calor lascivo de la zona y la constante visita de norteamericanos a la ciudad por la proximidad geográfica del conflicto del Vietnam. Una pasión y empeño para la que está sobradamente preparado y además tiene el afán, con su toque de vanidad, de dirigir el prostíbulo vestido con un pijama de seda. Indumentaria utilizada por el empresario y propietario del imperio Playboy, Hugh Hefner. El apunte no es nada disparatado porque Hef, como se le conocía coloquialmente al inventor de las Conejitas de la famosa revista, interviene como productor ejecutivo y es uno de los inversores que puso pasta y apostó por la suerte del proyecto. La película tiene otro toque cinéfilo. Está producida por la añorada firma New World Pictures (escuela de numerosos cineastas), propiedad de Roger Corman, viejo amigo de Peter Bogdanovich y que ejerce la función de productor.

Saint Jack se abre con una monumental panorámica de 360º sobre la bahía de la ciudad de Singapur. Un recurso narrativo que va a marcar el tempo y ritmo del largometraje. Cuando vemos por primera vez a Jack Flowers, este viene andando por una calle, despacio, sin agobiarse y, en medio de la vía se encuentra un muchacho barriendo el asfalto con una escoba. Este gesto pasaría inadvertido si no conociéramos la filmografía de Bogdanovich. Es una autorreferencia y homenaje a su soberbia obra maestra, The Last Picture Show, en la que el actor Sam Bottons, que hacía de adolescente con retraso intelectual, dedicaba su tiempo a barrer las polvorientas avenidas del pueblo de Anarenne (Texas), fijado desde entonces en la memoria cinéfila.

Flowers es un tipo encantador, bien relacionado, excelente persona y mejor negociante. Trabaja a regañadientes para otros y en esta tesitura conoce a un auditor de cuentas, William Leigh (Delholm Elliot), que viaja desde Hong Kong para supervisar y controlar las cuentas del negocio de los Hing. Flowers y Leigh se hacen muy amigos, mientras el primero se dedica al chollo de la prostitución. En sus encuentros y confidencias radica la esencia del largometraje, se trata de dos individuos de la vieja escuela con sentimientos y valores sin doblez y cinismo.

En Vietnam, la guerra parece que toca a su fin y Flowers intenta reciclarse. El hampa de la ciudad no se lo permite y acaba trabajando de correveidile para un avispado norteamericano, Eddie Shuman, encarnado por el propio realizador, Peter Bogdanovich. Bajo su tutela y órdenes, Flowers se convierte en su hombre de confianza, pero debe asumir encargos éticamente inmorales (espionaje y fotografías comprometidas de clientes) que no se adecuan a su estrategia y forma de proceder. Entiende que una cosa es proporcionar placer y otra comerciar con las citas para chantajear y extorsionar a las víctimas, en este caso un político. Para evitar la corrupción y la deslealtad de un negocio que se convierte en suciedad moral decide apartarse para no enfangarse y dañar su reputación.

Ha sido una vívida experiencia reencontrarme con una pieza que fluye con una serenidad y tranquilidad casi relajante, al ritmo del temperamento y carácter de su personaje central. Saint Jack me ha parecido un filme brillante, sobre los tiempos cambiantes y la integridad de un hombre respetable y bueno, que trataba con bastante tacto y consideración a sus chicas y al negocio de la prostitución. Gestionado con nobleza y gallardía, considerando a sus pupilas como personas y seres humanos que trabajan por dinero y sin ser explotadas. (José Manuel León Meliá – ElEspectadorImaginario.com)