En Scott Pilgrim vs the World, Scott es un joven que conoce a la mujer de sus sueños. Pero para conquistar su corazón, deberá primero luchar y vencer a sus siete malvadas ex parejas.

  • IMDb Rating: 7,6
  • RottenTomatoes: 81%

Película / Subtítulos

Scott Pilgrim es un veinteañero desgarbado y friki al que educaron de aquella manera la consola y los tebeos. Scott Pilgrim vs the World es una novela gráfica de culto concebida por Bryan Lee O’Malley, este ramillete de historias sobre el intrépido canadiense habla, resumiendo, de una generación acostumbrada a pasar de nivel, a los bonus extras, a las viñetas de colores chocantes y los saltos imposibles frente a la pantalla. De ahí que la adaptación de Edgar Wright (autor de las estimulantes y muy divertidas Shaun of the Dead, Hot Fuzz y The World’s End) resulte poco menos que impecable: lo único que le faltaba a Scott, que sueña con triunfar en el mundo de la música junto a un grupo delirante mientras su compañero de piso, homosexual y pragmático, se ríe un poco de todos ellos, era sentir una súbita pasión por una chica extraña que cada día cambia el tinte de su pelo. Los potentísimos títulos de crédito de Scott Pilgrim vs the World dan paso al festín visual: con una puesta en escena marcada por el cómic y los videojuegos (incluidos guiños a títulos clave, como los que protagonizan los muñecos Lego, con esos cuerpos que se transforman en monedas al ser abatidos), el realizador no escatima medios (utilización de la pantalla partida, onomatopeyas, escenas de lucha típicas del cine oriental y la influencia decisiva del manga/anime, lo que provoca que incluso el filme recuerde aquel alegre y heterodoxo batiburrilo que fue «Kill Bill»), los superhéroes de la película no parecen de goma ni imbatibles, aunque tampoco los villanos resultan un derroche de perfección. Por ejemplo, el rubísimo y pérfido Tod el vegano. Pero no nos engañemos: la cinta se trata, al cabo, de una comedia romántica postmoderna de ritmo desquiciante y desquiciado. Bien sabe Wright que está tratando con un público que sin velocidad entiende malamente la vida. Todo debe ir siempre más rápido, aunque, al final, siempre se acaba terminando la partida. (C.L. Lobo – LaRazón.es)

Desde el frenesí colorista de sus eléctricos títulos de crédito iniciales, obra del colectivo británico Shynola, Scott Pilgrim vs the World apuesta por formular un deslumbrante y adictivo flujo de conciencia pop, un carrusel plástico que remite a esa joya de orfebrería digital que fue el Speed Racer de los hermanos Wachowski. Aferrándose a los arquetipos de la comedia teen, dando rienda suelta a la versión más cool del angst adolescente, la película se impone como una expansiva y melancólica disección del imaginario de la generación que creció con el mando de la consola en una mano (preferiblemente la NES) y el del televisor en la otra, haciendo zapping entre sitcoms, animes y algún residuo de los viejos cartoons de la Warner Bros. El Scott Pilgrim cinematográfico (interpretado por un Michael Cera nacido para ello) debe su vigor y carisma a la fusión de dos sensibilidades afines: la del dibujante canadiense Bryan Lee O’Malley, autor de las exitosas novelas gráficas originales (pseudo-mangas con trasfondo musical indie), y la del británico Edgar Wright, cuya labor trasciende la del adaptador fiel. El director de las notables Shaun of the Dead y Hot Fuzzl consigue insuflarle al conjunto una inercia propia, basada en un sentido de la ironía que tiene mucho de juguetona autoreflexividad. (Manuel Yánez Murillo – Fotogramas.es)