Biopic del mítico empresario y programador informático Steve Jobs, centrado en la época en la que lanzó los tres productos icónicos de Apple.

Mejor Guión y Mejor Actriz de Reparto en los Globos de Oro 2015
Mejor Actriz de Reparto en los Premios BAFTA 2015
  • IMDb rating: 7.3
  • RottenTomatoes: 85%

Película / Subtítulo

El poder de la palabra y el concepto de representación como instrumentos narrativos y como dispositivos dramáticos para conformar la vida de uno de los más grandes ilusionistas del verbo y de la imagen: Steve Jobs, magnate de la informática, el hombre que basó buena parte del secreto de su éxito en la hiperbólica presentación de sus productos, convertidos en icónicos más por la fuerza del estilo, por el convencimiento de lo que suponía poseerlos, que por su verdadero sentido práctico. Tiene todo el sentido del mundo lo que ha hecho Aaron Sorkin con el guion, con el engranaje dramático, de Steve Jobs, sui géneris biografía cinematográfica dirigida por Danny Boyle y protagonizada por un gran Michael Fassbender. Una existencia relatada en base a su esencia, contada en tres actos, en los que acaba aplicando estructuras, personajes, subtextos y conflictos auténticamente shakesperianos: de la crueldad a las estructuras de poder pasando por el remordimiento, la codicia, la lealtad y la naturaleza del destino.

Sorkin ha entendido bien a Jobs, personaje de tomo y lomo. Boyle no tanto a Sorkin. David Fincher lo entendió en Social Network. Bennett Miller lo entendió en Moneyball. Pero el director de Trainspotting ha querido seguir siendo al menos un poco Boyle, aplicando mucha forma al fondo, cuando lo que suelen pedir los libretos es control, pausa y clasicismo. Y ahí la secuencia de la pelea entre Jobs y John Sculley, el personaje de Jeff Daniels, aglutinando múltiples tiempos, es el mejor ejemplo. Ante tal cantidad de información, sobre el interior y el exterior de los personajes, la puesta en escena pide un ansiolítico, no una raya de coca.

En los entresijos del poder, inmediatamente antes de cada (re)presentación de tres de sus productos míticos, Sorkin concentra la catarsis emocional de un hombre incapaz de amar por miedo al rechazo, rodeado de soldados fieles, conjuradores, fantasmas víctimas de su iniquidad, bastardos, subversivos, desterrados y hasta algún inocente. Lo que da lugar a una interesantísima película casi conceptual de alma y fuego shakesperianos. (Javier Ocaña – Diario ElPaís.com)

 

Es admirable la decisión narrativa tomada por Aaron Sorkin en Steve Jobs. Pese a basarse en la extensa y completa biografía que Walter Isaacson escribió sobre el fallecido gurú de la informática, el veterano guionista decidió reducir, recortar esa vida a solo tres episodios: la presentación de tres productos de las compañías de Jobs. Ni siquiera los productos más exitosos y recientes como el iPod o el iPhone, sino dos que fracasaron (The Macintosh y el “Cube” de NeXT) y uno que sí funcionó bien (la colorida computadora iMac). La estructura del filme se divide en tres bloques de aproximadamente 40 minutos cada uno que suceden en algo parecido al tiempo real y que preceden a esas presentaciones. Son las discusiones, debates y peleas que se dan en esos instantes previos a los que la compañía (el propio Jobs) debe presentar un nuevo producto que, en esas épocas, podían salvarlos o hundirlos.

Sorkin, además, se tomó la licencia dramática de organizar cada uno de esos bloques de 40 minutos como una serie de encuentros y cruces que Jobs (Michael Fassbender, muy sólido pero algo falto de carisma) tiene con las mismas personas que están entre las más importantes de su vida personal y profesional. Esto es: esa previa de las presentaciones no es solamente una serie de discusiones sobre la presentación en sí (aunque varias charlas y peleas sobre eso hay: si es necesario que la “computadora diga Hello, si hay que apagar las luces de Exit en la sala y elegir entre decenas de fotos de… tiburones) sino encuentros con personas que marcaron y fueron fuertemente marcadas por el CEO de Apple.

En especial, Joanna Hoffman (Kate Winslet, excelente aunque su acento polaco cambie todo el tiempo), la asistente personal de Steve –de origen polaco, claro– que es la que trata de organizarle todas sus actividades pero cada vez más se mete en su vida personal y lo critica por las decisiones que toma en ese aspecto. Luego está el inefable Steve Wozniak (Seth Rogen, muy bien aunque parezca una decisión de casting rara), para muchos el responsable real en lo técnico de las innovaciones de la carrera de Jobs y un hombre con un punto de vista sobre casi todas las cosas muy distinto al de su compañero de aventuras. También aparece, cada vez, Andy Hertzfeld (Michael Stuhlbarg), diseñador de software de Apple y otro de los que tienen una relación de amor-odio de toda la vida con Jobs. Y está John Sculley (Jeff Daniels, casi reiterando su actuación de The Newsroom, escrita también por Sorkin), quien fue socio, amigo y luego enemigo de Jobs, el hombre que lo echó de Apple, empresa de la que Jobs estuvo afuera durante largo tiempo.

Si bien aparecen menos –en cuanto a tiempo de pantalla– los personajes principales de ese backstage son la madre de la hija de Jobs (Katherine Waterston) y la propia niña, interpretada por actrices diferentes en cada etapa. ¿Por qué los principales? Porque más allá de todas las disputas, problemas, conversaciones y charlas que se producen sobre la compañía y sus productos, sobre el egocentrismo de Jobs y también sobre su capacidad de “visionario”, el corazón de la película está en la conflictiva relación que él tenía con su hija y su ex mujer. Como se sabe, hasta muy avanzada la edad de la niña, Jobs jamás quiso reconocerla como tal y no quería pasarle dinero (o le pasaba miserias, ridículas para un multimillonario) a la madre de ella para el sostén económico de la pequeña. Y ese problema atraviesa toda la película: reconocido por todos pero negado por él.

Este hecho, si bien es el corazón de la película, en un tanto termina resultando un problema, ya que las enormes contradicciones de la persona en todos sus ámbitos se terminan reduciendo muchas veces a ese único tema, volviéndolo un McGuffin narrativo y dramático que a veces se convierte en una carga pesada que debe sobrellevar el filme. No digo que no haya sido un tema fundamental en su vida, solo que está usado en el texto como una justificación demasiado obvia del arco dramático del personaje y su carta de “salvación”. Carta que suena excesiva en el contexto de todo lo demás.

Sorkin es un guionista fabuloso y la película fluye como una especie de coreografía de diálogos filosos en movimiento. Steve Jobs tiene un estilo que, en partes, recuerda a Birdman: gente caminando por pasillos y hablando todo el tiempo. Pero aquí no hay nada que recuerde los gestos cinematográficos más delirantes y arriesgados de aquella película: lo que se construye aquí es un suspenso narrativo ligado a la fiereza verbal. Y Sorkin admira a Jobs por eso: puede mostrarlo como un tipo egocéntrico, creído, desagradecido y al borde de lo megalomaníaco, pero le encanta jugar con su brutal capacidad verbal, esa manera de ser cruel e hiriente de la manera más refinada posible.

La película hace uso de esos diálogos precisos y ácidos para poner en perspectiva la diferencia entre el Jobs visionario y capaz de ver la importancia de detalles que otros pasan por alto al punto de la obsesión, y el hombre casi autista sentimentalmente que es incapaz de reconocer públicamente lo que los otros también han hecho para llevar esos productos al éxito. El quiebre que se produce con el éxito de la iMac es, en ese sentido, un buen momento para finalizar la historia: de allí en adelante los pro y los contra de la vida empresarial ya definitivamente exitosa aunque igualmente complicada (por otros asuntos) de Jobs se pueden ver en algún documental biografíco sobre su vida, como The Man in the Machine también estrenado este año.

Danny Boyle se vuelve, en este caso, un soldado de Sorkin. Como si la relación de poder natural en un set se modificara entre guionista y director (o como si Sorkin fuera el Jobs de la producción del filme), el realizador de Slumdog Millonaire deja de lado casi todas sus más extravagantes marcas de estilo para ponerse al servicio del guión aportando lo mejor que su cine tiene: el sentido del ritmo y del nervio narrativo, con algo del realismo intenso de sus primeras películas, algo muy necesario para que esa serie de coreografías de diálogos en pasillos de dos horas no se vuelva monótona. De todos modos, es imposible que esa monotonía no aparezca por momentos (en especial promediando el filme), ya que la estructura casi teatral lleva a la repetición de lugares, personajes y temas. Y eso no es fácil de vencer, aunque hay que decir que la mayoría de las veces la dupla sale airosa.

Steve Jobs es una relectura del género biográfico que logra evitar la mayoría de los clichés de ese formato, aunque le es imposible caer en otros (o inventar algunos nuevos). El arma que tiene para salir de los momentos difíciles es un elenco impecable que sabe manejarse a la perfección en esa especie de Sorkinlandia que es la película, ese territorio dramático en el que todos hablan rápido y casi a la vez diciendo cosas muy inteligentes mientras usualmente caminan y hacen otras cosas en paralelo. Ahí es donde finalmente los creadores de la película y el personaje se entienden, se admiran mutuamente: en el reconocimiento de la inteligencia (propia, no la ajena) y la capacidad profesional. Y es allí, supongo, donde todos asumen el punto debil que esa obsesión por el trabajo les genera: la incapacidad de comunicarse con sus seres queridos, de dar amor, de recibirlo. Es el precio que tienen que pagar para ser quienes son y que, en la película, tratan de convertir en sus respectivas terapias. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)