En Taekwondo, Fernando está de vacaciones con sus amigos en una quinta en Ezeiza. Descansan en la pileta, toman alcohol, fuman, y sacan a la luz sus intimidades más profundas mientras exhiben una libertad lúdica, como si fueran niños en una colonia de vacaciones.

  • IMDb Rating: 6,6
  • FilmAffinity: 6,2

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Un grupo de jóvenes pasan un fin de semana juntos en una quinta y allí surgen tensiones sexuales y de las otras. La película combina a la perfección los estilos de dos directores que trabajan sobre la mirada, sobre los cuerpos y los misterios del deseo.

Las sensibilidades de ambos directores parecen fusionarse a la perfección en Taekwondo, una película que bien podría ser una combinación entre el estilo y los temas mostrados por Berger a lo largo de su carrera con el acercamiento a una temática similar pero desde un formato ligeramente distinto por Farina en Fulboy, su película sobre el detrás de escena (el vestuario, digamos) de un equipo de fútbol.

Aquí son dos amigos que se suman a las vacaciones que un grupo está pasando en un caserón enorme con pileta, sauna y canchas deportivas. El grupo se compone, en su mayoría, de jóvenes heterosexuales quienes, de una manera un tanto inusual y más propia de un vestuario deportivo, andan desnudos o semidesnudos todo el tiempo. Para uno de los recién llegados –el único claramente identificado para el espectador como gay– es una mezcla de paraíso y lugar de extrema confusión. Atraído por su amigo, se siente un poco fuera de lugar en este entorno de confusa y sobreactuada masculinidad.

Entre charlas sobre mujeres, conversaciones casuales, muchos diálogos sobre sexo, fiestas y los planos habituales de Berger en los que su cámara parece centrada en la entrepierna de sus personajes mientras ellos se acomodan o rascan cualquier cosa que ande del ombligo para abajo (aquí la cámara bien podría representar la mirada del recién llegado), transcurren unos días en los que estos compañeros de Taekwondo van jugando su confusa danza de atracción mientras alrededor suyo tiene lugar una suerte de constante ballet hormonal. Si bien la película podría resolverse con unos 15 minutos menos, resulta una experiencia curiosa y atrapante, un juego de miradas, cuerpos, palabras y deseo que no para un segundo. (Diego Lerer – Micropsia)

Marco Berger lo hizo de nuevo. Aunque esta vez en co-dirección con Martín Farina y tras esa suerte de impasse que representó Mariposa (2015), su film anterior, en Taekwondo vuelven a narrarse los pliegues y dobleces del vínculo erótico y la tensión sexual entre dos chicos, tópico que suele ser el motor de las películas de este director. Como ocurría con Plan B (2009), Ausente (2011) y Hawaii (2013), este nuevo trabajo condensa una vez más los intereses, obsesiones y rasgos distintivos del cine de Berger, algunos de los cuales serán enumerados aquí debajo, pero con un tono ligero y festivo que lo diferencia de los climas más bien densos y opresivos de los dos últimos títulos mencionados. Taekwondo elige concentrar su fuerza narrativa en un movimiento de avance permanente, una decisión irrenunciable que empuja a la historia y a la película misma hacia su resolución, en contra de la fuerza contraria, dilatoria, que se percibía en aquellos otros dos trabajos.

Podría pensarse que tales fuerzas en realidad no son más que decisiones formales que el director o, en este caso, los directores debieron tomar atendiendo a las diferencias entre los relatos de tal o cual película. Y es cierto que mientras los personajes de Ausente (un profesor de educación física que, acosado por un alumno desbordante de libido adolescente, debe reprimir sus propios impulsos) o de Hawaii (dos amigos de la infancia que al reencontrarse ya grandes deben hacerse cargo de la atracción que surge entre ellos) persisten en retrasar lo ine- vitable –el encuentro en un deseo compartido–, acá la demora tiene un origen distinto. Porque no son ni el histeriqueo ni la culpa las que hacen que Fernando y Germán vuelvan a tomarse toda la película para concretar lo que es obvio desde la primera escena, en la que ambos avanzan, uno en malla y en cueros, el otro con su bolsito de viaje, por el camino de tierra que los lleva hasta la quinta donde pasarán unos días de verano junto a otros cinco amigos de Fernando.

Taekwondo está guiada por el registro de los abiertos juegos de seducción entre los personajes, que va formando un rastro de migas de pan entre las actitudes y los códigos de “machitos hétero” de la mayoría de esos nueve amigos durante el tiempo muerto del ocio. Las comillas anteriores obedecen a la ambigüedad con que Berger y Farina registran la insistencia de los muchachos por enumerar sus calenturas, sus hazañas sexuales con mujeres y los listados de novias presentes y pasadas. Una mirada que juega a extender hasta una madurez incipiente (o una adolescencia ampliada) la clásica brecha de indefinición en la identidad sexual que es común en púberes y niños. De ese modo dejan expuesta la posibilidad de que en todo hombre se encuentre latente la pulsión homoerótica, aunque a veces lo hagan de forma algo extrema, forzando un poco algunas situaciones.

Aun así Taekwondo es una película abierta por partida doble. En primer lugar hacia adentro, ya que sus personajes se permiten compartir con otros la picazón feliz de ese deseo que los empuja. Pero también hacia afuera, porque en su voluntad lúdica logra generar mayor empatía por la historia de estos personajes que aceptan abiertamente su deseo.

Es posible suponer que en estos cambios operados en el tono del relato tal vez haya tenido mucho que ver la novedad del trabajo en tándem de Berger con Farina. Hasta ahora Berger había trabajado poniendo el foco obsesivamente en vínculos íntimos que solían permanecer en el núcleo cerrado de sus dos protagonistas. En cambio Taekwondo es una película multitudinaria, en la que los cuerpos masculinos se amontonan y son observados con explícito detalle, exhibiendo una forma de belleza que por lo general el cine suele pasar deliberadamente por alto, tan ocupado en mercantilizar lo femenino. Tanto, que hasta las escenas de sexo hétero han sido pensadas tomando como objeto central a lo masculino. Justamente esa era una de las premisas de Fulboy (2014), documental en el que Farina registra la intimidad de un plantel de futbolistas durante las concentraciones, con una mirada que también es reconocible en este trabajo con Berger.

Aunque aquí también la exposición del cuerpo masculino llega a un punto de saturación (una constante en los trabajos de Berger), es cierto que Taekwondo consigue una vez más generar una mirada cinematográfica del mundo que se aparta de todo mandato tradicional. En ese dar al espectador la oportunidad de observar la realidad cambiando el color del cristal no deja de haber una virtud que no debe ser despreciada.  (Juan Pablo Cinelli – Página 12)