En The Student, Robert Desnos Veniamin es un estudiante ruso ultrareligioso, un joven víctima de una crisis mística en la que está convencido de que el mundo se ha rendido al mal y que ya no hay moral. Así, Robert sorprende a su madre, a sus compañeros y a todo el instituto con sus preguntas. ¿Las chicas pueden usar bikini en la clase de natación?¿Se debe enseñar la teoría de la evolución en las clases de ciencias naturales? Los adultos ya no saben qué hacer con las certezas de un chico que sólo se guía por las sagradas escrituras. Su profesora de biología, Elena, es la única persona que se atreverá a desafiarlo en su propio terreno

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 88%

Película / Subtítulo (Calidad 720)

 

Tratamos de promover la libertad de expresión como si fuera la piedra filosofal de nuestro tiempo, peregrinamos en masa exigiendo la reivindicación de nuestros derechos mientras, al mismo tiempo, condenamos a los que contaminan con sus ideas extremas las mentes más débiles de los ciudadanos intelectualmente desfavorecidos —personas incapaces de crear un juicio propio, ya sea éste político, religioso o deportivo—. ¿Por qué nos empeñamos en llamarlo respeto mutuo, cuando lo que realmente queremos es ser respetados y punto? ¿Por qué exigimos un estado laico si participamos activamente en paralizar el país dos días al año para celebrar el nacimiento del Mesías de cuya existencia renegamos? Ahora, cuando recordamos que no hemos comprado vino el día de nochebuena, a las 10 de la noche, entonces sí que nos viene bien una buena dosis de secularidad materializada en los chinos de la esquina. Sí, vivimos en un mundo hipócrita que nos contagia su falsedad con una sonrisa de complicidad, con regalos cada 6 de enero, o cada 24 de diciembre si somos de los trasgresores. Pero cuando la generosidad navideña se evapora y ya nadie recuerda su propósito de año nuevo, nos encanta poner el grito en el cielo al comprobar que el 15 de agosto cae en martes y, en lugar de pasar la fiesta al lunes para poder salir de viaje, nos toca ir al trabajo con la cara de perro porque el día de la Asunción no lo mueve ni Dios. Entonces llegamos a la conclusión de que no se trata de laicismo o respeto, sino de orden; y para que exista el orden tiene que haber una persona, o colectivo, que imponga las reglas de convivencia y evite la anarquía. Este concepto arcaico e inamovible de falaz democracia ha encontrado muchos representantes a lo largo de la historia del cine. En las ficciones demográficas, estamos acostumbrados a ver sistemas de gobierno opresores lucrándose a costa de los impuestos y las libertades del pueblo, hasta que aparece una figura sediciosa que trata de llevar la razón a las masas para que se levanten ante las injusticias. The Student da la vuelta a ese mensaje esperanzador del mundo opresivo, para situarnos en un entorno utópico-liberal —fiel representante del laicismo educativo— donde aparece un alumno ortodoxo con delirios mesiánicos dispuesto a derrumbar esa estructura funcional basada en la libertad de decisión del pueblo.

(M)uchenik parte de un juego de palabras epónimo compuesto por la combinación de los términos “uchenik” traducida del ruso como, estudiante, y “muchenik”, mesías. Durante su visionado, y antes de que comencemos a analizar las acciones del protagonista y a juzgar su moralidad o validez a nivel ético, debemos plantearnos, por mucho rechazo que sintamos hacia los actos de Veniamin, que su posición concuerda no ya con la del inadaptado sino con la del oprimido, pues nada de lo que salga de su bíblica oratoria será tomado en serio por los adultos encargados de dirigir el aprendizaje y la educación de los adolescentes. En lugar de ello, se enfrentarán a él, se sentirán amenazados por la evidente elocuencia del muchacho, y rebatirán su postura con sanciones y argumentos, en ocasiones, tan disparatados como el propio creacionismo. Así, según los códigos de protección y desamparo extraídos de la tradición cinéfila, deberíamos posicionarnos del lado de este predicador en potencia. Sin embargo, la película de Kirill Serebrennikov poco tiene de tradicional, e insistirá en ponernos en contra del joven, por medio de todos los trucos de empatía posibles: mostrando a la madre soltera torturada por un tirano totalitario que sólo piensa en las sagradas escrituras, la frustración de sus compañeros al tener que sufrir las consecuencias de su proceso evangelizador, el rechazo de sus profesores… todo parece dirigirnos sin mayor complicación al aborrecimiento de un personaje insoportable pero, justo cuando creíamos que no había esperanza para él, llega la gran sorpresa. En un terreno neutral, sin mayores interpretaciones simbólicas que las que podamos encontrar en una cancha de baloncesto, tendrá lugar el gran choque y la prueba de la verdadera fe. A un lado, la prudente y magnánima iglesia católica, personificada en el cura del colegio, al otro, un profeta descarriado dispuesto a aferrarse a su biblia hasta las últimas consecuencias.
El encuentro entre el reverendo y el estudiante, como suele suceder cada vez que se discuten temas esotéricos, deja muchas más incógnitas que respuestas, con la sorprendente excepción de un giro inaudito de los roles con los que, hasta ese momento, habíamos identificado a los dos contrincantes. Cuando el cura es puesto contra las cuerdas y, por falta de conocimiento, o por exasperación, queda estólido frente a Veniamin, pierde la paciencia y la tranquilidad con las que había iniciado el debate. En ese punto, el joven rebatirá sin cesar cada uno de sus argumentos con citas textuales del nuevo testamento, pasajes que aparecerán rotulados en pantalla para certificar su veracidad —o al menos su existencia literal—. Ahora será la iglesia —católico-romana-apostólica y omnielocuente— la que comience a interpretar las escrituras de un modo poco riguroso, dejando que la libre exégesis se anteponga a los datos contundentes para, sin remedio, aventurarse en la lectura fundamentalista que tanto ha criticado desde los tiempos de Martín Lutero. Cuando el discurso se adentre en la escatología —primera acepción del término— doctrinal, al cura no le quedará más remedio que arremeter impunemente contra su oponente, quien ha demostrado superioridad manifiesta en la materia. Con un abuso del poder divino, viejas artimañas y rituales heréticos, el colérico eclesiástico buscará la sumisión del protagonista mediante un efecto apotropaico que logre con ritos ceremoniales lo que él no ha conseguido con la razón: someter al hereje.

Veniamin saldrá reforzado del ignominioso encuentro frente a la representación del catolicismo hegemónico y, como consecuencia, su arrogancia aumentará exponencialmente hasta el punto de perder todo el respeto al profesorado y al equipo directivo del centro. El protagonista parece imparable en su destructivo avance, que cada vez cuenta con el respaldo de más feligreses, ya sea por razones de verdadera filiación, o por mero divertimiento, hasta que aparece en escena un rival a la altura de las circunstancias: la profesora de biología. Una mujer que se involucra, quizá con demasiada pasión, en el descrédito de su alumno. De nuevo encontramos la actuación del adulto tan censurable como la del niño, pues su duro proceso de investigación hierática y el sacrificio personal que éste lleva implícito, tiene un propósito puramente destructivo, y no educativo. No se busca la comprensión del muchacho, que Veniamin entienda que los extremos llegan a contradecirse y a darse la razón entre sí, pues no hay verdades absolutas ni dogmáticas en la vida real, sino que su energía y ahínco están puestos al servicio de la difamación, la deshonra y la humillación. El mensaje es derrotista en tanto que satiriza y demoniza la actitud del docente frente al alumno inadaptado, lo que nos lleva a establecer una clara comparación entre el proceso educativo del profesor y el del predicador. Por supuesto, como era de esperar, un choque tan hostil sólo puede encontrar una vía de escape violenta y colérica, que ejemplificará las consecuencias de un sistema educativo deficiente e incapaz de proporcionar la ayuda necesaria para aquellas almas perdidas que se pasean temerarias por el abismo de la intolerancia y el radicalismo. The Student compone uno de los puntos de vista más astutos e imparciales a los que hemos podido asistir sobre una temática que suele pecar de subjetividad a la hora de señalar culpables. Irreverente película que esconde un doble sentido, como doble es la moral de sus personajes, en su proceso vertebrador de una nueva política de aceptación secular real y ecuánime, presentado con la característica frialdad soviética y la crudeza de imagen y mensaje que acostumbramos a digerir en el cine ruso. | ★★★★ | (Alberto Sáez Villarino – ElAntepenúltimoMohicano.com)