En The Tale of the Princess Kaguya una pareja de ancianos campesinos encuentra a una niña diminuta dentro de una planta de bambú, y deciden adoptarla como si fuera su hija. Pasan los años, y rápidamente se convierte en una hermosa mujer pretendida por muchos hombres poderosos.

Mejor Largometraje de Animación 2014 para la Asociación de Críticos de Los Angeles

  • IMDb Rating: 8,0
  • RottenTomatoes: 100%

Película / Subtítulos 

 

La virtud de la melancolía es una característica que el Estudio Ghibli ha desarrollado a través de los años; quizás se trate de un estilo que va ligado a las agridulces historias clásicas del Japón feudal, llenas de marcadas metáforas hacia la comunión con la naturaleza y las vicisitudes de las costumbres sociales. Algunos de estos tópicos son narrados en la historia de “El cortador de bambú”, el más antiguo texto que se conserva de la literatura japonesa en prosa, y en cuyas frases se basa The Tale of the Princess Kaguya, última película del realizador Isao Takahata, que se retira dejando la frente en alto.

Kaguya es una pequeña que nace dentro del tallo de un bambú y que es criada por una pareja de campesinos que la acogen como si se tratase de su hija propia. Con el pasar de los años, la niña crece a una velocidad vertiginosa, y el bosque mismo se encarga de suplir a sus padres con todos los elementos necesarios para su manutención, además de arrojar pistas acerca del futuro por el que debe transitar. Es así como la familia decide marcharse a la ciudad, donde Kaguya cumplirá con la tarea de convertirse en una princesa.

Como se puede apreciar, la línea narrativa de The Tale of the Princess Kaguya abraza el minimalismo, pero… ¿cómo se complementan en la filmografía del cineasta los contrastes entre elegir como última película uno de los cuentos más antiguos del folklor de su nación? ¿Fue una decisión consciente o totalmente casual? The Tale of the Princess Kaguya es un relato agridulce que funciona de forma cíclica, que describe la vida misma a través de la magia y la fantasía. Plantea una ida y una vuelta, una partida en busca de la esencia propia que culmina en un efímero retorno a las raíces del alma. Si las líneas anteriores parecen mucha metáfora existencialista y poco ojo crítico al propio filme, es porque se trata de un proyecto que conjuga diversos atributos y cuya lectura funciona en varios planos, desde la relación personal con su realizador y significado dentro de su filmografía, hasta su relevancia dentro del cine de animación actual.

Visualmente, es una obra de arte. Retomando algunas de las técnicas que utilizó en Mis Vecinos los Yamada (1999), Takahata perfecciona sus trazos y se aleja de la majestuosidad que poseía Grave of the Fireflies (1988) para volverse más abstracto e impresionista, utilizando una paleta de colores reducida y bordes blanquecinos que asemejan los fotogramas a las láminas coloreadas de un libro. Aunque no es una técnica por completo novedosa (también recuerda un poco a Tale of Tales, la animación rusa de Yuriy Norshteyn, por su reflejo de las emociones del personaje a través de los trazos), sí es un hito en la era contemporánea, donde la técnica a mano, cuadro por cuadro, es cada vez más escasa. Cabe destacar una secuencia que refleja la huida nocturna por parte de la princesa hacia el bosque: sin duda, una de las más bellas y aterradoras que el estudio Ghibli ha realizado desde su fundación.

Pero todo este despliegue visual sería en vano si el resto de los elementos no estuviesen sustentados sobre los mismos estándares de calidad, y es acá donde Takahata se permite a sí mismo brillar, manejando todos y cada uno de los departamentos y artistas que permitieron el correcto desarrollo del proyecto. Para empezar, Joe Hisaishi compone su mejor trabajo desde El Casillo Ambulante de Howl (2006), de Hayao Miyazaki. Aunque es una afirmación que se puede debatir, las últimas composiciones del músico han pecado de ser demasiado anecdóticas, con una pomposidad que no terminaba de cuajar. En cambio, en The Tale of the Princess Kaguya, sus intervenciones son solo las indicadas, y el tema principal, interpretado con un piano y sin demasiadas pretensiones, es delicado y memorable.

Lo mismo se puede decir del guion: una mezcla de todas las versiones existentes de la misma historia que aleja las incongruencias entre todos los relatos para crear una versión que pueda seguirse sin hoyos en la trama. El ritmo, a diferencia de una gran parte de las películas del estudio, es contemplativo, lento de a ratos. Sobre el tipo de público al que va dirigida la obra, habría que estudiar más bien el mercado del entretenimiento infantil de los países de Occidente y como se diferencia de Oriente: es muy difícil imaginar esta película siendo exitosa en mercados como el estadounidense, donde las grandes atracciones son de ritmo trepidante y la acción.

Pero al final… ¿qué aporta The Tale of the Princess Kaguya a la filmografía de Takahata? ¿Qué le aporta al estudio Ghibli? ¿Que la hace relevante o rompedora de paradigmas? Más allá de sus méritos técnicos, es también una película que narra con melancolía el final de una era, un cuento que metafóricamente critica los métodos de las sociedades, a través de las costumbres del Japón feudal, y cuyo arco emocional del protagonista guarda relación con los temas y desilusiones a las que el propio estudio se ha enfrentado.

Es una carta de amor, una especie de homenaje propio u homenaje hacia todas las ideas y personajes maravillosos que salieron de sus recintos. Se trata de un retorno hacia lo mínimo, hacia la calma, hacia adentro. Un final que no garantiza un nuevo inicio, pero que cierra con belleza una etapa. Después de un sinnúmero de obras que han quedado grabadas en la imaginación de millones de personas alrededor del mundo, Ghibli se saca un último as bajo la manga. Es la película más lograda de sus últimas propuestas. (Mebil A. Rosales – ElEspectadorImaginario.com)