To Live cuenta la historia de un hombre que después de verse obligado a abandonar su casa y su familia por deudas de juego, rehace su vida como titiritero hasta que se ve envuelto en la revolución maoísta. Cuando consigue volver con su mujer y sus hijos, ya nada es como antes.

Gran Premio del Jurado, Mejor Actor y Premio del Jurado Ecuménico (Festival de Cannes 1994)

Mejor Película de Habla No Inglesa (Premios BAFTA 1994)

  • IMDb Rating: 8,3
  • Rotten Tomatoes: 86%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

“En ese momento alguien del circulo interno me dijo que ¡Vivir! era “políticamente reaccionaria y artísticamente mediocre”. La época era 1993 y 1994. La gente esperaba algo nuevo, algo único y no les gustaban los mensajes planos.”
-Zhang Yimou

No es éste un viaje de kilómetros o fronteras, como el de los pequeños niños de Paisaje en la niebla (Topio stin omijli, 1988), ni me refiero a un desplazamiento físico o a una migración. Hablo es del viaje que se emprende al nacer, que ocurre no a lo largo de un camino, sino a través del tiempo y que se ha convenido llamar vida. Es el lapso -ínfimo, fugaz- en que hacemos parte de los hombres y su frágil devenir. La celeridad con que transcurren los años nos obliga a decidir qué haremos con esa vida, cómo afrontaremos ese viaje, hacia dónde apuntará. Para los personajes de To Live (Huozhe, 1994) no había duda: el suyo era un viaje a la esperanza.

Y el narrador de este periplo vital es un hombre en la madurez de sus capacidades artísticas, uno de los pocos creadores auténticos del cine contemporáneo, el director chino Zhang Yimou. En su creciente producción se conjugan una serie de elementos de construcción del lenguaje cinematográfico que hacen de sus películas una experiencia que supera lo simplemente visual, convirtiéndolas en alegorías de múltiples lecturas: históricas, sociales, sexuales y -con más claridad- políticas. A base de metáforas y alusiones muy sutiles, Yimou ha logrado hacer partícipes a los espectadores de su desencanto y de su poca fe en las instituciones comunistas chinas, provocando -como es apenas natural- una inenarrable censura a sus filmes, que por esto mismo despiertan curiosidad e interés donde son exhibidos. Quizá esa misma sutileza en el manejo de la temática política hacía que para muchos no fuera claro el mensaje de denuncia -o por lo menos de inconformidad- que le director pretendía; de ahí que se decidiera a rodar una historia contemporánea de su país que, aunque enfocada hacia una familia, hablara de frente y sin temor.

Creo que la génesis de To Live también se encuentra en el éxito de Adiós a mi concubina (Bawang bie ji, 1993), pues la magnifica cinta de Chen Kaige se atrevió a contar de manera valerosa la situación china como telón de fondo a una narración sobre la ópera local. El tema mismo hizo que la película no fuera vista por una mayor número de personas que veían en este filme una incomprensible historia sobre dos cantantes de ópera, con todo lo intrincada que una cinta china pudiera ser. Yimou quiso, entonces, dar a conocer su propia versión de las últimas décadas de su patria, pero con unos protagonistas y una historia que le llegaran a un número mayor de espectadores, sacrificando complejidad temática en pro de una claridad que no admitiera confusión en lo descrito.

Yimou utilizó la literatura como fuente para To Live, como ocurrió también con Adiós a mi concubina, pero con un origen menos espurio: el texto original homónimo es una extensa novela de Yu Hua, un literato nacido en 1960, miembro de la nueva ola de narradores chinos y autor de novelas como Irse de casa a los 18 (Shibasui Chumen Yuanxing) y Crónicas de un mercader de sangre (Xu Sanguan Mai Xue Ji). Hua realizó la adaptación de To Live junto a Lu Wei, quién hizo el guión de Adiós a mi concubina. La novela contaba la historia de varias familias chinas, situándolas en el cambiante contexto social, histórico y cultural del país a lo largo de tres décadas, con un tono pesimista y de derrota que hubo de ser suprimido. De igual forma, se centró la narración en la historia de una familia, eliminando personajes accesorios y ramificaciones innecesarias de la trama. Se obtuvo así una historia limpia, lineal y perfectamente comprensible para el público occidental.

Muchos lamentan que de esta forma la película perdiera un aliento épico supuestamente necesario para triunfar en el mercado internacional que ve en el cine de pequeña escala un producto inacabado y de difícil comercialización. Pero To Live, a pesar de su llaneza en lo formal, no es de ninguna manera cine de pequeña escala; es, por el contrario, una obra de grandes proporciones en su simplicidad, lo que la hace aún más valiosa.

Pienso que una de las lecciones que deja está película es la de recordarnos que la historia no es una serie de hechos gloriosos escritos en los libros, sino un proceso vital que afecta a seres comunes y corrientes, no a grandes héroes de epopeyas indescriptibles. Y To Live lo demuestra: exceptuando unas pasmosas escenas en un nevado campo de batalla entre el ejército comunista de Mao y las tropas nacionalistas (KMT) de Chang Kai-Shek, la mayor parte del filme se instala en un barrio popular con escenas domésticas y los pequeños afanes de cada día. No hay grandes ídolos, no hay actos prosopopéyicos: es el día a día, es lo doméstico, lo usual. Fugui (Ge You) y Jiazhen (Gong Li, en ese entonces esposa del director) conforman una pareja venida a menos por los despilfarros monetarios del primero, pero que a pesar de la ruina económica, permanecen unidos sin saber los profundos cambios que la política hará sobre su sociedad y sobre su estilo de vida.

La historia se articula de manera cronológica lineal, con bloques argumentales agrupados por décadas: primero la guerra civil de los años cuarenta, después el gran “salto adelante” de los comunistas de los cincuenta, luego la Revolución Cultural de los sesenta, para concluir unos años más tarde, ya en la ancianidad de los protagonistas. Como se sabe, el propio Zhang Yimou vivió parte de ese proceso cuando, sacado de sus estudios, fue enviado al campo como obrero en 1968, de ahí que la narración no sea ajena o distante sino un revivir, no entrañable, pero sí verosímil y eso se aprecia en la naturalidad de la actuación, liberada de la teatralidad de algunos de sus trabajos previos. Contribuye a esta mirada la lente precisa de Lu Yue como director de fotografía, uno de los compañeros de Yimou en la Academia de Cine de Pekín: lejos de los claroscuros y los juegos de colores y luces de Ju Dou (1990), acá una diáfana claridad nos acerca a una historia real, de seres vivos, no de caricaturas. Y aunque el tono de este comentario no lo sugiera, To Live es una historia con pasajes profundamente tristes y de intenso dramatismo, pero sin apelar a la cursilería ramplona o al efectismo grosero de otros filmes.

Yimou, al reducir las dimensiones de la obra original, logró un absoluto control sobre la historia, la cual enriquece con pequeñas anécdotas que nos hablan de su posición crítica respecto al férreo gobierno chino. Pero su ironía es de tal inteligencia que nunca se ve forzada la narración o fuera de tono sus apuntes: recordemos, por ejemplo, la boda de Er Yi y Fengxia y los regalos que los amigos y vecinos les hacen: cuadros y efigies de Mao junto a innumerables volúmenes del Libro Rojo. La ortodoxia convertida en ridiculez. Y ridiculizada: la película fue presentada en Cannes sin permiso del gobierno y logró venderse a los mercados internacionales sin haber pasado por la censura habitual. To Live ganaría el Premio especial del jurado en Cannes, así como el galardón al mejor actor. A Yimou, a cambio, le impidieron filmar durante dos años, sancionado en Pekín por su osadía.

Yimou no ha pretendido ningún objetivo mesiánico con To Live, ni siquiera de denuncia política como lo hiciera John Boorman en la contemporánea Más allá de Rangún (Beyond Rangoon, 1995), tan sólo mostrar unos hechos ya cumplidos y su influencia sobre la vida del pueblo chino. Y lo ha hecho con las armas que conoce: con las del arte visual que domina a la perfección. “Creo que las películas chinas han sido durante mucho tiempo demasiado abstractas, conceptuales, engañosas. No se relacionan para nada con las vidas de la gente china ordinaria. Estoy seguro que a la mayoría de las audiencias les gustará esta película. No nos hemos ido por la borda con los elementos trágicos, sino que nos hemos centrado en los minuciosos y divertidos detalles en la vida de un don nadie. Hay lágrimas y risas, unas tras otras en un ritmo apacible, como la respiración de un fuelle”, declaraba.

Al final de la película, Fugui deposita en una antigua caja de títeres -títeres que fueron alguna vez su trabajo y su salvación- un puñado de pollitos que le ha entregado su nieto. Depositados allí son un símbolo de ingenuidad, vitalidad y esperanza, la misma a la que le habían apostado años antes y que les había permitido, a pesar de la adversidad, vivir. (Juan Carlos González A. – tiempodecine.co)