Tomboy es la historia de Laure, una niña de diez años, que tras instalarse con su familia en un barrio de las afueras de París, aprovecha su aspecto y su corte de pelo para hacerse pasar por un chico. En su papel de Michael, se verá inmersa en situaciones comprometidas; y Lisa, una chica de su nuevo grupo de amigos, se siente atraída por ella.

Premio del Público Sección Rellumes en el Festival de Gijón 2012

Premio Teddy del Jurado Festival de Berlin 2012

Mejor Actriz, Premio SIGNIS y Premio FIPRESCI Bafici 2012

  • IMDb Rating: 7,4
  • RottemTomatoes: 97%

Película / Subtítulo

Parte del cine independiente de los últimos años se ha caracterizado por tratar temas que giran en torno a la sexualidad. En concreto, son muchas las películas que han triunfado en festivales de toda índole al enfocar los problemas de identidad sexual, la homosexualidad o la transexualidad. Incluso existen certámenes específicos para este tipo de cintas, como los de Torino, Filadelfia o San Francisco. Pero la imagen que parece dar esto, y esa misma sensación nos transmiten la mayoría de estas películas, es que estas cuestiones siguen caracterizadas por su singularidad, me atrevería a decir que por su marginalidad… Y ello pese a la liberación social, al reconocimiento de la diversidad y a la legalización en cada vez más países del matrimonio gay y de otras medidas afines. En otras palabras, su tratamiento en el cine se presenta a menudo como algo especial, diferente, monopolizando el tema de la película en cuestión y distinguiéndola del resto o asemejándola a esas otras películas que apuestan por la misma narrativa. Estas afirmaciones quizás sean algo maniqueas, pero pretenden ilustrar la paradoja que ciertamente existe entre la integración y la transparencia a las que se supone que hemos llegado en estos temas, y la que desgraciadamente suele ser la realidad, que en estos casos coincide con la ficción.

Por ello es aliviador y refrescante encontrar un filme como Tomboy, que nos presenta de manera tan natural, casi ingenua, los problemas de identidad sexual que sufre una niña. Ésta, llamada Laure, se acaba de mudar con sus padres y su hermana pequeña a un nuevo barrio. Más tarde se nos revela que no es la primera vez que se trasladan, e intuimos que ello puede deberse precisamente a esos “problemas”, aunque nunca hay una referencia clara a otros episodios conflictivos, y la familia de esta niña parece aceptar su forma de ser con total franqueza. Entretanto, mientras acaban las vacaciones veraniegas y se acerca el inicio del curso, Laure aprovecha para trabar amistad con los demás chicos del barrio, que por su vestimenta y comportamiento la confunden con un niño, respondiendo bajo el nombre de Mickäel. Ella, encantada, disfruta como probablemente nunca lo ha hecho, e incluso llega a enamorarse de otra niña, igualmente víctima del engaño. Con todo, el desenlace de la historia es lo de menos, pues donde Tomboy adquiere su verdadera trascendencia y donde se distingue de otras muchas películas es en su inocencia y sobretodo en su tremenda sensibilidad.
Estos atributos cobran antes relieve en escenas aparentemente insignificantes, donde el tiempo se detiene y cada gesto reverbera más allá de la pantalla. En definitiva, los planos respiran, como a veces se dice, pues la cineasta Céline Sciamma es consciente de que la veracidad y la resonancia de esta historia se ven reforzados por un estilo ajeno a los alardes visuales, pausado, naturalista, sabiendo extraer hasta el último brillo de cada mirada y el último poro de cada centímetro de piel. Tal es la capacidad analítica y evocadora de Tomboy, y con ello consigue hacer grande una trama muy pequeña, reducida a lo esencial. En efecto, la misma se basa sencillamente en las experiencias de Laure/Mickäel, y al margen de ella los demás personajes están bastante desdibujados, en especial los padres. De hecho a menudo parecen diluirse en esa atmósfera grácil y etérea que también consigue Sciamma, con algunos momentos de luminosidad menos realista pero igualmente portentosa. Todo ello se aprecia, por ejemplo, en el partido de fútbol o en el baño en el lago que comparten Laure/Mickäel y sus nuevos amigos, escenas que como se ha dicho transmiten una autenticidad especial en tanto que cualquiera de nosotros, por muy lejos que le pillen estos dilemas, se siente mágicamente identificado con esta los sentimientos de esta niña.
Ello evidentemente no hubiese sido posible sin una prodigiosa labor de casting que nos descubre a esta actriz llamada Zoé Héran, que desafía sin alterarse a quienes sostienen que los niños no pueden actuar. A decir verdad, es difícil saber hasta qué punto está interpretando, porque lo que a menudo sucede con la dirección de menores es que se les introduce en un ambiente y se les dan unas indicaciones que ellos reproducen, aunque no se correspondan con el significado real de la escena. En cualquier caso, los que hayamos visto esta película podemos asegurar que su talento es descomunal, y que aquella es digna de admiración en gran parte gracias a ella. Que una niña de su edad sostenga este tema de identidad sexual podría haber conducido a algo ridículo, y era ciertamente una opción arriesgada, por lo que el resultado tiene un doble mérito. Sin embargo, como hemos dicho, otros aspectos de la película no están a la altura, o al menos se quedan a medio camino en lo que podría haber sido un desarrollo más potente de esta historia que al final decepciona un poco. Saber cerrar una trama, dotándola de mayor sentido y relevancia, es una labor complicada pero fundamental, porque un desenlace a medias tintas rebaja la calidad, por muy memorable que ésta haya sido, de lo que se ha visto anteriormente. Y en cierto modo es lo que ocurre con Tomboy, que en poco más de 80 minutos compone una mezcla volátil de ternura y amargura… Algo que parece más un acierto que un defecto.