En Touch of Evil un agente de la policía de narcóticos llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan, el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro.

  • IMDb Rating: 8,0
  • RottenTomatoes: 92%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Extraña es la lista de mejores películas de la historia del cine que no incluye Touch of Evil, el último trabajo que Orson Welles consiguió realizar para un gran estudio de Hollywood, la Universal. Ya sabemos que todo en Welles tiende al exceso, y Touch of Evil es un buen ejemplo de ello. Pocas películas tienen tanta trastienda como esta peculiar adaptación de la novela de Whit Masterson (pseudónimo de Robert Wade y Bill Millar) Badge of Evil, que, sin embargo, se ha convertido por mérito propio en una de las grandes referencias dentro de la filmografía de Welles.

La primera escena, un prolongado plano‑secuencia de tres minutos que presenta al matrimonio Vargas (Charlton Heston y Janet Leigh) cruzando la frontera en Los Robles y concluye con una explosión, se estudia en todas las escuelas de cine como ejemplo de planificación y composición. A partir de aquí, se plantea un caso con problemas de jurisdicción, ya que la bomba se había colocado en México pero estalló en Estados Unidos. Eso provoca ciertos roces entre el capitán Hank Quinlan (Orson Welles) y Mike Vargas, un alto funcionario antidrogas mexicano. Al final, el caso es lo de menos, lo que importa es el enfrentamiento entre Quinlan y Vargas.

Curiosamente, Welles llegó a dirigir el proyecto gracias a Heston. En principio, el productor había pensado en Welles como actor, pero Heston entendió que también iba a dirigir la película, y precisamente por eso aceptó, lo que llevó a los ejecutivos de la Universal a ofrecerle la película a Welles, que aceptó dirigirla si podía reescribir el guion. Welles no trabajó directamente sobre la novela de Masterson, sino sobre el guion de Monash ya escrito, y cambió algunas cosas, como, por ejemplo, la localización.

Welles consigue transformar un thriller bastante convencional en una de las piezas clave del género negro. De hecho, para muchos críticos y cineastas, como Paul Schrader, Touch of Evil supuso la última gran película del cine negro clásico, algo así como el epitafio de una forma de hacer cine que había comenzado con The Maltese Falcon, (John Huston, 1941). Desde entonces, ya solo podemos hablar de neo noir, y, más recientemente, de neo neo noir.

Touch of Evil es una película de personaje, y quien se lleva el gato al agua es el propio Orson Welles con su interpretación de Harry Quinlan, un policía de métodos expeditivos que no duda en falsificar pruebas para encerrar a quien considera culpable. Todo lo demás está puesto al servicio de este personaje, aunque en la galería de secundarios destaquen interpretaciones memorables, empezando por la de Joseph Calleia, que da vida al ayudante de Quinlan, el sargento Pete Menzies; o la de Marlene Dietrich, que se convierte en Tanya, la gitana de acento alemán que regenta un local de dudosa reputación en el lado mexicano de la frontera y con la que Quinlan mantuvo una relación en el pasado. Ahora bien, si hay un personaje que llama mucho la atención, ese es el que interpreta Dennis Weaver, ya que supone un claro antecedente de Norman Bates.

El uso de determinados planos provoca en el espectador desasosiego e incomodidad, sobre todo en determinados momentos. Welles utiliza magistralmente los objetos para construir la trama. Así, los cartuchos de dinamita o el bastón de Quinlan juegan un papel esencial para la progresión del argumento. La música de Henry Mancini es magnífica, pero nunca suena en off, sino que es diegética, esto es, la escuchamos a través de objetos que aparecen en escena: radios, altavoces, instrumentos musicales…

Touch of Evil se rodó entre el 18 de febrero y el 2 de abril de 1957. Aunque Welles quería rodar en Tijuana, era inviable por cuestiones de producción, así que finalmente se rodó en Venice. A Welles lo despidieron en junio, así que apenas pudo participar en la fase de montaje y postproducción. Había un primer montaje de 108 minutos que se desestimó tras realizar una preview. La versión que se estrenó tenía una duración de 93 minutos y no tuvo demasiado éxito. Provocó el enfado de Welles, que se despachó con una memoria de 58 páginas en la que indicaba los cambios que debían realizarse. Solo en 1975 empezó a distribuirse la versión de 108 minutos, y en 1998 se realizó un último montaje que seguía las directrices señaladas por Welles en su memorando. En realidad, cualquiera de las tres versiones demuestra la genialidad de Welles, y el propio hecho de que existan esas tres versiones, ninguna de ellas supervisada por el director, es otra característica más de su cine, que no siempre llegaba a buen puerto. (Joaquín Juan Penalba – ElEspectadorImaginario.com)