Celda 211 transcurre el día en que Juan empieza a trabajar en su nuevo destino como funcionario de prisiones y este se ve atrapado en un motín carcelario. Decide entonces hacerse pasar por un preso más para salvar su vida y para poner fin a la revuelta, encabezada por el temible Malamadre. Lo que ignora es que el destino le ha preparado una encerrona.

Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Guion Adaptado (Premios Goya 2009)

  • IMDB Rating: 7,7
  • Rottentomatoes: 97%

Película / Subtítulo (Opcional)

Es esta una película sobre la amistad en tiempos de guerra, sobre lo que le ocurre a una persona normal cuando el azar le coloca la etiqueta de superviviente en un contexto que exige adaptación camaleónica, y sobre lo que le ocurre a una persona peligrosa cuando encuentra a su némesis al filo del abismo. Por encima del subgénero carcelario en que Daniel Monzón decide encuadrar esta historia de infiltrados y motines, destaca su insólita capacidad para darle la vuelta a la tortilla, para enseñar la otra cara de sus estereotipos, para confrontarlos contra lo que dicen los cánones que deberían representar. Así las cosas, Juan (Alberto Ammann), el carcelero novato que de repente se ve envuelto en una pesadilla de la que le resultará difícil escapar, no es tanto un héroe como una víctima de las circunstancias que renace de las cenizas del Bien como calculador ángel de venganza. Y Malamadre, excelsa creación de Luis Tosar, no es tanto un criminal como alguien que ya no tiene nada que perder, y cuya presunta maldad se diluye en tierna inocencia cuando cree que ha encontrado un alma gemela que representa todo aquello que él nunca podrá ser.

Sería un error considerar a Celda 211 como una película social, a pesar de que tiene bastante claras las cosas que habría que cambiar del sistema penitenciario, muestra la cobardía institucional con diáfana brutalidad y es muy astuta a la hora de utilizar a los presos de ETA como macguffin, como moneda de cambio de un relato que elude los obvios comentarios políticos sobre la cuestión del terrorismo. Puede sorprender la naturalidad con que Monzón se mueve en el cine de prisiones, que apenas tiene tradición en España, aunque no extrañará a quienes conozcan su filmografía, una de las más estimulantes y versátiles del cine español de los últimos años. He aquí un director patrio que no solo ha demostrado con creces que no subestima el cine de género, sino que quiere cogerlo por los cuernos y mirarlo a los ojos, cosa rara en una industria que se ha acercado a él de puntillas, con torpeza o mirando hacia otro lado.

La puesta en escena de Celda 211 es realista, visceral, tan directa y descarnada como en el mejor Sam Fuller. Monzón trabaja con maestría las constantes del género carcelario (espacios cerrados, rostros cicatrizados, violencia desatada, rivalidad homoerótica) sin renunciar a la denominación de origen. Su visión aspira, no obstante, a ser universal: porque Celda 211 no es más que una tragedia en toda regla en la que la rueda de la fortuna (o del infortunio) machaca el destino de dos personajes que parecían llamados a encontrarse para que uno de ellos se convirtiera en el otro, poseído definitivamente por la certeza de que la vida allí fuera no era tan bonita como nos la pintaban. (Sergi Sánchez – fotogramas.es)