En La La Land, Mia, una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera mientras acude a castings, y Sebastian, un pianista de jazz que se gana la vida tocando en sórdidos tugurios, se enamoran, pero su gran ambición por llegar a la cima en sus carreras artísticas amenaza con separarlos.
Mejor Director, Mejor Actriz y Mejor Fotografía en los Premios Oscar 2016Mejor Película Musical, Mejor Director, Mejor Actiz y Mejor Actor Globos de Oro 2016Mejor Película y Mejor Director en los Premios BAFTA 2016Premio del Público en el Festival de Toronto 2016Mejor Actriz en el Festival de Venecia 2016
- IMDb Rating: 8,4
- RottenTomatoes: 93%
La La Land recibe al espectador con un par de explosivos números musicales que devolverían la fe en la magia de Hollywood y Broadway al más cínico de los misántropos. Una efervescencia que debe tanto a la espectacularidad de la fantasía musical como al empleo de unas herramientas narrativas que solemos asociar a las formas del realismo. Dejando a una lado los efectismos de montaje de Whiplash, Damien Chazelle –nuevo chico prodigio de la meca del cine– abraza las leyes de la profundidad de campo y el plano secuencia: aquellas que exigen el máximo de unos actores que no tienen más que su sentido del ritmo y su “química” para brillar en la pantalla.
Solos ante el peligro, guiados por el virtuosismo escénico de su director, Emma Stone y Ryan Gosling dan lo mejor de sí mismos. Stone ha afinado y sofisticado su encanto natural hasta límites insospechados. Es posible echar de menos la espontaneidad de sus inicios, pero su autocontrol gestual –a veces armónico, a veces espástico– resulta abrumador. Y, por si fuera poco, su voz temblorosa, siempre al borde del traspié afónico, convierte a Stone en una figura terrenalmente imperfecta. Por su parte, Gosling explota con estilo y sentido del timing su aura de galán del Hollywood clásico, con un punto cómico y un halo melancólico, capaz de evocar el magnetismo de Marlon Brando y James Dean, para luego romper la baraja con un gag a la medida de Cary Grant.
La combinación actoral resulta perfecta. Gosling, clásico, alimenta la nostalgia de una película que da carpetazo a la posmodernidad (¡adiós, Moulin Rouge!) para reencontrarse con ese tipo de musical “democrático” que encarnó como nadie Gene Kelly: una película protagonizada por gente común que invita a bailar, amar y soñar. Por su parte, Stone, contemporánea, conecta la película a una cierta esencia urbana. Así, la película se mantiene apegada a ras de suelo pese a sus ansias de volar. Del lado de la fantasía, La La Land echa mano de su paleta multicolor, de una ladera de Los Angeles que parece reconstruida en estudio, o de una escena donde los personajes bailan sobre el cielo estrellado del planetario de Rebelde sin Causa. Del lado de la realidad, la aparición de John Legend como icono de una modernidad pop que reniega del purismo del jazz, o también algunos escenarios nocturnos y sombríos que parecen guiñarle el ojo a la pintura de Edward Hopper.
En un momento crucial para la trama, los personajes de Gosling y Legend discuten sobre la contraposición entre tradicionalismo y revolución en relación al jazz. Con La La Land, Chazelle busca reconciliar ambos conceptos, apuntando que el clasicismo puede ser una revolución en sí misma en estos tiempos de agitación pop.
En su abordaje caleidoscópico al mundo de los sueños –cómo hallarlos, perseguirlos, vivirlos, renunciar a ellos–, La La Land transita desde el musical más eufórico (a lo Cantando Bajo la Lluvia) hasta su sedimentación melancólica (evocando a Jacques Demy), para terminar varada en las mansas aguas del drama sentimental. Un viaje de lo rítmico a lo melódico en el que la película va perdiendo algo de su punch inicial. Un tránsito del vitalismo a una dulce resignación que resulta algo predecible y donde el ímpetu escénico de Chazelle, con sus malabarismos con steadycam, se va domesticando en plano-contraplano.
En un momento de la película, el personaje de Gosling discute con un jefe despótico (J.K. Simmons como estrella invitada) sobre el modo en que la realidad de Los Angeles coarta los sueños de la gente: “En esta ciudad, es una para ti y una para ellos”, apunta hastiado el protagonista, empleando una frase habitual entre los directores de Hollywood, artistas que deben hacer de tanto en cuando un film de corte industrial para luego encarar proyectos más personales. En el caso de La La Land, pese a todo el brillo formal y el homenaje al jazz, este crítico tuvo la sensación de estar viendo la película “para ellos”, para la industria, de Chazelle. Una misión cumplida por la que el joven director parece destinado a saborear las mieles del éxito en Hollywood.
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