En Bande de Filles, Marieme se siente agobiada por su familia, por la escuela y por la implacable ley de los chicos del barrio. Pero su vida cambia cuando conoce a un grupo de chicas de espíritu libre. Entonces cambia su nombre, su modo de vestir y abandona la escuela para ser aceptada en el grupo. Convertida en Vic, abraza el código de la calle donde se mezclan violencia, amistad y libertad.

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 96%

Película / Subtítulo

Cuando las luces se apagaron y comenzaron los primeros minutos de proyección de Bande de Filles, el tercer largometraje de la francesa Céline Sciamma (Tomboy), súbitamente se vienen a la cabeza reminiscencias a los libros de The Outsiders (llevado a la pantalla grande por Coppola) y Rumble Fish, ambos escritos por Susan E.Hinton. ¿Una simple coincidencia o una certera similitud en la manera de contagiar una historia? En este par de novelas dirigidas a adolescentes, la autora norteamericana contaba historias genuinas acerca de la supervivencia, las preocupaciones juveniles, los férreos vínculos de amistad y la problemática lucha de bandas callejeras. Volando entre sus páginas, Susan registraba con realismo esas sensaciones de plenitud, duelo, euforia y dolor que caracterizan a la etapa adolescente, con el mérito extra de hacernos entender realmente a los lectores las prioridades y códigos internos que rigen la existencia de sus protagonistas. El ansia de aceptación social y de liberación también caracterizan a Marieme (Karidja Touré), la protagonista de este largometraje que nos cuenta su historia, secuenciada mediante pantallazos en negro que representan los saltos temporales en esa franja de su vida. Nos hallamos frente a una chica que se nos antoja algo antipática, asilvestrada e incompleta, manchando por momentos de ternura, agresividad y obsesión por encajar su particular búsqueda de identidad. A sus dieciséis años, las prohibiciones constantes y los problemas familiares salpican de pesimismo el día a día de Marieme, sumadas al desencanto causado por su fracaso escolar y las implacables leyes de los chicos del barrio. Sin embargo, un encuentro fortuito con un trío de chicas de espíritu libre que coquetean con la ilegalidad, el alcohol y el abstentismo lo cambiará todo. Abandonando el instituto y tomando el nuevo nombre de Vic, relegando sus viejos chándals y su indumentaria masculina para adoptar el look que impera en el seno del grupo, la protagonista halla la felicidad adoptando este nuevo rol y sintiéndose aceptada por esta nueva pandilla, encabezada por la atractiva y deslenguada Lady.

Este puñado de chicas con coraza optan por el descaro, la fiereza y hasta la violencia para sobrevivir en esa jungla cualquiera que es el ajetreado entramado de calles donde habitan; ríen alto, hablan sin delicadeza, participan en peleas, alzan sus copas y sueñan con el París de la Torre Eiffel, los amores exquisitos y las compras lujosas. Y la vida se reduce a eso, a eludir prohibiciones, sentir la amistad como un potente motor de conexión humana y alcanzar el cénit de la libertad y la independencia, además de mantenerse en el puesto de reinas del mambo del barrio, no permitir que nadie les tosa y por supuesto, pasarlo de perlas, divertirse a todo trapo, pasar olímpicamente de ese espejismo llamado futuro. Carpe diem, carpe noctem. Hedonismo, nihilismo y un humanismo descarnado confluyen en otra película más de Sciamma, cuya aplaudida filmografía se esfuerza en desentrañar la configuración de la identidad de las mujeres a lo largo de su infancia y adolescencia, con más o menos acierto. Una nota común a su trilogía es la evolución, el cambio profundo que vivimos con sus protagonistas, el riesgo que asumen, los encarnizados obstáculos que sortean. Y en Bande de Filles consigue ese realismo característico sobre todo en la primera parte del metraje, pues cierto es que en la segunda se desinfla y pierde un poco de fuelle. Sciamma traza con habilidad las luces y sombras de estas protagonistas juveniles encomendadas a buscar ese chispazo de felicidad efímera en un mundo plagado de problemas. La realidad es el mayor enemigo de esta banda de chicas, y adaptarse a los códigos que la calle impone, la única salida posible.

Con una banda sonora llena de frescura y un potente aspecto visual empleado para mostrar la cara B de la hermosa capital francesa, esos arrabales donde la única normativa imperante es la ley de calle, donde los fuertes se comen a los flacos, las chicas exhiben, sudorosas, sujetadores rasgados a modo de trofeos de guerra, y los hermanos mayores saben que te llamarán puta si haces gala de tu libre albedrío sexual. Y sabedoras de hallarse ya con un pie en ese abismo llamado madurez, este cuarteto de heroínas suburbanas intentan mantenerse en la cúspide de esa cadena trófica que es su particular selva de cemento. Este conjunto de actrices sin experiencia previa dan el callo, cumplen las expectativas y son las responsables de que por los poros de otro filme más de Sciamma se respire un naturalismo. Buscar actores no profesionales es otro de los denominadores comunes en la carrera de su creadora, y que le ha otorgado muy buenos resultados en el plano interpretativo. Si nos empeñamos en escarbar bajo la atmósfera de juventud desenfrenada y adopción de roles tristemente anacrónicos de las protagonistas principales sabremos que la vocación pedagógica de la directora es criticar a través de esa realidad imbatible, que nos antecede, nos sobrevive y nos aplasta, a menos que intentemos cambiarla. Para mostrarla, cruda y sangrante, en el cine de esta autora no son necesarios artefactos, metáforas ni fábulas. En Bande de Filles podemos encontrar así, revueltos, diseminados y personificados en la ambivalente Marieme, los clásicos conflictos adolescentes que siguen persiguiendo a los miembros de cada nueva generación, y que aquí se focalizan en especial en la obsesión por la aceptación, por ser a la vez cool, fuerte, independiente, bonita, deseada, admirada, y también temida. Sin llegar ni por asomo a la sensibilidad radiante ni la profundidad psicológica abrumadora de su anterior trabajo, aquella elocuente y delicada Tomboy que exploraba los arquetipos de género desde la óptica conmovedora de la mente infantil, Bande de Filles perpetúa el lenguaje sensorial y vitalista de la filmografía de Sciamma, y su curiosidad insaciable por radiografiar el alma humana, por captar esos momentos de felicidad efímera tan anclados al recuerdo de cualquiera. La memorable secuencia de las chicas cantando y bailando Diamonds, de Rihanna, entre las cuatro paredes de una anodina habitación de hotel es la mejor muestra de la euforia compartida de una adolescencia febril que se escapa entre los dedos.