En El Hombre de las Mil Caras, Francisco Paesa, ex agente secreto del gobierno español, responsable de la operación contra ETA más importante de la historia, se ve envuelto en un caso de extorsión en plena crisis de los GAL y tiene que huir del país. Cuando regresa años después está arruinado. En tales circunstancias, recibe la visita de Luis Roldán, ex Director General de la Guardia Civil, y de su mujer Nieves Fernández Puerto, que le ofrecen un millón de dólares si les ayuda a salvar 1.500 millones de pesetas sustraídos al erario público. Paesa ve entonces la oportunidad de vengarse del gobierno español, llevando a cabo una magistral operación.

Mejor Actor en el Festival de San Sebastián 2016

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 83%

Película

 

Existe un momento en El Hombre de las Mil Caras en el que Luis Roldán, patético, corrupto, finalmente perdedor, acorralado por su ignominia y con la diferencia de que la mayoría de los componentes de la ciénaga estaban acorazados y que jamás podrían pillarles, exclama con gesto desolado: “Solo hice lo que hacían (o pretendían hacer, aunque esto es un invento propio) los demás”. En su caso, en este director progresista de la Guardia Civil, sociata de última hora en nombre de los beneficios que otorgaba el poder, farsante profesional que engañaba en su grotesco currículo sin que nadie comprobara sus títulos, cutre, impostor con infinito poder y ladrón de 1.900 millones de pesetas (sería mucho más y en mi condición de dinosaurio sigo pensando en pesetas y no en euros para calibrar la condición y el beneficio de los ladrones profesionales, 20 años antes de esa ignominia tan brutal y transparente del “Luis, sé fuerte”), se limitaba a recordar que su caso no era insólito, que le dejaran tranquilo disfrutar de un robo generalizado porque todo dios estaba pringado.

Y pocos directores tan capacitados como Alberto Rodríguez , el mismo de La Isla Mínima —es muy bueno y posee condiciones tan naturales como para alcanzar el clasicismo en una cinematografía a la que prefiero no definir con su casi siempre patético nombre— para narrar historias complejas, para crear desasosiego en el espectador con argumentos que jamás son previsibles en su desarrollo. Y aquí se lía.

De acuerdo en que todos los personajes de El Hombre de las Mil Caras son mentirosos profesionales, en que la historia es tan complicada que para que llegue al espectador hay que narrarla de forma original y compleja. Pero se pierde Alberto Rodríguez en su tentativa de ser claro describiendo el proceso de una movida obscena. Y existe clima. Diálogos tan inteligentes como demoledores, personajes reales que logran inquietarte. Hay buen cine, un intérprete modélico como Eduard Fernández metiéndose en la piel de un hijo de puta tan frío como pragmático, secuencias que evidencian que hay un creador detrás que tiene muy claro todo el retorcido universo que intenta plasmar. Pero no es una película redonda, está tan preocupada del tono que se olvida de la claridad. Es una buena, algo despareja e intrigante película, pero no lo que esperabas de un hombre que acumula un talento excepcional, el de verdad. (Carlos Boyero – ElPaís.com)