Hanna K. es una judía de origen polaco nacida en Estados Unidos y de nacionalidad francesa, pero quiere ser israelita. Poco después de casarse con Victor Bonnet, lo abandona y se va a un kibutz en Israel con un poeta que pronto se cansa de ella. Se instala entonces en Jerusalén y termina la carrera de derecho que había empezado antes de casarse. Joshua Herzog, el fiscal general (y su amante), le ha asignado la defensa de Salim Bakri, un inmigrante ilegal. Se celebra el juicio y a Salim lo deportan por el Puente Allenby. Hanna que está separada pero no divorciada, se queda embarazada de Joshua. Desesperada, llama a Víctor, que sigue enamorado de ella y que no duda en tomar el primer avión para ir a verla.

  • IMDb Rating: 6,6
  • RottenTomatoes: 69%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Como los buenos vinos, Hanna K. no solo ha envejecido dignamente, sino que los 20 años que ha tardado en estrenarse en nuestro país han incrementado la vigencia de su análisis sobre el conflicto palestino-israelí. Allá donde, en 1983, predominaba el dilema sentimental entre una abogada judía y tres hombres (un francés, un israelí y un palestino), ahora afloran las raíces de un problema basado en la identidad y el reparto de un territorio en disputa. No es casual que Franco Solinas, el guionista italiano que ya había escrito État de Siège, partiese de Bartleby, el escribiente. Detrás de ese maravilloso relato de Herman Melville subyace la lógica aplastante a la cual conduce el absurdo. El preferiría no marcharme lacónicamente esgrimido por el escribiente para no abandonar su puesto de trabajo se transfiere en el film al palestino que pugna por recuperar su casa con la oposición del israelí de pura cepa que ha dejado embarazada a la protagonista y ante la distante mirada del marido francés que, periódicamente, acude a visitarla. Sólido, contundente y políticamente eficaz, Hanna K. responde a los parámetros habituales del cine de Costa-Gavras. Jill Clayburgh los asumió con valentía en un papel comprometido y la sombra de represalias sionistas planea no solo sobre el eclipse de su carrera, sino también en las dificultades que este film tuvo para estrenarse en su momento.Para los que aún creen que todo cine es político. Lo mejor: la trágica premonición de Costa-Gavras sobre el conflicto palestino-israelí. Lo peor: algunos subrayados de trazo excesivamente grueso. (Fotogramas.es)

Z (1969), tercer largometraje de Costa-Gavras (Atenas, 1933) supuso el comienzo de una trayectoria cinematográfica interesada en algunas de las injusticias político-sociales del siglo XX. Después vinieron otros títulos como L’aveu (1971), État de Siège (1973) y Missing (1981), que convirtieron a Gavras en un adalid del cine político que paseaba su mirada por el mundo.

En enero de 2003 se estrenó en España Amén, con un discurso político beligerante, contundente y polémico del realizador griego. Ahora, por sorpresa llega una nueva-antigua película ambientada en el Jerusalén de los primeros ochenta. Hanna K., rodada en Italia e Israel en 1983, es la historia de una búsqueda que se convierte en drama humano. Según el director, la película «es una historia paradójica que ilustra una situación». La historia es la de Hanna, una mujer judía de origen polaco que decide abandonar a su marido para encontrar su libertad en Jerusalén. Sélim, Josué y Victor completan un cuarteto que permite a Gavras indagar en la realidad social de un territorio en eterno conflicto.

El director no ahonda en la situación, sino en los personajes que crean esta situación. . Así, sin manierismos, se fundamenta una trama política que valora el respeto y la tolerancia entre identidades culturales distantes. La coherencia narrativa del guión está apoyada por un montaje sentido y pensado. Los encuadres intensamente emotivos se conjugan con planos-secuencia y travellings que nos introducen de una manera muy personal en el conflicto árabe-israelí que se vive en la «Tierra Santa», que adquiere la categoría de personaje.

Hace veinte años, de manera elegante y sincera, Gavras realizó un recorrido vital por una realidad contemporánea sin solución aparente. En este proyecto fue fundamental la correcta interpretación de Jill Clayburg como Hanna, y la mirada tierna y desafiante de Mohamed Bakri y Gabriel Byrne, aparte de todo un equipo que comprendió las intenciones de un director que en ese momento ya había conseguido un Oscar al mejor guión por Missing. Hoy el problema sigue existiendo. Y la perdurable mirada de Gavras muestra la talla de este gran director. (Laura García Pousa – FilaSiete.com)