En Juste la Fin du Monde, y tras doce años de ausencia, un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro con su entorno familiar, una reunión en la que las muestras de cariño son sempiternas discusiones, y la manifestación de rencores que no queremos dejar salir, aunque delaten nuestros temores y nuestra soledad. Adaptación de una obra de teatro de Jean-Luc Lagarce.

Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2016

  • IMDb Rating: 7,2

Película / Subtítulo

Juste la Fin du Monde, un juego de palabras en el que se resta toda la importancia sentimental de la vida en un universo que no se detiene ante un hecho tan natural dentro de nuestra rutina existencialista como es la propia muerte. La premisa principal de Juste la Fin du Monde, pese a la gravedad, es muy sencilla: un escritor regresa a su pueblo natal para comunicar a su familia la noticia de una delicada enfermedad que lo conducirá pronto a la muerte. Sin embargo, la sencillez pragmática se ve alterada por la complejidad del ser humano, que tiende a complicar cualquier proceso comunicativo a consecuencia de su profundo resentimiento. En este punto se aprecia el tono bíblico que emana de la parábola del hijo pródigo quien, tras huir de casa en busca de una vida mejor, regresa en la miseria para ser bienvenido por un padre dadivoso —una madre en este caso— y un hermano que no perdona su osadía al tiempo que reniega y envidia el perdón y la misericordia de su progenitor(a). El proceso comunicativo es la pieza clave de la obra. Se produce una clara situación de deficiencia comunicativa y, por ende, un fallo en el lenguaje. El protagonista es incapaz de exponer su mensaje de forma eficaz por culpa de un constante monólogo familiar que impide alcanzar el momento de expectación y atención adecuado para transmitir la funesta noticia. De ahí la paradoja de que, a veces, un exceso de diálogo equivale a un defecto en el entendimiento.
Juste la Fin du Monde está enmarcada entre un prólogo, en el que el protagonista explica las causas de su regreso a casa tras 12 años de ausencia, y un epílogo, éste ya del antagonista, que indirectamente expone el significado completo del filme. Xavier Dolan omite intencionadamente los pormenores de la marcha inicial del joven aunque intuimos, dada la enfermedad contraída, que las causas pudieron estar relacionadas con otro proceso comunicativo inconcluso y una falta de entendimiento debida a una de las obsesiones del realizador canadiense: el sexo como ignominia. El sexo, dentro de la cotidianeidad familiar y los procesos estructurales del establecimiento de la personalidad funcionan, para Dolan, como una especie de mecanismo paliativo y engañoso con un efecto placebo capaz de contener, a corto plazo, los impulsos naturales e indómitos a los que el personaje tendrá que enfrentarse en un futuro. El director nos introduce en su mundo fílmico, marcado por la decepción sentimental y la incapacidad para expresar una afectividad de la que el protagonista no se siente merecedor. El momento histórico juega un papel fundamental, ya que Dolan es consciente de que la sexualidad no es un tabú en la actualidad, sino que está presente en todos los medios, y aceptada. Empero sí que existe todavía una tendencia a evidenciar esa sexualidad hegemónica, la heterosexual, y dejar al colectivo gay con un estigma de suciedad que arrastra a diario, como si los homosexuales tuvieran que esconderse para poder mostrar cariño hacia su pareja.
Gracias a los constantes primeros planos, a las miradas de complicidad, al diálogo oculto en los silencios del protagonista, a los flashbacks melódicos y, sobre todo, a esa música extremadamente dramática que añade una soberbia gravedad a determinados momentos de tensión, encontraremos esas lacras del mensaje que nos ofrecerán las mejores pistas del porqué de todo ese resentimiento. Finalmente, lo que había quedado guardado en el interior de cada personaje, alimentándose biliosamente durante 12 años, sale a relucir en un estallido dramático sustentado por un truco de iluminación asombroso: la luz del ocaso se filtra por la puerta de una casa que permanece abierta como inevitable recordatorio de una despedida anticipada, los rayos del sol prenden la escena de un arrebol incendiario que hace arder una discusión atrasada hasta que la extenuación nos haga desfallecer. Al volver a abrir los ojos comprobaremos que la llamas no han dejado nada, solo encontraremos un enorme vacío negro que ocupará toda la pantalla.