En La Quietud, dos hermanas se reencuentran después de mucho tiempo separadas. Una regresa por el delicado estado de salud de su padre, mientras que la otra pretende que nada ha cambiado. Junto a la madre, las tres se verán obligadas a reconstruir el pasado y a enfrentar los desafíos que aparecen en el presente.

  • IMDb Rating: 6,1
  • RottenTomatoes: 60%

Película (Calidad 1080p)

 

En 1993, uno de los alumnos de la primera camada de la Universidad del Cine, Pablo Trapero, realizó un corto llamado Mocoso malcriado, basado en un cuento de Horacio Quiroga. Ese corto, quizás, fue el último de una carrera suspendida, la de un tipo de cineasta de corte más clásico, tradicional. Los premios conseguidos con su corto siguiente, Negocios, embrionario a su vez de su ópera prima, Mundo Grúa, lo hicieron rumbear para otro lado, lo convirtieron en una de las caras visibles de ese Nuevo Cine Argentino que apostaba por el realismo social, los actores no profesionales, filmar en locaciones naturales y otras costumbres de las que, lentamente, se fue corriendo en películas como El Bonaerense, Leonera, Carancho o El Clan. Pero nunca se había alejado tanto de esa idea de cómo debe ser una película suya como lo hace en La Quietud, la que de algún modo retoma esa carrera abandonada de cineasta que hace cine desde el cine, películas en las que la realidad aparece, sí, pero controlada y mediatizada por la puesta en escena a tal punto que todo lo que sucede podría ser un cuento fantástico.

Mocoso malcriado transcurría en un campo en el que dos niños eran verbal y físicamente abusados por un padrastro violento e intolerante. Ambos, compinches, arman un plan para separar a su madre de ese peligroso hombre mientras una abuela religiosa observa y reza. La Quietud conserva algunos de estos temas (la violencia intrafamiliar, la simbiosis y complicidad entre hermanos) y escenarios (un campo, aunque en aquel caso mucho más humilde), pero más que nada es la primera película-película de Trapero desde entonces, donde la puesta precede al mundo, la actuación sigue códigos más ligados al cine que a la vida y si hay una verdad, surge de la construcción dramática.

Con un poco del universo de Luis Buñuel (El ángel exterminador, Belle de Jour), algunos ejes temáticos de Ingmar Bergman (Persona, Gritos y Susurros y muchas otras) y una trama que coquetea con el melodrama puro y duro a lo Douglas Sirk, Trapero parece haber hecho, finalmente, esa película de cinéfilo que se debía, acaso, a sí mismo. “Siento que mi carrera podía haber ido por ese lado, pero finalmente fue por otro muy distinto”, dice el realizador “nacido y criado” en San Justo y que hoy anda por los 46 años, sentado en una de las oficinas de su productora Matanza, en Chacarita, la empresa que mantiene hace ya mucho tiempo y con la que ha hecho gran parte de sus películas. “Me gustaba la idea de plantearme desafíos nuevos, salir un poco de los caminos ya transitados”, agrega.

La Quietud es una especie de pesadilla diurna, un “sueño lúcido” que transcurre en una lujosa estancia de la provincia de Buenos Aires en la que viven los padres de Mía (Martina Gusman): Esmeralda (Graciela Borges) y Augusto. En una de las primeras escenas de La Quietud, Mía viaja con su padre a la Capital a hacer unos trámites inmobiliarios que tienen al anciano muy preocupado y, estando allí, Augusto tiene un ACV que lo deja en muy grave estado. La situación provoca el regreso a la Argentina de Eugenia (Bérénice Bejo), la hermana mayor de Mia que se quedó en Francia, donde la familia entera vivió durante un par de períodos décadas atrás. El reencuentro deja en claro que la relación entre ambas es muy cercana, casi simbiótica, algo que queda claro en una escena de alta carga sexual que tiene lugar al principio del relato. “Yo quería poner esa escena ahí porque me parecía que marcaba claramente las pautas de cuál era la apuesta de la película y para que el público estuviese preparado”, dice Trapero, autor también de una de las pocas y mejores escenas de sexo del primer Nuevo Cine Argentino, interpretada por Mimí Ardú y Jorge Román en El Bonaerense. En La Quietud el sexo estará ahí, presente en diversas formas y combinaciones.

Pero también los secretos del pasado irán, primero, colándose en las conversaciones y en los confusos recuerdos. Algunos estarán ligados a lo estrictamente familiar. Otros irán dejando entrever cómo la historia de la familia se entremezcla con la del país, especialmente en las décadas más oscuras del siglo pasado. “Es cierto que el tema de la familia es una constante en todas mis películas -dice el autor, que sobre esa base ha construido casi todas sus historias-, pero no creo que sea una obsesión particularmente mía. Tal vez está presente porque me parece que es algo con lo que todos se pueden identificar. Más allá de las diferencias entre cada una de ellas, hay cuestiones ligadas a las mecánicas familiares que son universales”.

Trapero coincide en que esta familia tiene mucho en común con la de El Clan, si bien, aclara, “allá estaba motorizada por los hombres y acá, fundamentalmente, por las mujeres”. Esas coincidencias incluyen tramas perversas y secretas, relaciones con ciertas zonas del mundo del crimen y, básicamente, fuertes tensiones internas entre padres e hijos. O, acá, entre madres e hijas. Si el monstruo regidor de El Clan era el temible Arquímedes Puccio, aquí habría que sumar a la Mamá Esmeralda de la Borges a esos personajes emblemáticos del cine argentino de todos los tiempos. Una veterana femme fatale, madre perversa de melodrama clásico y algo de versión siniestra de la Mecha de La Ciénaga, de Lucrecia Martel, Esmeralda es una loba disfrazada de cordero, aunque a ella le gustaría creer lo contrario. “Ese papel era un homenaje a ella y un poco al cine nacional que veíamos en la tele cuando era chico, el de las divas de los teléfonos blancos -cuenta-. Y también cosas que vinieron después, como las películas de Torre Nilsson y Favio (varias de ellas protagonizadas por la Borges). Esmeralda es, en cierto modo, una diva. Y Graciela también lo es. Y en ese sentido las dos cosas se juntan”.

De a poco -gran parte de las revelaciones de la trama se apilan, un tanto apresuradamente, en la última media hora del filme- quedará más que claro que quietud no es precisamente lo que se vive ni lo que se vivió en esa finca. “Quería transmitir esa sensación de encierro pero en el medio de un espacio abierto como es el campo -agrega-. Algo endogámico, como si esa gente no pudiera conocer a otros que existan fuera de su círculo. Eso está en El ángel exterminador muy claramente. Es claro que todas esas personas pueden salir de ahí, de ese encierro, pero por algún motivo misterioso no lo hacen. Acá pasa algo similar, como si el mundo exterior no existiera. De hecho, el campo que aparece en la película (N del R: que, para sumar similitudes al mundo que describe, es propiedad del controvertido empresario Raúl Moneta) no es muy realista que digamos. Nunca ves vacas ni gente que lo trabaje”. Uno podría agregar que es un “no lugar”, un estado de la mente, una fantasía muy creíble.

La idea del filme, asegura el realizador de Elefante Blanco, no viene tanto por los temas en sí sino por querer volver a trabajar con Martina, su mujer. “Ese fue el disparador. La historia fue saliendo a partir de eso. Hace mucho que la conocemos a Bérénice y a su marido (N del R: el director francés Michel Hazanavicius) y siempre bromeamos con el tema de lo parecidas que son y que, tarde o temprano, íbamos a terminar haciendo una película con ellas como hermanas. Y acá se dio naturalmente. Ella vino acá con su familia, se instaló un tiempo y todo fue muy natural. Era lógico también, para la trama, que por haberse quedado viviendo en Francia en la ficción tuviera algo de acento, y decidimos dejárselo”. Eugenia es un personaje complejo, ambiguo, que suma líneas de tensión a las que ya existen entre Mia y Esmeralda, quien claramente prefiere a la recién llegada. Mia, en cambio, tiene una relación de dependencia casi infantil con su padre, de la que es devota. Pero la trama se enreda aún más cuando aparecen otros hombres -como Esteban (Joaquin Furriel), un abogado amigo de la familia, y Vincent (Edgar Ramírez), el marido de Eugenia que vive en Francia- cuyas intenciones no quedan del todo claras desde el principio. O sí, pero no son las esperables.

La Quietud es una película incómoda y Trapero lo sabe. No solo por lo que cuenta sino por cómo lo hace. Los largos planos secuencia, la música un tanto desfasada de lo que se narra (en ese sentido se parece un poco a Zama), el tono que va y viene del melodrama al suspenso, del absurdo a algo que se acerca al surrealismo, la persistente sugerencia de que en esa familia se viven (y vivieron) cosas inquietantes. Uno tranquilamente podría pensar la película en términos pesadillescos, casi como un gran sueño, o desdoblamiento, interpretación que el realizador prefiere dejar que hagan los espectadores. Si algo ancla a La Quietud con la realidad es su relación con el pasado más oscuro de la Argentina y con ciertas discusiones recientes sobre el rol de la mujer. ¿Tiene Trapero miedo de que lo juzguen por tener una mirada masculina sobre una problemática femenina? “No, no lo pienso así, creo que eso es bienvenido -dice-. De todos modos hablé mucho con Martina sobre cada escena, escuchando sus opiniones y puntos de vista sobre los personajes”.

A punto de participar fuera de competencia en el Festival de Venecia (“creo que es más tranquilo ese lugar para la película, tal vez en la competencia podía desacomodar a los que estén esperando algo parecido a El Clan”, dice respecto a la película que le permitió ganar allí el premio al Mejor Director) y luego en el Festival de Toronto, al que ha ido con sus diez filmes, Trapero tiene ya filmados dos episodios de la serie ZeroZeroZero, que saldrá por Amazon Prime, y que filmó en México e Italia. “Falta un episodio más, en Marruecos -explica-. Es una producción inmensa, lo más grande que yo haya hecho nunca. Y laburan con una seriedad increíble”, explica en relación a esta serie que protagonizan Gabriel Byrne y Andrea Riseborough, cuya cabeza de equipo es Stefano Sollima (Sicario 2: Día del soldado) y que se basa en la novela homónima de Roberto Saviano, el autor de Gomorra, y se centra en el tráfico de cocaína a través del mundo.

Como en los últimos años ya se lo mencionó vinculado a varios proyectos internacionales que finalmente no se concretaron (y otros que ni siquiera se anunciaron y que, ya estrenados hoy por otros realizadores, sorprende pensar que pudieron haber sido dirigidos por él), Trapero prefiere no oficializar la que muy probablemente sea su próxima película. Pero cuando se anuncie -de hacerse, claro está- sorprenderá a muchos. “Vamos a ver, por ahora estoy enfocado en el estreno de La Quietud, la presentación en los festivales y en el próximo episodio de la serie. Después se verá”, comenta. Quizás, de concretarse en un futuro cercano, otros asuntos familiares deban resolverse en esa historia, pero esta vez será en pequeños pueblos y carreteras norteamericanas. Lejos, muy lejos, de la campiña bonaerense en la que Esmeralda, con su boquilla y su copa de vino inalterables, seguramente seguirá vigilando y controlando todo desde la oscuridad. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)