En Le Deuxième Acte Florence quiere presentar a David, el hombre del que está locamente enamorada, a su padre Guillaume. Pero David no se siente atraído por Florence y quiere arrojarla a los brazos de su amigo Willy. Los cuatro se reúnen en un restaurante en medio de la nada.

  • IMDb Rating: 6,5
  • RottenTomatoes: 66%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Es posible que la imagen que mejor describa la filmografía de Quentin Dupieux sea la que abría Au poste!, la película con la que se llevó el Premio a Mejor Guión en la edición del Festival de Sitges de 2018. En ella, se veía una orquesta dirigida por un hombre desnudo tocando en mitad del campo. De repente, llegaba al lugar un coche de policía y el hombre de la batuta, nada más verlo, salía huyendo. Dupieux cortaba a negro y el pintoresco personaje únicamente aparecía una vez más (de refilón, caminando por la comisaría en la que sucedía la acción) en toda la película. No había ningún tipo de contexto que le añadiese un toque de sensatez a la secuencia, ni ningún anclaje narrativo ni discursivo que justificara su presencia en la cinta; y, pese a todo, pese a su núcleo efectista, pese a su apariencia de gag surrealista añadido para impactar, sentaba las bases de lo que iba a ser proyectado en la pantalla durante los siguientes setenta minutos. Y es que, en los universos creados por el autor de Mandíbulas, el absurdo es siempre el elemento que desencadena el inicio de la acción de los protagonistas y el que les incita a seguir actuando de forma delirante con la convicción del que cree llevar razón. Los personajes del francés se mueven siguiendo impulsos completamente ilógicos que les conducen siempre a un callejón sin salida que, precisamente por el tono de la obra, se bifurca en distintas avenidas bañadas por la luz del sin sentido; y lo hacen, por si no fuera poco, llevando sus acciones hasta los límites del propio entendimiento.

En un momento determinado de Le Deuxième Acte, los protagonistas, cuatro actores (Vincent Lindon, Raphaël Quenard, Léa Seydoux y Louis Garrel) que confían más bien poco en la película que están haciendo, se sientan en el bar-decorado en el que están rodando para sacar adelante una escena algo complicada. Empiezan a recitar sus frases y, de repente, uno de ellos acusa a otro de haberse metido una raya de cocaína minutos atrás. No hay ningún tipo de fundamento en su discurso y el espectador, que ha seguido el devenir de los personajes durante gran parte de la jornada, es consciente de ello, pero no por eso el acusador va a cejar en su intento de demostrar que su compañero va drogado. Así se inicia una larga pelea, primero verbal y luego física, que termina con uno de ellos sangrando.

Dupieux lleva años diseñando artefactos fílmicos, unas veces herméticos y otras algo más transparentes en sus juegos de representaciones, que utilizan la superficie de la banalidad cotidiana para levantar unas secuencias de cimientos mundanos y arquitectura surrealista cuyo material de construcción no es sino un sentido del humor macabro en su ensañamiento con sus personajes, criaturas desvalidas en un mundo que se rige por las reglas del azar más ridículo. Le Deuxième Acte, siguiendo dicho planteamiento, cuenta la historia de los cuatro intérpretes mencionados arriba, que, muy a su pesar, tienen que terminar de rodar una comedia romántica de argumento manido, dirigida por, sorpresa, una inteligencia artificial que permanece en la sombra hasta casi el final del metraje. Durante el proceso, se enzarzan en diferentes discusiones en las que debaten sobre el ego, el sentido del cine, la corrección política y, en fin, cualquier tema que se les pase por la cabeza mientras la cámara les sigue en largos planos secuencia que carecen, desde el inicio, de cuarta pared.

El sentido de Le Deuxième Acte se mueve por debajo de los constantes pliegues de sus imágenes, de los reflejos que se doblan sobre su propia sombra y se ríen de su misma presencia en un mundo sin reglas en el que una cirujana puede estar hablando con su hija por teléfono mientras hace una operación a corazón abierto, o en el que un extra vestido de camarero se emborracha para llevar a cabo la titánica tarea de servirle unas copas de vino a los actores, o en el que Paul Thomas Anderson contrata para su nueva película a un actor catastrófico que lo mismo reniega del cine con todas sus fuerzas que lo abraza con la pasión de un recién llegado. Dupieux diseña así un mito de las cavernas en el que las palabras de sus personajes son sólo el anverso del eco de sus verdades, y en el que sus rostros funcionan más como máscaras que cohíben su identidad que como un lienzo transparente que la exterioriza. En un momento en el que la incomunicación, potenciada por las nuevas tecnologías, ha levantado muros en apariencia infranqueables entre los seres humanos, Dupieux propone en la secuencia final (la única que carece de humor) de Le Deuxième Acte el humanismo desinteresado como forma de paliar esa ansiedad, esa soledad, ese dolor, con los que todo el mundo carga. (Rubén Téllez Brotons – ElAntepenúltimoMohicano.com)