En Ninotchka, los camaradas Iranoff, Buljanoff y Kopalski han sido enviados a París para obtener dinero para el Gobierno ruso mediante la venta de las joyas confiscadas a la gran duquesa Swana, que vive en la capital francesa. Los tres camaradas se instalan en un hotel de lujo mientras los tribunales franceses deciden quién es el verdadero propietario de las joyas. El Gobierno ruso envía a Nina ‘Ninotchka’ Ivanovna Yakushova a arreglar las cosas.

  • IMDb Rating: 7,9
  • RottenTomatoes: 97%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

¡Garbo ríe!“. A partir de esa simple, pero significativa, fórmula se construyó y se vendió Ninotchka, una de las películas más recordadas del maestro Ernst Lubitsch y, al parecer, una de sus favoritas, a pesar de que no fue el director inicialmente previsto para el proyecto (George Cukor la habría dirigido si no hubiese participado en el rodaje de Gone with the Wind). La película, escrita por Billy Wilder, Charles Brackett y Walter Reisch (a partir de un musical de Broadway), suponía la primera incursión en la comedia para Greta Garbo, una de las mayores estrellas del séptimo arte, de ahí que se promocionara el producto con la citada frase, una variación de “¡Garbo habla!“, usada para Anna Christie (1930). La actriz tampoco decepcionó en esta ocasión.

Garbo iba a reír, pero no sería pronto. Su personaje en Ninotchka es el de Nina Ivanovna Yakushova, una convencida comunista, seria, práctica y fría, determinada a cumplir con su propósito en la ciudad de París y volver, cuanto antes, a su amada patria. A pesar de que todo gira en torno a ella, Ninotchka no aparece en las primeras secuencias de la película. Los primeros minutos están centrados en el conflicto que ocasionará su aparición y en la presentación de los personajes que rodearán a la protagonista, incluyendo a su pareja romántica, León, el Conde d´Agoult.
Este señor, interpretado por Melvyn Douglas (lástima que no fuera Cary Grant), representa todo lo opuesto a Ninotchka, empezando por su condición de “vividor”. León no tiene profesión (como llega a reconocer en una escena), se limita a disfrutar de la vida, gastar dinero y servir en lo que puede a la Gran Duquesa Swana, exiliada de la URSS, la mujer que va a ocasionar el conflicto central de la trama. Unas joyas que le pertenecieron en el pasado van a ser vendidas en París, donde ella vive ahora, por tres representantes del gobierno soviético, que necesita urgentemente liquidez.

El Conde acude rápidamente a la ayuda de la Duquesa y consigue negociar con los rusos, encantados con la vida en París, posponiendo la venta de las joyas y casi logrando que se las entreguen a su “protectora”. La respuesta de Moscú no se hace esperar y envían a Ninotchka para que asegure y acelere la venta. Por supuesto, León y ella no tardarán en encontrarse, aunque en un principio desconocen sus identidades y propósitos, en uno de esos enredos tan típicos de la comedia, tan bien explotados antes, tan desaprovechados ahora.

El choque cultural y de personalidades, así como el incipiente romance, da lugar a un bloque absolutamente desternillante, de lo más divertido que ha dado el séptimo arte. La interpretación de Garbo, hierática, gélida, y las respuestas que da a Douglas, que intenta por todos los medios que ella sonría y caiga en sus brazos, son de antología. Evidentemente, al final, después de los necesarios obstáculos, León consigue su propósito y la analítica y seria Ninotchka estalla en carcajadas, en una secuencia maravillosa en el interior de un restaurante parisino. No sólo son risas, la mujer se ha liberado y ahora entiende porqué sus camaradas (los irrepetibles Iranoff, Buljanoff y Kopalski) no querían volver a Moscú.

A nadie sorprende que Ninotchka fuese prohibida en la URSS y los países de influencia soviética. La película puede verse incluso, si se quiere, como un producto de carga propagandística, ensalzando la cultura capitalista y hundiendo el orden comunista. Sin embargo, la cuestión es mucho más simple, se trata de libertad y diversión. Y es una película, sin otra pretensión que entretener, no se le puede pedir un análisis comparativo más severo (en cualquier caso, ahí tenemos que la película no pudiese verse en la URSS). En un sitio eres libre para hacer lo que quieras (con reservas), puedes escuchar música y vestir cualquier cosa, mientras que en el otro tienes que repetir fórmulas oficiales, oír la propaganda soviética y vestir de uniforme, si no quieres caer en desgracia. Básicamente, es eso. Y por eso, entre otras razones, resulta tan cómico y tan dramático el cambio que se ve en la película entre París y la capital soviética.

Porque Ninotchka sobresale por su faceta cómica, y así ha sido recordada, pero no deja de ser una película con dos mitades. O incluso tres. Desde el momento en que la severa comunista se entrega a la vida parisina, el film abandona bastante su tono cómico para abrazar el romanticismo y, por último, el drama, representado por la vuelta a Moscú. El momento en que Ninotchka recibe la única carta de León y descubre que apenas puede leer nada debido a la censura, es realmente triste; y así está iluminado si os fijáis. Por cierto, destacar, antes que se me olvide, la fugaz pero importante presencia del mítico Bela Lugosi, interpretando al temible Razinin, ése del que dependen los destinos de los rusos “traidores”.

En definitiva, una obra maestra que fue nominada a cuatro Oscars, ahora que estamos tan pendientes de ellos, entre los cuales estaban mejor película y mejor actriz (Greta Garbo). Una película imprescindible que sigue intensa con los años, que revaloriza el cine y que alegra el alma. (Juan Luis Caviaro – Espinof.com)