En The Imposter, Nicholas Barclay, un niño texano de 13 años, desapareció sin dejar rastro. Tres años después, se reciben noticias sorprendentes sobre el caso: el chico ha sido hallado en España y afirma que ha sido torturado por sus secuestradores. Tras la inicial alegría de la familia al recuperarlo, se plantea un problema inexplicable: ¿cómo es posible que el hijo rubio de los Barclay sea ahora moreno?

Mejor Debut Británico en los Premios BAFTA 2012
Gran Premio del Jurado en el Festival de Miami 2012
Mejor Documental y Mejor Ópera Prima en los British Independent Film Awards 2012
  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 95%

Película / Subtítulo (Calidad 720p)

 

En el proceso que, poco a poco, está acercando el cine de no ficción al gran público —o, por lo menos, a un público no necesariamente minoritario— parece ir cobrando relieve un modelo de documental empeñado en mimetizar las formas del cine de ficción en sus vertientes más espectaculares. Son documentales apoyados, por regla general, en una gran historia, pero, también, intoxicados de un sentido del espectáculo lindante con el amarillismo —cuando no directamente entregado a él—, aspecto que compromete de manera más o menos grave la ética del discurso. The Imposter, del británico Bart Layton lleva ese tipo de estrategias tan al paroxismo que se convierte, incluso, en un fascinante objeto de estudio: su tema es la impostura, pero la impostura parece ser también el principal dogma de fe de su credo estético.

Layton cuenta un relato fascinante, pero, en lugar de proporcionar las herramientas al espectador para desentrañar un enigma, decide sumar capas de simulacro al mismo, acercándose a unos registros enfáticos cercanos a esas divertidas reconstrucciones del programa Cuarto Milenio que nadie debería tomarse demasiado en serio. The Imposter del título es Frederic Bourdin, suplantador de identidades que da su gran golpe al hacerse pasar por el hijo perdido de una familia americana, que le acoge con los brazos abiertos, pese a las divergencias de aspecto y edad con el desaparecido. Layton convierte a Bourdin en cómplice de su virtuoso juego, sincronizando sus palabras a cámara con gestos del actor que interpreta su papel en los fragmentos dramatizados. El cineasta llega hasta tal punto a fundirse con su objeto de estudio que la película acaba sugiriendo, con más placer por el giro de guion que compromiso con la ambigüedad, dando validez a lo que quizá no fue más que una cortina de humo creada por el propio Bourdin. (Jordi Costa – DiarioElPaís.com)