En The Thing, un equipo de investigadores en una estación experimental de la Antártida, descubre a un ente extraño venido del espacio, que según todos los indicios ha permanecido enterrado en la nieve durante más de 100.000 años. Al descongelarse, experimenta una metamorfosis sorprendente.

  • IMDb Rating: 8,2
  • RottenTomatoes: 81%

Película / Subtítulos

Los ochenta fueron una época de trabajo continuo para John Carpenter. En esa década filmaría alguna de sus mejores obras, conocería algunos grandes éxitos de taquilla y también sonoros fracasos. Pero sobre todo conocería su plenitud como cineasta, con filmes como Escape from New York y The Thing, nueva adaptación del relato ‘Who Goes There?’, de John W. Campbell, publicado en 1938 bajo el seudónimo Don A. Stuart. Un relato que ha sido votado varias veces como uno de los mejores de sci-fi del siglo XX, y que en 1951 conoció una célebre versión, admirada por Carpenter, titulada The Thing from Another World, dirigida por Christian Nyby y por Howard Hawks no acreditado. Carpenter se propuso una adaptación más fiel del original literario (que he leído, y que me parece excelente), para regalar una experiencia inolvidable al espectador, que en muchos aspectos supera la primera película, la cual tampoco era desdeñable.

Con total sinceridad: no la recordaba tan increíblemente espeluznante. Pero, al mismo tiempo, se trata de una narración de admirable elegancia, en la que Carpenter da lo mejor de sí mismo, sin perder jamás el control de lo que está contando, mostrando los sucesos con serenidad y sin énfasis, provocando un enorme aplastamiento anímico en el espectador, que queda conmocionado por el tono pesimista, siniestro, de una historia que no da lugar al mínimo resquicio de esperanza. Como debe ser, vaya. Pocas películas hay tan terroríficas en la historia del cine norteamericano, que casi treinta años después de haber visto la luz todavía conserva gran parte de su poder de fascinación, cuyos logros técnicos aún se sostienen pese al desarrollo de los efectos especiales, y cuyo estilo ha sido imitado cientos de veces en multitud de productos basura, que demuestran que no basta con un monstruo y una serie de personajes dispuestos a ser despellejados. Es necesario algo que a Carpenter le sobra a raudales: talento.

Ya los primeros momentos de The Thing son cine de altísimo nivel. La persecución a un Malamute de Alaska por parte de un helicóptero, imágenes puestas en paralelo a la vida de una estación científica estadounidense, certifican la buena forma, el pulso de Carpenter. A este, en apariencia, incomprensible suceso, le siguen una serie de inexplicables descubrimientos y la presencia de un cadáver semi-calcinado de horripilante desfiguración (o transfiguración interrumpida…). Han transcurrido apenas veinte minutos, no se nos ha contado nada de los personajes que residen en un ambiente tan extremo (ni falta que hace), y ya Carpenter ha hecho presa de nuestra atención con inusitada maestría. Es mérito suyo, y de sus actores, que a ese comienzo tan notable no le siga un gatillazo o una bajada de tensión. Al contrario, el relato sube más y más, sin el menor desmayo de ritmo, hasta una conclusión estremecedora que cualquier amante del cine de horror o de sci-fi, y por supuesto del cine en general, atesorará en su memoria creo yo de forma indeleble. Durante dos horas nos helaremos de frío, no sabremos en quién confiar y asistiremos a algunas de las transformaciones físicas más horripilantes que imaginar quepa.

Por cierto que el guión de Bill Lancaster (hijo del mítico Burt Lancaster) era realmente bueno, pero Carpenter tiene los redaños de llevarlo hasta sus últimas consecuencias, sin preocuparse de destacar. Es decir, carente de todo divismo, algo que suele caracterizarle. Una criatura alienígena, capaz de transformarse a voluntad, imitando a la perfección a otros seres vivos no solamente en apariencia, también en conducta y personalidad, será la pesadilla del cada vez más mermado grupo de compañeros, que se verá impotente ante la capacidad de supervivencia, ante la hostilidad de un ser implacable, en el que hasta una muestra de su sangre lucha por vivir y mutar. Nunca veremos la verdadera forma de la criatura, porque siempre está en constante transformación, o es capaz de esculpir la materia orgánica para crear armas defensivas o extremidades para su movimiento. En esa capacidad de transformación se encuentran los grandes momentos, los epicentros de suspense de la película: nunca sabremos quien se va a transformar en quien, y por eso el breve episodio en que se duda de MacReady es tan formidable y tan elegante.

La secuencia de los perros le pone los pelos de punta al más curtido, y está fenomenalmente dirigida. En The Thing la materia orgánica es repulsiva, maleable: vehículo para la supervivencia en el que lo bonito o bello queda proscrito. Ver a un perro aterrorizado por la cercanía de la cosa, arrancando con sus dientes pedazos metálicos de la verja porque quiere huir, es algo impresionante. Pero quizá la transformación antológica de la película es la de Norris con la que sospecho que más de uno ha tenido pesadillas. Los efectos especiales de Rob Bottin asombran hoy día, a pesar de su tosquedad. Es decir, son creíbles al cien por cien, dedicados a situar al espectador en un estado de incontestable pavor, indefenso ante las imágenes, asqueado y conmocionado por la lucha de un ser despiadado por quedarse sin enemigos y poder así colonizar la tierra. Conociendo el final de la historia, la ambigüedad de esa secuencia es enorme, como de numerosos gestos o detalles, porque The Thing gana con sucesivos visionados. ¿Cuándo se infectó este personaje, o aquel, y qué estrategia siguió para sobrevivir una vez infectado?

De nuevo en colaboración con Dean Cundey (¿hace falta volver a decir lo buen operador que aún es, a sus sesenta y cinco años?) y por primera vez con el diseñador de producción John J. Lloyd, Carpenter exprime al máximo la limitada colorimetría del ambiente helado, puntuada por estallidos de color provocados por el fuego destructor o por bengalas, todo ello diseñado para producir un desasosiego y un tono sombrío admirables. Así mismo, el empleo magistral (una vez más…) del scope (en un aspect ratio de 2.20:1), se combina con una planificación especialmente inspirada, con planos muy sobrios pero muy elaborados, y con transiciones como fundidos o encadenados que solo emplea en momentos puntuales, pero siempre con gran criterio. Reseñar también el uso de la steady-cam, aunque solamente en el pasillo de la instalación, que adquirirá connotaciones pesadillescas. Todo ello se beneficia de una gran dirección artística, bastante minimalista, pero que dota de vida, y por tanto de verosimilitud, las instalaciones, y que en colaboración con los claroscuros de Cundey, sabe atemorizar con pocos elementos.

The Thing es uno de los filmes más redondos de Carpenter, y seguramente una joya imperecedera del horror y la sci-fi. A todo lo ya dicho hay que sumar el ejemplar protagonismo de Kurt Russell y la música (bastante a lo Carpenter) de Ennio Morricone, que se ajusta como un guante a la historia. Mi imagen favorita es la final, o las imágens, como creo será la de muchos amantes de Carpenter y de esta película. Mayor épica, mayor ambigüedad, mayor tenebrismo, imposible.