En Abre los Ojos, César, un atractivo joven que ha heredado de sus padres una gran fortuna, vive en una espléndida casa en la que organiza lujosas fiestas. Cuando una noche conoce a Sofía y se enamora de ella, Nuria, su antigua amante, se muere de celos. Al día siguiente, yendo en coche con César, intenta suicidarse. Cuando César se despierta en el hospital, descubre que su rostro ha quedado horriblemente desfigurado

Mención Especial a la Dirección en la Sección Panorama del Festival de Berlín 1997
Tokyo Grand Prix a la Mejor Película en el Festival de Tokyo 1997

  • IMDb Rating: 7,8
  • RottenTomatoes: 85%

Película (Calidad 1080p)

 

Refrendada como decía ayer por los siete premios Goya que recibió, la posición de privilegio que Alejandro Amenábar adquiría a través de Tesis le iba a permitir de forma inmediata acceder a mejores condiciones con las que rodar su siguiente idea, un nuevo thriller —esta vez con resonancias hacia la ciencia-ficción— que contaría con más del doble de presupuesto del que el cineasta había tenido para poner en pie su ópera prima y que llegaría a las pantallas españolas a finales del mismo año justo a tiempo para intentar, de nuevo, arrasar en la ceremonia de los Oscars españoles.

Diez nominaciones a los Goya parecían querer afirmar que el cine español recibía con los brazos abiertos a la por momentos fascinante propuesta del cineasta, pero la realidad iba a revelarse muy diferente cuando en aquella noche en la que Rosa María Sardá actuaba de maestra de ceremonias, Amenábar vio cómo de forma sistemática se le iban escapando todos y cada uno de los premios a los que su cinta habría tenido acceso. Repartidos entre La Niña de tus Ojos (Fernando Trueba) y Barrio  (Fernando León de Aranoa), la Academia daba la espalda a un filme ambicioso que, ante todo, no ha soportado el paso de los años con la misma entereza que Tesis.

No resulta fácil, como si lo haría con su anterior filme o con aquellos que le seguirán, poner en pocas palabras «de qué va» Abre los Ojos. Dicha complejidad, consecuencia directa de la ambición que apuntaba en el párrafo anterior, evita que una sinopsis que apuntara a lo elemental —un chico guapo que tiene un accidente de coche tras conocer al amor de su vida y queda desfigurado a raíz de él— comience a rayar siquiera la superficie de todo lo que Amenábar intenta poner en juego a lo largo de dos horas que, después de incontables visionados, se antojan a cada nueva aproximación cada vez más excesivas.

De hecho, casi se podría afirmar que es la idea detrás de Abre los Ojos una de esas que habría funcionado a las mil maravillas de haber caído en las manos de algunos de los hábiles guionistas que trazaron los mejores capítulos de The Twilight Zone, (1959-1964): eliminando toda la paja y el exceso en el que Amenábar incurre a o largo de las dos horas de metraje, el núcleo fundamental del libreto desarrollado a cuatro manos entre él y Mateo Gil es de esos a los que se les ve las costuras a tanta distancia, que replantearse su hilvanado con menor duración no es descabellado.

Agotado parte de su crédito por la reiteración en la que tropieza el avance del guión, no es complicado identificar aquellos puntos en los que el libreto podría haber atajado para conferir al filme un mejor ritmo y un funcionamiento más equilibrado. Entre ellos quizás destacaría lo bien que le habría sentado al metraje una menor exposición en términos genéricos de unos personajes que a fin de cuentas no son más que arquetipos más o menos disimulados o lo muy en favor de mejorar la percepción final de la producción que habría sido evitar que, reducido al absurdo, el embrollo de la segunda mitad de la película se resuelva con ese «todo era un sueño».

Eso sí, al César lo que es del César: si bien resulta sencillo echar por tierra algunos de los esfuerzos realizados por el guión, también es inevitable valorar en lo que cabe que, al igual que su ópera prima, Abre los Ojos verse sobre la voluntad de poner en escena ciertas reflexiones temáticas que resultan completamente novedosas en el panorama del cine patrio. Un esfuerzo éste que en el arranque de su trayectoria venía a afirmar lo muy original de su mirada y lo insólito y único de su personalidad cinematográfica.

A la puntual inefectividad de la trama, hay que sumar de forma obligada lo que atañe a tres de los cinco actores que componen el núcleo principal de Abre los Ojos: Eduardo Noriega, Fele Martínez y Nawja Nimri (Estos últimos, la pareja de enamorados de Los Amantes del Círculo Polar) El primero no convence como niño pijo, y sus maneras son tan sobreactuadas que terminan por evitar la identificación del espectador con el que es principal protagonista del relato. El segundo, que había sido principal valedor de Tesis queda aquí relegado a un segundo plano que, en ocasiones, resulta tan molesto como innecesario. Pero es la tercera la que se lleva la palma, entre otras cosas, por lo muy irritante que resulta su hablar entre susurros.

Afortunadamente, ahí están para paliar la situación la sutileza y contención de Penélope Cruz —en un año en el que alcanzó una de las dos cumbres de su carrera gracias a la Macarena de La Niña de tus Ojos— y la siempre agradecida presencia de Chete Lera, el mejor personaje de la cinta y sobre el que más simpatías recaen gracias a la cercanía, honestidad y naturalidad con la que el intérprete aborda la creación del psiquiatra que trata al protagonista.

Y si el Amenábar guionista se muestra algo menos efectivo y pierde fuelle con respecto a Tesis, resulta imposible afirmar lo mismo con respecto a lo que el cineasta pone en juego en términos de realización estricta. Tras la cámara, el director nacido en Chile vuelve a demostrar aquí un manejo asombroso de multitud de mecanismos con los que asombrar al espectador, por más que algunos de ellos no sean más que el descarado homenaje a claros referentes como, por ejemplo, el Vertigo de Alfred Hitchcock.

Pero más allá de homenajes afortunados, el pulso de Amenábar para conducir la acción arranca aquí de forma portentosa, como ya lo hiciera en Tesis, con ese excepcional prólogo en la Gran Vía para ir después discurriendo hábilmente mientras sortea con fortuna los escollos más evidentes de la historia. Sometiendo al espectador a un constante juego de engaños y coqueteando una y otra vez desde lo visual con que intentemos averiguar hacia dónde virará la trama llegado el momento, la imaginativa realización del cineasta se postula como permanente motivo de admiración y depositaria plena de su incuestionable talento tras la cámara.

De hecho, tal será la repercusión allende nuestras fronteras de Abre los Ojos, que bien podría decirse que la mejor muestra de su cine, esa que llegará con su siguiente producción, no habría podido llegar a existir de la manera que lo hizo de no haber sido por la atracción que el presente título levantó en cierta estrella de Hollywood y su esposísima de aquél entonces. Pero eso, mejor, lo seguimos contando mañana. (Sergio Benítez – Espinof.com)