En Funny Games, las vacaciones comienzan con Ann, George y su hijo Georgia de camino a su casa de verano. Los vecinos, Fred y Eva, ya están allí. Se citan para jugar a golf la mañana siguiente. Es un día perfecto. De repente, reciben la visita de dos jóvenes profundamente perturbados.

  • IMDb rating: 7.6
  • RottenTomatoes: 83%

Película / Subtítulo (1080p)

 

Michael Haneke dijo una vez a su productor que si Funny Games resultaba ser un éxito de taquilla, era porque la gente no la había entendido. También ha comentado en numerosas ocasiones que lo que se proponía con ella no era hacer una película de terror, sino una reflexión sobre la violencia mediática que funcionase más bien como una anti-película de terror, que es de lo que efectivamente se trata. Es una película en la que el Tema está por encima de la narración, y por supuesto muchas veces eso termina siendo más polémico que la misma representación de la violencia en pantalla, algo de lo cual hay muy poco.

El argumento de marras se puede resumir en la premisa de una familia que se dispone a pasar unos días en su casa de verano junto al lago y que, sin ninguna justificación, son secuestrados y torturados (física y mentalmente) de forma sádica y cruel por un par de jóvenes pijos que afirman ser huéspedes de la familia vecina. Y aquí viene la paradoja: todo aquel que se acerque a Funny Games esperando ver una película típica de explotación de sufrimiento y psicópatas al uso ciertamente no encontrará lo que busca, pero es precisamente ese tipo de espectador el que más debería ver esta cinta. Esto es así porque el sinsentido de la acción perpetrada por los dos jóvenes es el reflejo perfecto del sinsentido que representa ver violencia en pantalla y «disfrutarla», auspiciando así la muestra ficticia de aquellas cosas que en la realidad rechazaríamos de plano. Lo curioso es que Haneke nos muestra esta lectura de forma bastante evidente y frontal, como si abiertamente nos dijera que esta no es una película destinada a «impactar», ni mucho menos a «entretener».

De hecho la película es extremadamente coherente con este mensaje no sólo al negarse a caer en la explotación, sino incluso al privar al espectador de cualquier tipo de gratificación que pueda obtener de una cinta de este género; casi todas las escenas de violencia ocurren fuera de cámara, y únicamente el audio ayuda a nuestra imaginación a figurarnos los horrores perpetrados por los dos antagonistas, ya que cualquier representación gráfica nos está vedada. Uno de los agresores incluso rompe en varias ocasiones la cuarta pared y le habla directamente al espectador (!) invitándolo a reconocer que realmente quiere ver sufrir a los protagonistas y que desea esa violencia que, en su vida cotidiana, estaría más que reacio a aceptar. Funny Games tiene demasiados momentos y líneas que aclaran esta idea, y sería demasiado largo exponerlos todos aquí, así que sólo nombraré uno: el instante en el que uno de los jóvenes pide a la mujer de la familia que se desnude pero él, para salvaguardar la inocencia del niño, le cubre la cabeza con una funda de cojín sin dejar por ello de exponer a todos los demás a la tortura por él causada.

Todo este salvajismo, evidentemente, termina poniendo al público de parte de las víctimas, y deseando en todo momento que estos obtengan su justa venganza, pero (y es aquí donde reside el auténtico genio de la película) incluso esta satisfacción nos es arrebatada de una forma tan surrealista pero al mismo tiempo tan increíble que te deja literalmente sin palabras. No diré aquí cual es dicha manera por si alguien no la ha visto, pero ese momento es el auténtico centro de la película y el instante en el que toda la tesis de Haneke se hace una realidad palpable al tomar nuestro gusto por las películas de horror (y por las de venganzas en general) y estrellárnoslo en la cara.

Decía un sabio de la blogosfera una vez que Funny Games era el thriller definitivo en el sentido de que, tras verlo, ya no necesitabas ver ninguno más, y en gran medida tiene razón. Ser un fanático del género de horror, precisamente en estos tiempos en que la tortura banalizada parece ser la que manda en la taquilla, y confrontarse con dicha predilección en la forma de esta película es casi una necesidad. De hecho, su reciente remake americano (realizado por el mismo director pero copiando plano por plano el original) es una decisión perfectamente coherente si tenemos en cuenta que es el público mainstream (reacio por lo general a acercarse a producciones que no estén avaladas por la industria) el que más puede beneficiarse de un visionado. Vamos, una obra maestra. (Ricardo Riera – Horas de Oscuridad)