En Alps una enfermera que trabaja por las noches en un hospital se ocupa de atender las necesidades de las familias que han perdido a sus seres queridos. Forma parte de un grupo llamado «Alps», cuyos miembros ofrecen, a cambio de dinero, reemplazar a los muertos en la vida diaria de esas familias.
Mejor Guión en el Festival de Venecia 2011
- IMDb Rating: 6,3
- RottenTomatoes: 75%
Película (Calidad 1080p. La copia viene con subs en varios idiomas, entre ellos el español)
Lo que Yorgos Lanthimos consigue con Alps (Grecia, 2011) no es, en ningún modo, ni una película al uso ni tampoco una buena película; sin embargo, cuenta con una narración inquietante en cuya confusión nacen interrogantes tan morbosos que convierten el consumo de este delirio en algo absolutamente irresistible. Alps nos cuenta la historia de un grupo de 4 personas cuya actividad profesional consiste en ser contratados por los familiares de personas fallecidas para sustituir a estos y así hacer más llevadera su pérdida. La idea es similar, aunque en clave tecnológica, a la del capítulo 2×01 de la serie de TV Black mirror, titulado “Be right back” y cuyo capítulo piloto analizamos en Código Cine. Allí, un software inteligente era capaz de deducir la personalidad del fallecido a partir de sus e-mails y sus comunicaciones personales, y reconstruir después su personalidad de tal modo que fuera nuevamente posible comunicarse con él. La historia continuaba aportando una prótesis en forma de cuerpo completo que añadía la fisicidad necesaria para reconstruir la persona ya no sólo en alma sino también… en cuerpo. En Alps, cuerpo y alma llegan de la mano y se convierten en una presencia postiza para que aquellos que han perdido a un ser querido les utilicen a modo de muletas emocionales, aunque como ya nos contó Bergman, lo de burlar a la muerte es más complicado de lo que parece.
Sin duda, se trata de una idea inquietante que pone de manifiesto dos posibles reflexiones: en primer lugar, diremos que el ejemplo de Alps pertenece a una familia de cine arriesgado que no duda en poner en juego planteamientos no convencionales que sirven como crisol para mezclas de lo más llamativas. Alps ensaya un procedimiento para soslayar parcialmente la pérdida de los seres queridos y que puede servir como barandilla para una reformulación cultural de la muerte misma. Sí, porque los familiares del fallecido que contratan al postizo conocen su condición y lejos de considerarlo una farsa vacía, lo consideran una ocasión para extender la presencia del fallecido hacia la vida y en la que tratan de situar su auténtica identidad. Sin duda, una pirueta morbosa y macabra con la que pretenden vaciar el símbolo de la muerte para reconducirlo hacia un nuevo estadio de lo más delirante. En segundo lugar, cabe la reflexión sobre el valor psicológico y cultural de la existencia de películas como Alps o como el citado capítulo de Black Mirror. ¿Acaso es el síntoma evidente de una crisis en la definición del símbolo de la muerte que acusa nuestra sociedad? ¿No serán estos experimentos audiovisuales ensayos de ocurrencias febriles e infantiles para luchar contra el símbolo infranqueable de la muerte, dado que estamos exentos de un relato explicativo que realmente nos satisfaga? Quizás, como sujetos aislados pero también en tanto que miembros del colectivo, uno que además se ha sacudido ya muchos relatos mitológicos que dotaban de un sentido a nuestra muerte, estemos desesperadamente necesitados de mecanismos para afrontar nuestra desaparición y la de nuestros seres queridos. Quizás Alps sea un film muy sintomático del estado en que se encuentran algunas percepciones de vida de nuestra sociedad y los problemas que le aquejan.
Sin embargo, “Alps” no es una película simple. De hecho, aunque el tema de fondo se ha enunciado ya, la película centra su foco de atención en uno de los personajes del grupo, el de la enfermera, y en sus propios mecanismos psicológicos. Es decir, la película aparta la reflexión sobre el sentido de la muerte para contarnos el discurrir insano de un miembro concreto del grupo, cuya presencia en él tiene mucho que ver con su propia biografía: Sin madre localizada y con un padre que no le presta atención alguna, se diría que ha sido criada en el contexto de un grave déficit de atención y que no es ella la que está prestando un servicio de cariño por sus clientes, los familiares de los fallecidos, sino que, en realidad, es ella la que ansía recibir un servicio de ellos: Ser tratada con el amor que los fallecidos les inspiraban en vida. Por tanto, cuando ella adopta las costumbres y los hábitos de los familiares desaparecidos, en realidad está atesorando las cualidades necesarias para cualificar ante los familiares y ser, en su delirio, merecedora del cariño y el amor que nunca recibió. Ella pretende sustituirles en su verdadera condición de familiares y no sólo acepta el contrato sino que se esfuerza por comprender cada detalle de su personaje y ganarse así una buena dosis de cariño. Es como si de su actividad como miembro del grupo Alps, la enfermera no tuviera ningún interés económico, sino más bien un interés personal por lograr un decorado emocional, un escenario de apego (aunque puramente falso), en el que pudiera ensayar a sentir el amor de una familia tierna y cercana.
No obstante, esa carga emocional que se articula a su alrededor cuando está en compañía de los familiares de los fallecidos ya no es más que el resto viciado de una emoción en descomposición que además no está evolucionando sanamente hacia la superación de la pérdida, sino que está abocada a un estado zombie en donde la mentira anida en la farsa y ni permite la recuperación del fallecido, ni la superación, ni la construcción de un recuerdo conveniente y honesto. La enfermera, cuya profesión no está elegida al azar sino que es muy indicativa de la actividad que realiza para ayudar a los demás (incluyendo los familiares de los fallecidos que la contratan), malvive emocionalmente consumiendo ese resto viciado de un amor familiar que ella precisa con urgencia pero que no le llega de forma legítima. En sus peores términos, actúa como carroñera emocional de un cariño en descomposición que ella ha aprendido a digerir como sustituto precario del amor que no recibió. Finalmente, en su delirio más intenso, termina confundiendo realidad y ficción, y cuando le llegan las peores noticias y es apartada del grupo, decide buscar ayuda entre aquellos que siempre supieron que su presencia era una farsa. Y a cada uno de ellos, de acuerdo con la lógica del teatro que había representado hasta ese día, les decepciona y les vicia.
Una película sin complejos, inquietante y morbosa, macabra y no especialmente buena que, sin embargo, logra una propuesta irresistible. Más allá de la interpretación freudiana de algunas de sus subhistorias y del significado del síntoma que es su mera existencia, Alps consigue atrapar la atención y llevarnos hasta el final mismo de la película con toda la intención de recomponer las piezas. Una película preocupante pero desde luego interesante que muchos, en la línea del discurso habitual de González Requena sobre la crisis de la subjetividad que nuestra sociedad occidental dice estar atravesando, creemos que retrata la urgente necesidad de explicaciones simbólicas con las que las personas podamos afrontar el verdadero final de nuestra vida. Si José Manuel Marchante recordaba siempre que “las películas de Rossellini son necesarias para la vida”, puede que ésta sea un ejemplo… de lo contrario. (Ricardo Sanchez Ramos – CódigoCine.com)
Share your thoughts