En At Eternity’s Gate, el pintor holandés post-impresionista, Van Gogh, se muda en 1886 a Francia, donde vive un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia incluyendo a Paul Gauguin. Una época en la que pintó las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo hoy en día.

Mejor Actor en el Festival de Venecia 2018

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 79%

Película / Subtítulos (Calidad 1080)

 

Después de Miral (2010), cinta iniciática sobre una joven palestina, el pintor y director americano Julian Schnabel vuelve a su verdadera pasión para ofrecer una versión íntima de la figura de Vincent van Gogh, cuya transición desde la oscuridad absoluta hasta los posavasos de girasoles siempre ha resultado fascinante. A pesar de centrarse en sus últimos años, en At Eternity’s Gate, presentada en competición en el Festival de Venecia, Schnabel no intenta sermonear acerca de la relevancia tardía del artista (o la falta de ella, como todavía argumentan algunos). En lugar de eso, el director intenta comprender la voluntad incansable del pintor, que lo llevó a superar la extrema pobreza, los problemas mentales y el rechazo absoluto. Para ello, dota a su sexto largometraje de una gran ternura, mientras desmiente varios mitos sobre la figura del artista.

Gracias a una magnífica decisión de reparto, Willem Dafoe (The Florida Project, Shadow of the Vampire) es el encargado de enfrentarse al reto, superándolo con aplomo. Dejando a un lado el parecido físico, Dafoe interpreta a van Gogh con un afecto increíble, desviándose de algunos de los aspectos más llamativos de su biografía – que ya han sido explotados al máximo gracias a gente como Kirk Douglas -, e incluso se permite incluir algo de humor. “Jesús era totalmente desconocido cuando estaba vivo”, contesta al escuchar que tal vez debería darse por vencido. Es probablemente en este preciso instante cuando la veneración de Schnabel se hace más evidente. Se trata de una interpretación maravillosa y concienzuda, que sorprende por su nivel de autocontrol, y que de alguna forma consigue transmitir su mensaje sin recurrir a intentos más obvios de entrar en la carrera por el Óscar.

Esto también se debe a que, por fin, no es la locura la que acapara todo el protagonismo, sino la sobrecogedora soledad, expresada a menudo por el propio protagonista: “Quería ser uno de ellos”, dice van Gogh al principio de la película. Es precisamente su necesidad por conectar con otros seres humanos, ya sea con el dueño de una cafetería o con un pintor rival (Gauguin, interpretado por Oscar Isaac), lo que hace avanzar la historia.

Eso y sus obras de arte, evidentemente, a las que le resulta imposible renunciar y que provocan que su alienación sea aún más fuerte. Filmada de forma maravillosa, con encantadores toques de color y una luz cálida que recuerdan a sus famosas pinturas, At Eternity’s Gate es verdaderamente un regalo para los ojos. Cabe mencionar que, a pesar de que el director de fotografía Janusz Kamiński ha sido reemplazado en esta ocasión por Benoît Delhomme, el punto de vista distorsionado que adopta en algunas ocasiones – acercándose tanto que casi podemos contar las pestañas de Rupert Friend – recuerda inevitablemente a La Escafandra y la Mariposa. Cuando la cara de Emmanuelle Seigner vuelve a llenar la pantalla uno podría pensar que, a pesar de toda la suntuosidad, todo resulta bastante familiar. (Marta Balaga – CinEuropa.org)