Porco Rosso es un cerdo aviador que frustra todos los actos de piratería perpetrados por los piratas aéreos del Adriático. Éstos, decididos a acabar con el valiente y hábil aviador, se ponen de acuerdo para contratar a un aventurero americano cuya misión será eliminarlo.

Mejor Largometraje en el Festival de Annecy 1992
Mejor Película Animada y Mejor BSO en el Mainicho Film Concours 1992

  • IMDb Rating: 7,8
  • RottenTomatoes: 94%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Un cerdo que pilota un hidroavión por las aguas del Adriático en el período de entreguerras. No hacen falta más palabras para que la imaginación se estimulara sobremanera ante las posibilidades que se abrían a partir de la premisa inicial que servía a Hayao Miyazaki como trampolín para servirnos en bandeja de plata la que sería su producción número seis. Una que, sin yo saberlo, estaba llamada a convertirse en mi favorita del Estudio Ghibli. Como lo leéis. Tengo en un pedestal, y no soy el único, a dos de los cinco títulos en los que, después del presente, se embarcará Miyazaki en las tareas de dirección. Y no tengo problemas en admitir que ambos filmes, de los que hablaremos en breve en este ciclo, se sitúan muy por encima en infinidad de aspectos de lo que aquí podemos ver. Y aún así, si me preguntáis cuál es mi preferida de los estudios nipones responderé sin vacilar: Porco Rosso

Y es que esta curiosa historia que nada tiene que ver con lo que el cine de Miyazaki nos había ofrecido hasta entonces ni, por ende, nos ofrecería desde entonces, pertenece a ese nutrido grupo de películas que por razones diversas uno tiene en una estima que bien cabría ser calificada como inexplicable por cuanto, a la hora de defenderla, y trascendidos los argumentos «objetivos» —detesto el término, pero en fin— las alabanzas pasan al plano de lo emocional dando por concluído cualquier posible debate.

Ya que lo he sacado a colación y, como digo, por mucho que aborrezca el sustantivo «objetividad» a la hora de hablar de la apreciación del arte, centremos esta primera parte de la entrada en apuntar a las obviedades más evidentes que, bajo parámetros «objetivos», pueden afirmarse sobre Porco Rosso. Y no se me ocurre mejor manera de empezar que hacerlo por el superlativo trabajo que Joe Hisaishi realiza en los pentagramas.

El compositor, que llevaba colaborando con Miyazaki desde Nausicaä (1984), se imbuye de forma plena en el espíritu mediterráneo y evocador que rodea a la cinta para escribir una partitura asombrosa, de una riqueza temática espectacular que tan pronto se hace eco de la acción más adrenalínica —la huida por los canales de Milan— como refleja, con orquestaciones propias del ambiente en el que se mueve la acción, el candor y determinación de Fiona o la sutil vertiente romántica del relato.

Con Hisaishi dando alas a todas y cada una de las escenas en las que la música tiene protagonismo —porque, ya que es el que suena ahora mismo en mis altavoces, ¿qué me decís del que acompaña a la construcción del avión?— el segundo punto para cuya defensa es innecesario recurrir a justificaciones personales es, qué duda cabe, la maravillosa animación con la que Miyazaki y su equipo nos transportan de forma inequívoca a esa época en la que pilotar un avión estaba envuelto de un romanticismo que, como muchos sabéis, es el mismo que el cineasta siempre ha sentido por el mundo de la aviación.

Dejándolo ver aquí y allá en sus producciones previas —sobre todo en Nausicaä y en la maravillosa El Castillo en el Cielo (1986)— es Porco Rosso la primera producción en la que, de forma más plena, Miyazaki puede volcarse en reflejar su absoluta pasión por los aeroplanos; una pasión que de forma directa se transmite aquí al espectador en los muchos instantes en los que la pantalla queda inundada por la simpleza de un avión recortándose contra el cielo y que es, a la postre, motivo fundamental de la inclinación personal por el presente filme.

Conjugando con presteza la belleza sin par de «escenarios naturales» del Adriático —asombrosa es la variedad que se confiere al mar, el cielo y las islas que pueblan el citado mar— con, por ejemplo, el marco de fondo temporal que supone Milán; lo sublime de la animación de Porco Rosso, y la genialidad que de nuevo esconden los diseños de sus personajes —atención especial merecen los mastuerzos de Mammaiuto— es el tapiz del que Miyazaki vuelve a servirse para narrar a placer la historia que él mismo escribe.

Una historia que, dejándose llevar, mezcla el humor más socarrón y honesto con el citado romanticismo —en acepciones que varían desde el amor romántico al cómo se mira aquél mundo pasado en el que se ancla el relato—, un sentido épico de la acción y cierta crítica socio-histórica de fondo hacia el surgir del fascismo. Resultado de tan explosiva mezcla es una trama que nunca aburre, que mantiene completamente enganchado al espectador y que es la herramienta perfecta de la que poder echar mano para lucir una dirección ESPECTACULAR.

Porque si la animación quita el hipo, lo que la realización de Miyazaki pone en jaque deja en ridículo a cualquier otra cinta de «dibujitos» que se estrenara aquél año de 1992. Imaginativa y de una locuacidad extrema, el perfecto equilibrio que logra el trabajo del cineasta entre la enérgica forma en la que se planifican las secuencias de duelos aéreos y el más pausado devenir en el que se arropan el resto hace de Porco Rosso todo un prodigio a la altura de las mejores películas que ha dado esta forma de hacer cine.

Todo lo anterior transmite, de punta a cabo, unas sensaciones que, mesurables en ciertos momentos —cuando la cinta se propone hacer reír lo consigue sin esfuerzo, con una naturalidad asombrosa—, son casi indescriptibles en muchos más: si uno deja prejuicios a un lado, dejarse enamorar por Porco, Fiona, Piccolo, Gina, Curtis o los mamarrachos de Mammaiuto es un proceso que surge de forma tan espontánea como lo haría de tratarse los personajes seres de carne y hueso interpretados por actores reales.

Si de algo habla tal cualidad, es de la solidez a prueba de bombas en la que casi siempre —su última cinta no terminó de convencerme la única vez que la he visto hasta ahora— se pertrechó armado hasta los dientes un Hayao Miyazaki que demostró a occidente con argumentos de una categoría incuestionable que el cine de animación no era coto de caza exclusivo del mundo infantil.

Lo hizo tan bien y de forma tan imperecedera aquí, en la cinta que hoy os hemos traído; y lo haría tan bien en las dos que seguirían a ésta, que es de todo menos descabellado afirmar sin miedo a equivocarnos que la terna que forman Porco Rosso, La Princesa Mononoke y El Viaje de Chihiro, se debe contar entre las catorce mejores producciones de animación de la historia del séptimo arte. (Sergio Benitez – Espinof.com)