En la década de los setenta, el Berberian Sound Studio fue el estudio de postproducción de sonido más barato y sórdido de toda Italia, por el que solamente las películas más perturbadoras han procesado y editado sus mezclas de sonido en este lugar. Gilderoy, un tímido ingeniero de sonido inglés viaja a Italia para encargarse de mezclar el último giallo de Santini, el gran maestro del género. Gilderooy pronto se verá atrapado en un mundo prohibido poblado por actores maniáticos donde los caprichos artísticos y la burocracia más absurda marcan el día a día.

Mejor Película y Mejor Actor en los British Independent Film Award 2012

Mejor Película en la Competencia Internacional Bafici 2012

  • IMDb rating: 6.2
  • RottenTomatoes: 83%

Película / Subtítulo

El cine italiano siempre ha tenido muy buen olfato para facturar un cine de género que atrajera al público en masa a las salas de cine. Si en Hollywood tenían los westerns, en Italia proliferó el spaghetti western. Si aparecía la moda del cine histórico y de romanos en la Meca del Cine, ahí estaba el péplum italiano para no ser menos. Pero si hubo un subgénero que ellos cultivan como nadie, siendo imitado por el cine americano con desiguales resultados, ese fue el giallo. Entre el terror y el thriller, basaba más sus historias en lo puramente estético que en la coherencia de sus tramas, muchas veces carentes de lógica alguna. Mario Bava inauguró este tipo de cine en 1963 con La muchacha que sabía demasiado, aunque fue Dario Argento quien dio algunos de sus mejores títulos, como El pájaro de las plumas de cristal (1970), El gato de las nueve colas (1971) o Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971). Atmósferas sórdidas, violencia explícita –con asesinatos creativos y visualmente impactantes–, personajes psicológicamente ambiguos –retorcidos y morbosos, a menudo– y asesinos con rebuscadas motivaciones para sus crímenes, de identidad habitualmente sorprendente para el espectador, son algunas de las constantes del giallo. Uno de los ejemplos más logrados de esta corriente en el cine norteamericano fue El rostro de la muerte (1976) de Alfre Sole, en la que una Brooke Shields de 11 años era asesinada el día de su Primera Comunión. 36 años después, Peter Strickland realiza con la británica Berberian Sound Studio un sentido homenaje a un género que parecía totalmente muerto –especialmente tras el desafortunado intento de Dario Argento de volver a sus orígenes con Giallo (2009) –, logrando una notable recepción por parte de la crítica en su paso por el Festival de Sitges.
Berberian Sound Studio cuenta la historia de Gilderoy, un retraído y tímido técnico de sonido inglés que viaja a Italia para trabajar en la postproducción sonora del último giallo del maestro del terror Santini. Con su llegada al estudio, que desde el primer momento transmite bastante mal rollo, descubrirá a una fauna de personajes excéntricos y maniáticos, donde los jefes utilizan técnicas bastante agresivas para motivar a las actrices de doblaje y donde lograr que se le abone el dinero del pasaje de avión se convertirá en una misión imposible. Tampoco será agradable descubrir que la película en la que tiene que trabajar es una extremadamente violenta cinta donde brujas y demonios torturan hasta la muerte a jóvenes muchachas en macabros rituales de magia negra, algo que despertará la repulsión de Gilderoy, pero que conforme vayan sucediéndose las sesiones de grabación, irán perturbando su mente hasta el extremo de confundir realidad y ficción. La película, ambientada en la Italia de los 70, comienza con unos magníficos títulos de crédito, totalmente setenteros, con la pantalla teñida de rojo sangre. Este inicio ya nos sugiere que estamos ante un ejercicio de estilo, donde la sucia y tenebrosa estética nos remite a aquellas cintas italianas de artesanos como Lucio Fulci o Sergio Martino, gracias a un excelente trabajo de fotografía de Nic Knowland y una perfecta dirección artística. Con el único escenario del estudio Berberian, Strickland consigue crear una sensación de amenaza constante y auténtico terror psicológico, sin recurrir en ningún momento a la violencia física ni a la sangre. Aquí el miedo se palpa en cada sonido de la película en que trabaja Gilderoy –de la que jamás vemos sus imágenes–, cuyos efectos son conseguidos con técnicas tan rudimentarias como machacar fruta o echar aceite en una sartén al fuego. En Berberian Sound Studio, los mayores momentos de tensión tienen como protagonistas a las sufridas (y enigmáticas) chicas que prestan sus gritos a la obra de Santini. Antológico en este aspecto es el momento en que Gilderoy se ve obligado por un superior a subir al máximo el volumen de sonido en los cascos de una de las actrices que está en la cabina de grabación. Un maltrato psicológico que también llega a caer en el acoso sexual, tal y como desvela el personaje de Verónica.
Junto a su perfecto acabado técnico, el mayor acierto de Berberian Sound Studio reside en la magnífica interpretación de Toby Jones en el papel de Gilderoy. Jones, habitual secundario del cine estadounidense, vuelve a demostrar que es capaz de sostener por sí solo una película. El actor logra hacer creíble un personaje pacífico y apocado que, conforme avanza el metraje, va descubriendo facetas oscuras y escondidas de su personalidad, hasta el punto de rozar la locura. Hay escenas en las que se muestra su amor por los insectos (una araña, concretamente), que parecen homenajear al clásico de Dario Argento Phenomena (1986), en el que Jennifer Connelly era una adolescente que sentía una gran empatía hacia esas pequeñas criaturas. En otras, una mano enfundada en un guante de cuero negro, manipula los mandos del equipo de sonido, en clara referencia a los asesinos de los grandes giallos clásicos. El juego de espejos que se establece entre los personajes y la película sobre la que están trabajando tiene ecos lejanos del mítico Demons de Lamberto Bava, en la que los asistentes a la proyección de una película de terror en una sala de cine, quedaban atrapados en la pesadilla de la pantalla. Pese a todas las referencias al subgénero, el tramo final rompe todos los esquemas, deslizándose por unos terrenos oníricos y surrealistas más cercanos al cine de David Lynch o, incluso, del Iván Zulueta de Arrebato (1980). No es una propuesta fácil y está condenada a no ser entendida por todo el mundo, al igual que los títulos mencionados, pero merece figurar entre las apuestas más arriesgadas y perturbadoras del cine fantástico de 2012