En Django Unchained, dos años antes de estallar la Guerra Civil Americana, King Schultz, un cazarrecompensas que sigue la pista a unos asesinos para cobrar por sus cabezas, le promete al esclavo negro Django dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos. Él acepta, pues luego quiere ir a buscar a su esposa, esclava en una plantación del terrateniente Calvin Candie

Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto en los Premios Oscar 2012
Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto en los Globos de Oro 2012
Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto en los Premios BAFTA 2012
Mejor Película Extranjer en los Premios David di Donatello 2012

  • IMDb Rating: 8,4
  • RottenTomatoes: 87%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

¿Se puede ser irresponsable y éticamente comprometido a la vez? ¿Se puede asesinar al padre (cualquiera de ellos) y respetarle, como el progenitor que es, en un mismo acto de amor suicida? ¿Se puede pronunciar 3.346 veces la voz ‘negrata’ y no ser un indeseable por ello? Por si acaso, no lo intenten; déjenlo en manos de un profesional. Por ejemplo, Quentin Tarantino, experto en sorber y sonarse los mocos. A la vez. Los propios, cuidado.

Su última película es exactamente eso. Eso y su contrario. Django Unchained desembarca en su filmografía con una única y declarada intención: explotar. ¡Boom! Es a la vez compendio y exageración; resumen y disparate; locura y genio. Pocas veces, el más magnético de los directores vivos se antojó más inestable, divertido y, gran novedad, grave. Y eso, téngalo claro, no se improvisa.

Sobre el papel, estamos delante de una película más con el sello y la firma de QT. De hecho, y como él mismo reconoce, Django Unchained no es más que la realización de un viejo y anunciado sueño: rodar, por fin, un ‘spaghetti-western’. Si se quiere, gran parte de su cine no es más que la relectura del género que hiciera grande gente como Corbucci o Leone. Los dos Sergio. No es difícil encontrar en la secuencia inicial de Inglourious Basterds o en la utilización de la música de Pulp Fiction o en las escenas más dramáticamente estilizadas de Kill Bill, el rastro opresivo, moralmente fronterizo, visceral, sudoroso y agobiante del sol de Almería puesto a freír sobre el zoom de la cámara.

Ahora, por fin, se trata de un ‘spaghetti’. Por fuera y por dentro. Django Unchained cuenta la historia de un esclavo liberado (Jamie Foxx) que sacrifica su vida al loable empeño de limpiar afrentas, vengar latigazos y liberar amadas. Si se quiere, nada que no haya hecho antes el ‘western’ o cualquier película de aventuras, pero, con una importante salvedad. Leone sabía lo que los espectadores sabían; sabía que la audiencia conocía las reglas del género. Y por ello, dedicó todos sus esfuerzos a quebrar cada una de las normas aceptadas de forma casi inconsciente hasta hacerlas violenta y crudamente palpables.

Si se quiere, el ‘spaghetti’ no hizo sino releer las claves de una forma de hacer cine hasta llegar a su esencia más salvaje. Sin interludios melodramáticos. De repente, las amplias praderas, como el genuino paisaje de la aventura, se encogen en la retina del espectador hasta hacerlas sangrar. Y eso es lo que importa: la sangre o, mejor, la consciencia de la sangre. Por ello, el género de apariencia primaria e infantil como el ‘spaghetti-western’ se antoja tan irresistiblemente moderno a los ojos de un señor que sabe mirar; porque es capaz de deshuesar el drama hasta ofrecerlo perfectamente consciente de su imperfección. Si suena rebuscado, la culpa es del guionista, que vio demasiado cine.

A lo que íbamos, Tarantino se sirve de Django (nombre de resonancias míticas) para ofrecer la versión más depurada, por excesiva, de su cine. De nuevo, los personajes surgen del guión perfectos, completos en inmaculados en toda su ironía, bondad, salvajismo o simplemente maldad. Christoph Waltz en la piel de un cazarrecompensas continúa su proverbial trabajo de Inglourious Basterds hasta retratar fielmente todos los giros de los que es capaz Tarantino cuando escribe; Leonardo Di Caprio sorprende como la viva encarnación del infierno disfrazado de esclavista, y hasta Don Johnson se convierte en el payaso más convincente enfundado con la capa del Ku-Kux-Klan. Ninguno estuvo nunca mejor.

De nuevo, las escenas de acción viven hasta el paroxismo su condición de escenas de acción, y, otra vez, los diálogos amplían la pantalla mucho más allá de lo que se ve (los personajes de Tarantino sólo discuten fuera de campo, al otro lado de la pantalla. Lo mismo da si se trata de hamburguesas o de lucha libre)… De nuevo, Tarantino. Y, SIN EMBARGO (así, en mayúscula), cada plano se vuelve mucho más grave, serio, éticamente responsable en su aparente y explosiva irresponsabilidad.

Y es precisamente en esta contradicción, en la delgada línea que separa la furia de la fiebre, en la que Django Unchained crece hasta convertirse en una joya dentro de la filmografía de su director. Quizá por el tema tratado, la esclavitud, Tarantino adquiere la resposabilidad de saberse uno de los pocos cineastas que lo han tratado. Los esclavos han aparecido antes en películas tan raras como ‘Mandingo’, un mito dentro del género ‘explotation’ o, mucho más lejos, en Manderlay, de Lars Von Trier.

De golpe, la violencia, siempre festiva, siempre celebrada, adquiere la gravedad repulsiva de lo que en efecto es. Tarantino, por primera vez, violentamente moral. Nadie que no sea él se atreve a tanto.

Si se quiere, la película vive la misma contradicción que su primera obra maestra, Pulp Fiction. Entonces, el género (todos ellos) se desmembraba en una trama laberíntica capaz de convencer a propios y extraños (al gran público ‘consumidor’ de ‘pulp’ y a la minoría ‘degustador’ —nótese el matiz— de ese mismo ‘pulp’). La primera película independiente en recaudar los 100 millones de dólares era también la Palma de Oro en Cannes. La cinta conseguía el mismo efecto catártico en la audiencia que décadas atrás alcanzaba The Godfather de Coppola: un cine tan personal que permeaba hasta lo más profundo de la conciencia de cualquier espectador.

Pues bien, Django Unchained lo vuelve a hacer. Pero en otro nivel. Ahora, la narración discurre lineal atenta solamente a la sabiduría de uno de los más brillantes manipuladores que ha dado el cine, cualquiera de ellos. Repulsiva y irrenunciable. Todo a la vez. Y ahora ya se puede morir el padre, cualquiera de ellos. (Luis Martínez – ElMundo.es)