Black Mass transcurre en Boston, en plenos años 70. El agente del FBI John Connolly convence a Whitey Bulger, un mafioso irlandés que acaba de salir de la cárcel, para que colabore con el FBI con el fin de eliminar a un enemigo común: la mafia italiana. Esta nefasta alianza provoca una espiral de violencia que permite a Whitey eludir el control de la ley, consolidar su poder y convertirse en uno de los más implacables y poderosos gangsters de la historia de Boston.

  • IMDb rating: 7.1
  • RottenTomatoes: 75%

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Combinando el relato de proporciones mitológicas, la crónica intimista y el festín de pirotecnia actoral, Scott Cooper (director de Crazy Heart y Out of the Furnace) factura la entretenida Black Mass, que cuenta la increíble historia real de cómo el FBI permitió el ascenso a la gloria delictiva de James “Whitey” Bulger, el hermano de un poderoso senador del estado de Massachusetts. Crimen, autoridad y poder. Mafia, policía y clase política. Esos son los tres vértices de una película que, sin mayores aspavientos formales, deja su destino en manos de unos actores entregados a la causa. Johnny Depp (el mafioso), Joel Edgerton (el policía) y Benedict Cumberbatch (el político) se ven obligados a jugar dentro de los márgenes de la biopic,caracterizados para parecerse a las personas reales que encarnan y obligados a imitar el cerrado acento del norte de Boston. Sin embargo, el trío trasciende la imitación y compone un muy interesante magma gestual en el que se refleja el gran tema de fondo de la película: la delgada, casi invisible frontera que separaba el bien del mal en la corrupta ciudad de Boston en los años ’70 y ’80.

El tablero dramático de Black Mass es plenamente amoral y Cooper disfruta filmando escenas de grupo o cortantes tête à tête en los que los policías se comportan como gángsteres y viceversa. En términos cinéfilos, la película no puede evitar rendirse ante ciertos lugares comunes del cine de mafiosos: unos viajes a Miami que remiten a la saga de The Godfather, acelerados montajes a la Scorsese para electrificar el ascenso criminal del gángster, la obligada escena de discoteca al son de la mítica Don’t Leave Me This Way. Sin embargo, Cooper consigue controlar su nostalgia y pasión cinéfila para otorgar cierta verdad a sus personajes, una verdad no carente de romanticismo.