En Boi Neon, Iremar trabaja en las Vaquejadas, el tradicional rodeo del noroeste de Brasil. Su casa es el camión que transporta los animales de uno a otro show y que comparte con sus compañeros: su compadre, Zé, Galega, una bailarina exótica y conductora de camiones, y su alegre hija Cacá. Pero el país está cambiando y la creciente industria textil de la región infunde nuevas ambiciones en Iremar, que empieza a soñar con el diseño de moda.

Premio Especial del Jurado (Festival de Venecia – Sección Horizontes Latinos 2015)

Premio Coral Especial del Jurado (Festival de La Habana 2015)

Mejor Guion y Mejor Fotografía (Premios Fénix 2015)

  • IMDB Rating: 6,8
  • Rottentomatoes: 89%

Película / Subtítulos (Calidad 720p)

 

El realizador brasileño que se hizo conocido, primero, con el extraordinario documental Domesticas y luego compitió el año pasado en Locarno con Vientos de Agosto presenta apenas un año después su nueva película, una que parece combinar los intereses, las temáticas y las formas visuales de ambos filmes. Boi Neon es una película que se centra en un grupo de personas que trabaja en las llamadas vaquejadas, shows rurales similares a los rodeos norteamericanos.

El protagonista es Iremar (Juliano Cazarré), quien se ocupa de cuidar y preparar a toros y caballos viajando con esta suerte de troupe de pueblo en pueblo nordestino. Junto a él está su algo torpe colega Zé, Galega (Maeve Jinkings) –una mujer que hace además de conducir el camión hace un particular show nocturno de baile que parece sacado de una película de David Lynch–, y la hija de ella, Cacá (Aline Santana), que está pasando por una complicada transición hacia la adolescencia.

Pero la particularidad de Iremar –y, de alguna manera, de Boi Neon– es que, en ese medio ambiente rudo y de campo, él se apasiona por la costura de ropa femenina y tiene un interés por la moda, el cuidado de la piel y el perfume bastante inusuales entre los que hacen su tipo de trabajo. Y no se trata –o al menos no de manera evidente– de un tema de preferencias sexuales. Iremar, de algún modo, es un representante de esta especie de transición social y económica que se vive en la zona, que va pasando de ser campesina a urbanizada y en el que el furor de la industria textil (hay un shopping de moda enorme en las cercanías) se hace sentir en los comportamientos de sus miembros más jóvenes.

La influencia de ese combo entre realismo sucio y cierta sofisticación se mantiene en la estética de Boi Neon, que pasa de escenas de cotidianeidad entre los protagonistas (sus peleas, discusiones, bailes, pequeñas aventurillas y accidentes) a otras, si se quiere más líricas, en las que Mascaro vuelve a apostar por cierta elegancia visual para la puesta en escena que ya se manifestó en Vientos de Agosto y que bordea por momentos con el preciosismo. Es así que la película pasa de una situación casi de documental sobre la vida en un rodeo con ciertas reminiscencias al cine de la dupla suiza Tizza Covi/Rainer Frimmel (los de La Pivellina) a otras escenas casi líricas (y en algunos casos de cuidado erotismo) entre hombres y mujeres, pero también entre hombres y animales.

Así, la fotografía del mexicano Diego García (el mismo DF de la última película de Apichatpong Weerasethakul) fluctúa entre la captura más naturalista de las escenas del trabajo a la elegancia extrañada de ese raro baile de Galega, el mimoso cuidado de los caballos o una larga escena sexual cerca del final de la película. Son todos estos planos de innegable belleza pero que por momentos llaman demasiado la atención sobre sí mismos. A lo que apuesta, finalmente, Mascaro, es a mostrar esas transformaciones sociales desde la misma estética de la película, y aún desde los cuerpos de los protagonistas, enfrentando a los más veteranos como el obeso Zé a los que intentan estar “a la moda” más allá de las circunstancias específicas de su trabajo.

Si bien Boi Neon no tiene un eje narrativo claro y es más una descripción del día a día de este grupo de personas en transición, el que termina apareciendo como el personaje más interesante de todos es la pequeña Cacá, cuya irritabilidad respecto al comportamiento de los mayores (y viceversa, de los adultos para con ella), su fastidio por la ausencia de un padre al que no conoce y su incipiente y confusa sexualidad, la convierten en una observadora crítica del mundo que la rodea y que cambia permanentemente a su alrededor. (Diego Lerer – micropsiacine.com)