En Calvary, el Padre James Lavelle se esfuerza por conseguir un mundo mejor. Le preocupa ver la cantidad de litigios que enfrentan a sus feligreses y a la gente de su parroquia, y le entristece que sean tan rencorosos. Un día, mientras está confesando, recibe una amenaza de muerte de un feligrés anónimo.

  • IMDB Rating: 7,4
  • Rottentomatoes: 89%

Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

 

Me hago un lío con el apellido McDonagh para identificar a los respectivos autores de dos películas que me han enamorado. Son hermanos, irlandeses y el cine de ambos tiene parecidos no alarmantes, sino gratamentes reconocibles. Uno se llama Martin y firmó la insólita, tragicómica y muy hermosa Escondidos en Brujas, la historia de dos atípicos, torturados, demasiado humanos, asesinos a sueldo al que su excéntrico empleador les exige que se refugien durante un tiempo en esa ciudad medieval tan bonita (si no la abarrota el turismo y las continuas obras de restauración), pero que también puede albergar una atmósfera inquietante, de cuento de hadas malvadas en medio de la bruma, llamada Brujas. Todo tenía encanto, humor pérfido, sentimiento, excentricidad y clima en esa película. Incluso estaba conmovedor y disparatado Colin Farrell, actor que me suele cargar.

El nombre del otro es John Michael. Me contaron de El irlandés, su película anterior, que era muy cáustica y graciosa. A mí no me hizo ni pizca de gracia. Cine para modernos, en los que el director intenta demostrarte en cada secuencia lo listo e ingenioso que es. Por ello, cuando me informan de que va a estrenarse Calvary, dirigida por alguien apellidado McDonagh, pregunto si el nombre es Martin o John Michael. Es el segundo. O sea, que me acerco a ella con mosqueo inicial.

Este se evapora con la primera y estremecedora secuencia. Un cura escucha la confesión de un feligrés invisible. Le cuenta que a los nueve años le convirtieron en un muerto viviente. Fue violado repetidamente por un adulto ensotanado. Ocurre en Irlanda, una tierra en la que la pedofilia curil gozó de tanto esplendor como de impunidad. Esa voz atormentada e implacable también informa a su estupefacto e inocente confesor de que dentro de seis días le asesinará.

El paisaje irlandés en el que se desarrolla esta dura y emocionante historia es muy bonito, pero que nadie se engañe. No estamos en Innisfree, aquel pueblo idílico, pintoresco y evocador en el que el hombre tranquilo buscaba refugio contra sus fantasmas y se enamoraba de una problemática y maravillosa señora pelirroja. En Calvary la cámara se desentiende del precioso entorno para centrarse obsesivamente en lo que expresan los rostros en primer plano.

Y todo el mundo anda jodido en ese pueblo por una razón u otra, hay poco espacio para la alegría, todos parecen sobrevivir a algún desastre íntimo o seguir hirviendo en él. Hay un cura profundamente humano, legal, inteligente, en posesión de fe de la buena, que sabe escuchar a los demás, que sabe mucho del miedo, el dolor y la perdida. A lo largo de esa premonitoria semana se comunicará fundamentalmente con doce personas que ocultan algo o necesitan su ayuda. Una de ellas ha firmado su sentencia de muerte. El título Calvary no es gratuito.

Los diálogos no tienen desperdicio, son brillantes. Las situaciones y los personajes son tan creíbles como complejos, sientes desasosiego al ser testigo de esta previsible tragedia, pero también al recordarla. Y está el admirable actor Brendan Gleeson (será vano que intenten recordar una interpretación desvaída o falsa de este hombre con presencia poderosa, capaz de muchos registros, como secundario de lujo o si lleva el protagonismo) dotando de dignidad, humor, dudas, terror, hombría, comprensión, dureza, ternura, matices, múltiples sentimientos, a su memorable personaje. También está magníficamente arropado en su camino hacia la temida cruz por interlocutores muy inquietantes. Todo el mundo se siente solo y perdido. Mejores o peores, cínicos y sinceros, ricos o supervivientes, vengativos o resignados, todo el personal necesita mostrar o sugerir sus demonios a un hombre que se queda sin respuestas, que se siente tan acorralado como ellos. Y está transmitido con talento por un director con personalidad torrencial.

La han calificado condescendientemente de película pequeña e interesante. ¿Qué querrá decir pequeña? ¿Que se rodó en 28 días y con presupuesto escaso? Para mí es grande. Me deja tocado, algo que no me suele ocurrir últimamente. (Carlos Boyero – Diario El País)