En Cerdita Sara, tiene que soportar las continuas burlas de las otras chicas de su pequeño pueblo. Pero todo terminará cuando un desconocido secuestre a sus acosadoras. Sara sabe más de lo que dice, y tendrá que decidir entre hablar y salvar a las chicas, o no decir nada para proteger al extraño hombre que la ha salvado…

Mejor Actuación en la Competencia Vanguardia y Género en el BAFICI 2022
Méliès d’or a la Mejor Película
  • IMDB Rating: 6,3
  • RottenTomatoes: 90%

Película (Calidad 1080p)

 

El género de terror a lo largo de su historia ha presentado elementos que dialogan con conflictos o temas de inmediata actualidad. Contiene metáforas de todo tipo para poder actuar como prisma mostrando las preocupaciones ya sea a un nivel individual o a gran escala, pudiendo, a partir de él, hacer un análisis sociológico o antropológico para desengranar diferentes asuntos que se inscriben en las sociedades y cómo estos actúan de forma estructural afectando a las relaciones interpersonales. En los últimos años, y gracias al avance en los discursos y diálogos que plantean los feminismos y activismos por los derechos, ha proliferado la posibilidad de ver en parrillas de festivales a diferentes cineastas mujeres contando sus propios horrores ligados a su condición. El cine de género, en todas sus variantes a excepción de las comedias románticas, era un terreno mayoritariamente masculino, hecho por y para los hombres, donde las mujeres tenían un papel minoritario. La otredad las convertía en meros objetos físicos o gatillos para disparar la trama del personaje masculino, como bien contaba Gail Simone al acuñar el término «mujeres en la nevera». Y ahora, con el paradigma cambiando, aparecen películas como Cerdita de Carlota Pereda para afirmar que se puede hacer cine de género en un sentido clásico, ese que no necesariamente existe para ser perfecto, sino para entretener y de paso colocar ciertas cartas encima de la mesa.

Cerdita funciona más en su discurso que en su praxis; más en sus conflictos internos que en sus tramas más superficiales. Aún así, la virtud de la pieza es que no intenta ser más de lo que es capaz de aportar, no peca de querer hacer de una pequeña historia sobre el abuso del poder que la normatividad de los cuerpos otorga algo intelectualmente elevado, sino que está bien acotada en los límites en los que las películas de psycho killers se estructuran. Cerdita está contextualizada en un pequeño pueblo de Extremadura, uno de esos que se podría simbolizar la famosa frase «pueblo pequeño, infierno grande». Sara (Laura Galán) es una chica forzada a la soledad por culpa de la gordofobia extendida entre sus compañeros de generación. Si bien, es un estigma que se sufre en todas las épocas del año, el verano es una estación en la que, por motivos de las altas temperaturas, obliga a quienes, por diferentes razones, no quieren mostrar su cuerpo a hacerlo por pura supervivencia. El simple hecho de ir en bañador puede despertar todos los demonios para quien no se siente a gusto con su cuerpo, y ya no solo por la autopercepción, sino cómo se es visto desde los ojos ajenos. Es por eso que Sara, bajo el calor abrasador del verano extremeño, necesita, como todo el mundo, refrescarse de vez en cuando con un baño en el río, teniendo bien controladas las horas en las que es seguro hacerlo para su propia integridad. No siendo esto un cálculo matemático y a veces encontrándose con gente indeseada. Es aquí donde empieza el conflicto y es en este momento en el que Pereda empieza a mostrar de una forma descarnada el abuso que recibe la protagonista por parte de unas mujeres de su pueblo, inscritas en un estándar de belleza normativo que las ha llevado a ser villanas en su propia prisión.

La visión transversal de los privilegios y el poder, junto con el juego de metáforas, no muy elaboradas, pero con ideas al fin y al cabo, es lo que hacen de Cerdita una cinta sugerente en su discurso. Porque, aunque las abusadoras en este caso parece que son las que regentan el poder, en realidad son todas controladas por un hombre, unas porque son secuestradas, o la protagonista porque siente un deseo irrefrenable hacia el misterio de lo que podría ser un justiciero pero que en realidad es un asesino. Así pues, se giran las tornas y Sara se siente con la responsabilidad de salvar a las mismas mujeres que minutos antes le habían robado la ropa para que volviera del río a su casa en bikini. Posicionando a la protagonista en una paradoja moral cuyas conclusiones la fuerzan a convertirse en la salvadora de sus verdugas. Con un imaginario muy claro y una relación de la protagonista con el asesino como si de Clarice y Hannibal se tratara, Pereda construye una película con persecuciones a plena luz del día, en la que el calor, el sudor y la tierra asfixian a sus personajes, dejando poco espacio en el que respirar, empero con muchos elementos que parece se han quedado por el camino, no sabiendo bien si es eso una forma de homenajear a las referencias que alude constantemente o si, en su defecto, la cinta debería haberse dejado cocer a fuego lento un poco más de tiempo. En todo caso el resultado es crudo, pero no soso. (Alicia Rambla San Sebastián – ElAntepenúltimoMohicano.com)